Los meses de estrés que pusieron a prueba al Ancelotti desconocido en España: "En la séptima jornada le querían echar"
Su ayudante -Giorgio Ciaschini-, el portero -Marco Ballotta- y el máximo goleador de aquel equipo (Pietro Strada) rememoran el primer Carletto de los banquillos.
![Ancelotti durante su etapa en el banquillo de la Reggiana. /REUTERS.](http://s2.sportstatics.com/relevo/www/multimedia/202402/03/media/cortadas/ancelotti-reggianna-RspJxUzH2Y5hE1kCBDFW7lO-1200x648@Relevo.jpg)
El miedo es como el sexo: la primera vez no se olvida fácilmente. No mentía el técnico del Real Madrid cuando hace días soltó, empatizando con Xavi, el potente estrés sufrido cuando dirigía a la Reggiana a mediados de los noventa. "Le dije a mi ayudante que no duraría ni cinco años en los banquillos", apostilló en rueda de prensa mientras evocaba su primera experiencia como entrenador, no demasiado lejos de su Reggiolo natal.
Han pasado treinta años de aquello, pero nadie olvida esa Reggiana de la temporada 1995-96, quizás una de las más extrañas y rocambolescas de su historia moderna. "El año anterior venía de jugar la Serie A con Paulo Futre. Bajó, y el portugués se marchó al Milán", recuerda Pietro Strada, un centrocampista con llegada y pies supinos. De hecho, fue el máximo goleador de aquel equipo (ocho tantos) junto al atacante Simutenkov. "Yo era como el Donadoni de su Milan, para que lo entendamos. Luego me llevó con él al Parma, y jugué la Champions el año después de Stoichkov. Pero sí, aquí no pasó un momento sencillo", subraya a Relevo quien marcó el tanto decisivo que supuso el ascenso, el retorno a Serie A. "Fue en Verona. Luego corrí a fundirme con él en un maravilloso abrazo. Le debo mucho a Ancelotti".
Pero es conveniente comenzar por el principio. Porque esa Reggiana, ya sin Futre, volvía a construirse para regresar de forma exprés a la máxima categoría. Eran los años de vino y rosas en el fútbol italiano, y el club de Reggio Emilia no quería perdérselos. La entidad pertenecía a la familia Fantinel -Loris, su presidente-, unos productores de vino arribados de Udine. Además, jugaban en el prestigioso estadio del Sassuolo: el Mapei Stadium.
El cerebro de todo era el manager Franco Dal Cin, uno de los pioneros en vender los derechos del calcio al extranjero y el hombre que se trajo al mítico Zico para jugar en el Udinese. Fue precisamente Franco quien apostó por un técnico acervo de apenas 35 años, segundo de Arrigo Sacchi con Italia (1992-95). Además, como ayudante, llegó Giorgio Ciaschini, un grandísimo experto de táctica con algo de experiencia en los banquillos. "Yo había entrenado en Serie C, sí. Cogimos un buen grupo, muy motivado, pero tras siete partidos él quería dimitir. Mi consejo fue que en el fútbol no se dimite jamás. Hay que esperar que te echen", recuerda Ciaschini, a quién Carlo confiaba los temores, sus fantasmas de ese momento. "Decía que con este estrés no aguantaría más de cinco años, y mírale ahora: creo que nunca lo dejará.", advierte un Giorgio que le acompañó desde esos tiempos hasta el Bayern Munich. "Yo también gané la Décima con el Madrid, aunque ya no como segundo. Estuve colaborando con él en calidad de scout táctico analizando por el mundo a nuestros adversarios. Juntos escribimos el libro Il mio albero di Natale, un homenaje al módulo, a la táctica de su Milán, el de Kaká, Pirlo, Gattuso…".
Porque sí, el Milán, desde el revolucionario y transgresor Sacchi, estuvo siempre en sus oraciones. Tanto, que por ahí comenzaron los problemas en una Reggiana que hoy dirigide su hijo pródigo: Alessandro Nesta.
La fatídica jornada siete
"Éramos una escuadra construida para ganar el campeonato. Contábamos con Ciaschini, con míster Ancelotti, que llegaba con la idea Milán en la cabeza... Ya sabes: 4-4-2, juego alto, defensa en zona y el líbero como en los tiempos de Baresi. No fue sencillo, porque no teníamos los futbolistas para desplegar ese caudal futbolístico", argumenta el entonces portero de ese equipo: Marco Ballotta, quien jugó en Serie A con la Lazio hasta los 43 años y disfrutó de su último partido de Champions con 44. Dos récords de longevidad destinados a ser inviolables durante décadas.
"La pareja de centrales era Roberto Cevoli y Angelo Gregucci. Eran fuertes, buenos y rocosos, pero algo lentos. Paolo Ziliani era el líbero que debía jugar alto… Sabíamos que la directiva le quería echar tras siete jornadas. De hecho, nos lo consultó a algunos senadores, pero dijimos que no, que creíamos en él", apunta Ballotta, quien explica perfectamente qué sucedió en esa séptima jornada, a partir de la cual comenzó a mejorar todo. "Llevaba apenas dos meses en el cargo y ya estaba cuestionado. En Pescara nos dijo que jugaríamos como queríamos nosotros, sin esquema ni nada. Más libres. Perdimos 4-1. Ya en el vestuario, después, nos dijo que ningún problema, pero a la semana siguiente lo haríamos como decía él. Hicimos un retiro, y nada volvió a ser como antes". En la octava jornada, con dos tantos de Strada, se impusieron por 3-0 al Venecia en lo que suponía la primera victoria de la temporada. El devenir cambió para siempre. Carlo movió las montañas e insufló un nuevo viento.
"Nos hizo entender -sin imponer nada- que el problema era nuestro, porque no asimilábamos bien su fútbol. ¿En serio dijo el otro día que sufrió estrés? Pues no lo transmitía, aunque pensándolo bien era normal estar inseguro porque era su primera experiencia. Carlo siempre fue empático con nosotros. Jugábamos a las cartas por la noche", apunta el meta, obligado entonces a estar adelantado ya que el equipo practicaba bien el fuera de juego, un arma muy sacchiana. Esa, la defensa zonal y el achique de espacios. "¿Sabes lo que consiguió? Que quienes no creían en ese 4-4-2, a partir de entonces no dudaran jamás".
El salto de calidad
La Reggiana de Carlo Ancelotti dibujó un año lleno de expectativas sin reparar demasiado en la dificultad de la categoría y la fricción que podía ocasionar en algunos futbolistas una idea inventada por un demiurgo y heredada por magníficos secuaces aún demasiado verdes. "Creo que el míster estaba humanamente ya preparado, aunque no del todo técnica y tácticamente pero solo porque era joven. La clave fue su flexibilidad, su humildad para también saber amoldarse a nosotros hasta encontrar la fisonomía, el equilibrio", explica Strada.
Esa Reggiana terminó siendo un bloque sólido y compacto, donde el gol estaba gestionado por una cooperativa: el propio Pietro o Simutenkov, pero también Colucci, Pietranera o Schenardi, un líder total y absoluto. "Me confesaba sus temores, pero su fuerza era enorme. La relación con los futbolistas era extraordinaria, pero a la vez sabía mantener las distancias para hacerse respetar. Para mí, su gran salto de calidad fue cuando comprendió que no debía ser rígido con su idea, sino retroalimentarse con las características del grupo para remar todos a una", argumenta su histórico segundo. "Se los ganó a todos tras la derrota de Pescara. Muchos comprendieron que debían hacerle caso, aunque eso supusiera la renuncia, el sacrificio de cualidades individuales".
Efectivamente, esa derrota de Pescara fue la gran victoria de Carlo. Les otorgó soberanía para hacerles ver de qué material estaba cosida su personalidad. Lidió con optimismo y empaque algunos problemas emocionales y comprendió que su mayor rigidez y obsesión es la de ser flexible tácticamente sin dejar de ser él, hijo de Liedholm y Sacchi, del Milán y la Nazionale. Todo eso era innegociable.
Ha pasado mucho tiempo. Hoy para Carlo la presión es su gasolina, como bien dice. Siempre lo demostró… De la Reggiana al Parma. De ahí a Turín, San Siro, París, Londres, Nápoles o Madrid. Siempre con los mejores cracks "Le gustan bloques mixtos, con jóvenes y veteranos. Su máxima es que los jugadores aprendan por ellos mismos. Les estimula para que saquen lo que ya tienen. Su logro fue comprender en Reggio Emilia que para su 4-4-2 no tenía las teselas perfectas", apunta Ciaschini. Haber cavilado eso fue como lograr la perfección. Algo así como bajar la guardia y decir, como solo los genios saben, "estos son mis principios, pero si no te gustan tengo otros". Quizás ahí llegó a través del miedo, que maniata, pero también brinda la posibilidad de ser valiente.