Mourinho, el marciano de Roma: "Era romanista antes de venir, porque era un poco quejica"
Análisis de cómo y por qué el técnico portugués se ha enamorado de su club... y los 'tifosi' de él.

En 1954, el guionista de La Dolce Vita -Ennio Flaiano- se inventó un relato satírico y fantasioso titulado Un marziano a Roma. En él narraba las peripecias precisamente de un marciano que aterrizaba con su nave espacial en la capital. Todos los romanos lo acogieron con esperanza y curiosidad. "Traerá cambios", decían radiantes de felicidad. La gente aventuraba un nuevo mundo, más justo, sin enfermedades ni hambre. Lo recibió el alcalde, el presidente de la República y hasta el Papa. Semanas después, la pereza, la indolencia, el desinterés y la melancolía comenzó a invadir al pueblo, provocando que el pobre marciano terminara -afligido como estaba- yéndose a su planeta. El extraterrestre comprendió que la urbe había devorado un instante de adrenalina, convirtiendo así en paisaje cotidiano lo que antes se antojaba un lujo, un milagro. "Oye, que soy un marciano, ¿no me vais a hacer caso?", soltaba al final cariacontecido.
Salvando las distancias y con asteriscos mediante ya que la tribu aún le adora, hay algo de todo eso en la relación Mourinho-Roma. Porque José probablemente terminará marchándose a final de temporada, y lo hará con la sensación de haber vivido una experiencia de vida única, similar al marciano de Flaiano, quien pudo haber aterrizado en cualquier otro sitio, pero decidió Roma… Para terminar regresando porque -apegado al amor eterno- descubrió que esta ciudad, fundada en el siglo VIII a.C., con vivencias en todas las esferas del poder y ausencia del mismo, acostumbrada a cambios de emperadores y Papas, regala cariño infinito solo a ella misma. "Hablo por mí. Me enamoré de esta maravillosa ciudad y esta escuadra enseguida. Llevo 27 años aquí, donde nacieron mis cuatro hijos. La pasión, la gente, el amor, el tifo, el entusiasmo incluso cuando no se gana… Quizás esto engatusó a Mourinho. Me encantaría que renovara, pero no lo sé", advierte Vincent Candelá, campeón del mundo con Francia y uno de los héroes romanistas del scudetto de Fabio Capello.
Sordi en el cine, Venditti en la música
No es fácil comprender la Roma ni los romanos y romanistas, mucho menos aceptarlos. Son supervivientes. Además, tienen connotaciones infantiles y viscerales. Su lema es "La loba no se discute; se ama". Para que eso cale hay que ver durante años el cine de Alberto Sordi o escuchar la música de Antonello Venditti, amante por cierto del escritor Milan Kundera, que dejó una frase inmortal en su libro La insoportable levedad del ser. Una frase que serviría de prólogo para comprender estos colores, este lugar. "Así está bien, pero si fuera todo lo contrario también sería perfecto". Es precisamente ese instinto de supervivencia, ese aunar temperamento con una pereza negligente lo que ha conquistado al técnico portugués, quien osó revertir -incluso- la idiosincrasia del romanista: uno que se ensalza en el sueño salvaje de la victoria sólo porque la considera imposible; uno que disfruta en la catástrofe, la épica de la derrota y en creer que la victoria es un reto titánico. Lo ha hecho aun sabiendo que, cuando se marche a Arabia o al Real Madrid, el pueblo giallorosso volverá a ser el de antes, regocijándose en el martirio como cobijo. Abrazándolo sin recordar el pasado para no morir en la pena.
"El tifoso de la Roma es pasión. Tiende a enamorarse prematuramente de los técnicos con mucha personalidad. A Mourinho le encanta cómo los hinchas romanistas viven siempre los partidos", explica el romano Angelo Di Livio, campeón de Europa con la Juventus en 1996. "El míster eligió la Roma porque es un lugar fogoso, como él. Tras la victoria agónica contra Lecce en la última jornada de Serie A dijo que en su vida entrenó muchos equipos, pero no recordaba una tifoseria que animara tanto hasta el final incluso en la derrota. La verdad es que estábamos divididos, pero con él la simbiosis, el magnetismo es total. Creo que se siente romanista, que siempre lo fue. En el Tottenham fracasó porque la gente allí es muy fría. Habla nuestra lengua, sabe lo que queremos, y esto va más allá de los resultados. Nos protege, y eso es lo que queremos porque somos únicos. Mou ya representaba el romanismo antes de venir, porque era un poco quejica", recuerda vanidosamente Giuseppe Falcao, hijo del mítico jugador brasileño de la Roma en los ochenta, además de aficionado de la loba y tertuliano en algunos programas de radio, el medio con más peso en una capital que pasa muchas horas al volante.
Luz tras el adiós de Totti
Tras el gol agónico de Lukaku el domingo pasado en un Olímpico que, desde que llegó el de Setúbal, prácticamente encadena un lleno tras otro (cuarenta seguidos según Sky Sport), Mourinho se dirigió al delantero belga para darle un beso y arengar a sus hombres para que fueran a premiar la Curva Sud, fanática de su nuevo condottiero, su nuevo marciano, el principal motivo de alegría tras el adiós de Totti, quien precisamente días atrás concedió una entrevista al Corriere della Sera inyectando sinceridad y retazos de humanidad a la vida: "Mourinho es el número uno. Con un rol definido en el club, no me importaría trabajar con él. Además, me habría gustado que hubiera sido mi entrenador".
Lo curioso es que la Roma ha aprendido a vivir sin Totti, pero no al contrario. Eso lo sabe un Mourinho que podría marcharse a final de temporada. No por los cantos de sirena que llegan con nombres como el de Antonio Conte o el hijo pródigo Daniele De Rossi, sino porque sabe del amor que le profesan, idéntico al que regalarán, quizás, al próximo en aterrizar: un cariño enorme, pero con la palanca de cambios a punto para cuando sea necesario el punto muerto. Porque Roma ha aprendido a querer incondicionalmente, pero también a no hacerlo para poder sobrevivir, con ironía y sarcasmo.
"Me gusta el romanista de la calle", ha dicho el portugués en más de una ocasión. Ese prototipo de persona se ha construido su coraza con reveses importantes: un scudetto cada treinta años, el suicidio del capitán Agostino Di Bartolomei una década después de perder la final de Liga de Campeones contra el Liverpool en el Estadio Olímpico, las idas y venidas de un Cassano que malgastaba su talento… Sabe amar, en definitiva, pero es feliz también no haciéndolo. Con Mou ha recordado que se puede ganar jugando muy mal, pero cuando se perdía en el maravilloso mundo de Zemanlandia era heroico ver cómo se soñaba la utopía haciendo apología del buen fútbol.
“Yo, aquí”
Han pasado muchas semanas, y el marciano sigue aquí. Prácticamente sin que nadie le preguntara nada, y con contrato aún, Mourinho -tras perder con el Sevilla en la final de Europa League- tranquilizó a su pueblo diciendo constantemente "el año que viene, yo, aquí". Así comenzó este nuevo curso: sintiéndose desarropado por una directiva americana (los Friedkin) que no le trae un parapeto en las barricadas (él pidió a Totti), y con jugadores -como Dybala o Renato Sánchez- que, en palabras el portugués, juegan en la Roma solo porque su trayectoria clínica está repleta de lesiones.
Así, en esa aparente contradicción de minimizar públicamente al club para que despierte y crezca, se irá Mourinho con una astronave que aterrizó en la Villa Borghese hace casi tres años. En Arabia o bajo el paraguas de Florentino, podrá decir que, desde el Oporto, la Roma ha sido su séptimo equipo. Siete, como las colinas o los reyes de Roma. Porque si en Portugal aprendió a ganar, en el Chelsea o el Inter gobernó con puño de hierro, en Madrid inflamó odio para derrocar el Pep Team y en Old Trafford quiso erradicar la alargada sombra de Ferguson, en Roma, ya en edad madura, se enamoró de verdad. Quizás por primera y última vez.
Hay una película italiana donde Totó intenta venderle la Fontana di Trevi a un turista italo-americano. La cinta Tototruffa 62 no relata sólo el afán consumista con el boom económico sino la picardía del italiano del sur (Totó era napolitano). Los romanistas son felices con los títulos, pero están igualmente contentos cuando no los ganan. Es más, ahí es cuando dan lo mejor de sí tirando de humor… Y ese complejo análisis sociológico de la capital y la gente que apoya a La Magica es lo que ha sido insoportablemente bello y leve para José Mourinho, más aturdido en el éxtasis de la grada animando con el resultado en contra que celebrando un título europeo. "Uno y medio", como dice él.
Puede resultar una contradicción que uno de los técnicos más laureados del planeta fútbol se contente con la magia catastrófica de su gente, pero Roma, la Roma sólo sabe ser una herida abierta mal sanada a punto de curar. Custodiada por un obelisco de Mussolini afuera del estadio, un río con carpas y anguilas, un puente donde Constantino derrotó a Majencio antes de convertirse al cristianismo y varios hinchas con sus bufandas que aguardan la apertura de puertas tomando un licor café. Una vez más, así llega el derbi de Roma con ambos clubes muy mal en la tabla. Quién sabe si será uno de los últimos para un Mourinho listo y hábil como nadie intuyendo los finales de la historia para metabolizar tan bien la carga emotiva que jamás haya hueco para la mutación amor-odio. Porque la felicidad se descubre sólo cuando pasa, y esto no lo descubrieron los romanos. O sí.