OPINIÓN

Simeone desempolva la pizarra del 1-0 o 0-1, pero solo le da para empatar

Barrios y los jugadores del Atlético de Madrid, cabizbajos tras el gol de la Real Sociedad. /AFP
Barrios y los jugadores del Atlético de Madrid, cabizbajos tras el gol de la Real Sociedad. AFP

Lo extraño, lo verdaderamente insólito, es que el Atlético llegara por delante en el marcador hasta ese minuto ochenta y tantos en el que empató la Real. Lo suyo durante todo ese tiempo que transcurrió entre el gol de Julián Álvarez y el de Sucic fue un desafío a la naturaleza del fútbol. La misma que suele premiar al que ataca y ataca y castiga al que defiende y defiende, por muy ordenado que lo haga. Al final, incluso, podrían dar gracias los rojiblancos por llevarse un punto.Acabaron colgados del larguero, con sus once hombres dentro de su área y pidiendo la hora de manera lastimosamente suplicante.

Tremendista en su comportamiento y en su manera de entender la vida y el fútbol, Simeone no quiso andar con tiritas de plástico al partido siguiente de perder por goleada. A grandes problemas, grandes soluciones, debió pensar. Y se plantó en Anoeta con una defensa inédita y un planteamiento táctico (1-5-4-1) lo más fiel posible a sus principios futbolísticos de siempre. Los que ahora intenta domesticar con unos nuevos conceptos más relacionados con la tenencia y la posesión, pero que no terminan de salirle bien. Al final su equipo ni juega a los espacios ni a tener el balón.

Lesionados Llorente, Le Normand y Azpilucueta, se tiró un órdago y dejó en el banquillo a Reinildo y Lino, dos fijos de esa línea defensiva de cinco, más concretamente de la banda izquierda, y confeccionó una zaga absolutamente inédita en la que solo Giménez tenía la etiqueta de titular. Primeros minutos de la temporada para Lenglet, que llevaba ocho partidos consecutivos sentándose en el banquillo; segunda oportunidad para Javi Galán que había jugado solo 15 minutos contra el Real Madrid y paso al frente para otros dos jugadores un poco más habituales, Molina y Witsel, pero que tampoco venían siendo titulares en este primer tramo del curso.

Fue más que nunca una defensa de cinco. No de tres. Los laterales se estiraron lo justo y estuvieron siempre más atentos a defender que a atacar. Por delante, una línea de cuatro: Barrios, sin jugar desde el 31 de agosto, Koke, Gallagher y Griezmann. Los tres primeros en plan escudo de los tres centrales y el genio Antoine, por la izquierda, con unos grilletes más ligeros y con un poco más de libertad ofensiva. Por delante, como primera referencia ofensiva, aunque fuera en la divisoria, Julián Álvarez, rescatado de la banda zurda para partir de una posición central más acorde con sus condiciones.

Con los muñecos del futbolín todavía quietos, el Atlético se encontró con un gol inventado por Griezmann ¡como no! y materializado por la 'araña', sin olvidar el gran pase en profundidad de Javi Galán, parecido al del Bernabéu el domingo anterior, pero por alto. Un gol que reforzaba el plan de juego. Dicho y hecho. Lo que estaba montado para defender el empate se ponía en práctica para proteger el gol de ventaja. Repliegue bajo y a achicar espacios. Todos los hombres en su propio campo. Defensa-Defensa-Defensa. Y Oblak, Oblak y Oblak. Las imágenes mostraban un Simeone desesperado. Su equipo perdía constantemente el balón y no salía de su campo... pero, en su fuero interno, mucho me temo, que el argentino estaba disfrutando, como hacía tiempo de lo bien organizados que estaban sus hombres y los solidarios que estaban siendo en el esfuerzo y en la disciplina táctica.

Simeone, desesperado.  AFP
Simeone, desesperado. AFP

Desempolvada su pizarra más genuina, con la que su equipo había ganado muchos puntos en las últimas 12 temporadas, el Cholo se olvidó hasta de esos cambios posicionales que vuelven locos a sus jugadores. Nada de estridencias. Ni de puertas giratorias. Las sustituciones, sencillas. Sin zafarranchos. Volantes por volantes. Delantero por delantero. Lateral por lateral. Eso sí, todos con el mismo mensaje: defender, defender y defender.

Por momentos, a pesar del empeño de una Real tan encomiable en su esfuerzo como chata en recursos para saltar la muralla, pareció que el Cholo se podía salir con la suya y convertir su táctica numantina en una victoria fuera de casa. Pero lo normal en estos casos es que precisamente pase lo que sucedió, que una pérdida de balón, un pase hacia atrás, derribe el castillo de hombres metidos en el área. Dos jornadas después de su victoria en Balaídos, el Cholo y sus hombres vuelven a contar por finales los partidos que les quedan. Con el agravante de que a la pizarra de antaño, la del 1-0 o 0-1 y todos atrás, ya no la saca rédito.

Montar una plantilla como la rojiblanca para pasarse ochenta y tantos minutos defendiendo un gol, sin ninguna voluntad de buscar un segundo, no parece una buena idea. Y a quien le parezca buena, que se vea repetido el partido de Anoeta.