ITALIA

La vida escondida de Roberto Baggio: "Llevo 10 años sin jugar, había un partido para el Papa y me lesioné, dije basta"

El mágico exjugador italiano es agricultor y granjero y sigue entregado al budismo.

Baggio ante Toldo durante el famoso partido para el Papa en Roma. /AFP
Baggio ante Toldo durante el famoso partido para el Papa en Roma. AFP
Julio Ocampo

Julio Ocampo

Una vez Roberto Baggio dijo que su mejor recuerdo con un balón fue cuando era niño y jugaba en la calle. Decía que solía tratarlo bien, aunque a veces se escapaba algún tiro desviado que rompía una ventana, y su madre le reñía. El relato es sobrecogedor, sobre todo si viene de un futbolista que jugó, entre otros, en Milán, Inter o Juve. Además, levantó el Balón de Oro en 1993 y fue subcampeón en el Mundial de USA'94, tras fallar el penalti decisivo en la tanda final contra Brasil. Ganó todo, aunque quizás su mayor cuota de felicidad futbolística la alcanzó en el Brescia de Carlo Mazzone, con Guardiola y alguno más. Se retiró en 2004, y prácticamente desapareció para siempre.

Desde entonces, vive con su familia -cual ermitaño- en su finca de Altavilla Vicentina, en medio del bosque. Su hija Valentina le gestiona Instagram, arribado hace pocas semanas, y viral tras un montaje suyo como si fuera un personaje de Narcos. 

Él hace las veces de agricultor y granjero, cuida sus pinos y cipreses, sus animales, disfruta de la naturaleza paseando o conduciendo su Panda 4x4… Y prosigue con su fe budista, un recorrido espiritual que comenzó en la Fiorentina para aceptar la tortura de las lesiones. Fue por casualidad, gracias a Fabrizio Boldrini, expropietario de una tienda de discos. Precisamente, coincidieron ambos recientemente en la inauguración de una plaza florentina dedicada a Daisaku Ikeda, su venerado y gran maestro.

Fue una de las pocas apariciones públicas del Divino Codino, quien ama la caza (viaja a menudo a Argentina), aunque prefiere estar refugiado en la contemplación, levitando en su Nirvana, lejos del estrés, del ruido ensordecedor, del frenesí mundano. Es difícil sacarlo de ahí, por eso sorprendió a todos que hace días se le viera en la design week de Milán como testimonial de Antera, una marca italiana especializada en llantas de aleación. Habían pasado veinte años de su retirada, diez desde que tocara por última vez un balón de fútbol.

Así se lo contó al diario Il Foglio: "Era un partido para el Papa, en Roma… Recuerdo que estaba Diego Armando Maradona, también. Se tenía que jugar el 1 de septiembre, lunes. Estuve entrenándome tres meses. Iba a Boloña tres veces a la semana para estar en forma para ese día. Era viernes por la noche, y debía ser el último entrenamiento antes del partido. Me lesioné cuando intenté tirar faltas. Al tercer tiro me dañé el músculo. A Roma fui, aunque no podía ni caminar. No podía faltar ese día. Jugué sólo la primera parte, pero fue un sufrimiento enorme. Dije basta, sin concesiones".

El símbolo que ha escogido Antera para sus nuevos productos de lujo es una pantera. El lema lo dice todo: "Donde el instinto encuentra al genio, el mito se convierte en leyenda". Ahí se resume, quizás, quién es en realidad Roberto Baggio, el hombre que ha escogido el silencio, la autoobservación, la meditación… Primero para hacer las paces con el dolor, y después para terminar de aceptar que su fútbol sublime y elevado era una impostura en cualquier esquema, especialmente de Arrigo Sacchi.

"Hoy mi felicidad es levantarme por la mañana en medio de la madre tierra. Estoy satisfecho, lleno dentro. Apreciar las pequeñas cosas me hace estar bien. Durante lustros ignoré el sufrimiento interior, pero ahora lo afronto gracias al budismo. Así lo supero todo. Basta de quejas y excusas, ya. Perdí demasiado tiempo ahí".