OPINIÓN

Tampoco estaría de más que Vinicius, Rodrygo y 'cía' chutaran en la misma dirección que el club

Vinicius, en un momento del partido del Real Madrid contra el Rayo. /EP
Vinicius, en un momento del partido del Real Madrid contra el Rayo. EP

A lo largo de una temporada hay partidos 'intangibles' que los vestuarios de turno no terminan siempre de identificar. Esos encuentros, si se ajustan al más estricto significado del vocablo, "merecen un extraordinario respeto y no pueden o no deben ser alterados o dañados". Son situaciones difíciles de catalogar porque no pertenecen a ninguna competición. Ni a la Champions, ni a la Liga, ni a la Copa, ni a las Supercopas, ni al Mundial de clubes, si se diera el caso. Se llaman ASAMBLEAS, sí con mayúsculas, y tienen una vital trascendencia en el presente y el futuro del club en cuestión. En este caso, el sábado, el Real Madrid. Pero hace unas semanas, entre otros, el Barcelona o el Athletic.

Son partidos sin futbolistas a los que los futbolistas no deberían ser ajenos. Está en juego la vida de sus respectivas empresas y en ellas se palpa y se mide la salud de cada club. En demasiadas ocasiones, estos concilios están influenciados de antemano por la situación deportiva del equipo. En este fútbol de ricos y pobres, la indiferencia de los vestuarios a lo que trasciende más allá de sus paredes se traspasa, incluso, en muchas ocasiones a los propios terrenos de juego. Siempre me ha llamado la atención el comportamiento de algunos equipos cuando se clasifican para la siguiente ronda de la Champions con dos o tres partidos de antelación. Automáticamente sus jugadores se dejan ir de mala manera en los siguientes compromisos... "porque ya hemos hecho los deberes". No tienen en cuenta que su club, en esos siguientes enfrentamientos, se juega un puñado de millones de euros que, entre otros destinos, acabará en sus nóminas de fin de mes en el caso de entrar por las ventanillas de la caja.

A veces parece que los profesionales del balón no son muy conscientes de cómo sus resultados afectan al ánimo de los aficionados y que, en puertas de una Asamblea, un mal paso puede traer damnificados colaterales. Pongamos como ejemplo el duelo del domingo contra el Rayo. Los ragazzi de Ancelotti, ni el propio Carlo, pueden hacer ya nada para transformar el empate en una victoria que, más que posiblemente, merecieron. Todos se quedaron en que se les escaparon "por falta de puntería" dos puntos y el liderato. Pero nadie pensó que, además de lo puramente deportivo, a unos días vista, se va a celebrar la gran Asamblea anual del club con su consiguiente calado económico y social. Este tipo de macrocongresos de exaltación de los colores del club que corresponda son, realmente, un examen final de curso para los que juegan los partidos de los despachos y están obligados a conseguir la aprobación de la masa social para saber que su gestión ha sido, como mínimo, buena.

Muchos lectores/aficionados pensarán que los de camiseta de manga larga o corta y pantalón a medio muslo no tienen por qué tener presentes estas circunstancias societarias. Ni pensar en los problemas que pueda tener su empresa, más allá de que les pague a final de mes. Que lo suyo es meter o evitar goles y no tienen por qué saber que a la vuelta del último córner sus dirigentes tienen una Asamblea en la que, además de los capítulos habituales, se tiene que aprobar la solicitud de un crédito extraordinario para cuadrar las cuentas del nuevo estadio Bernabéu. Los futbolistas no caen en que, después de su victoria de Barcelona, haber llegado líderes ligueros y clasificados para los octavos de la Champions con un par de jornadas de adelanto podría haber tenido una influencia positiva en el compromisario de turno, que hubiera llegado a votar lo que se le pusiera por delante con el pecho fatuo porque su equipo es el mejor de los mejores.

Me consta que el domingo por la noche, en la planta noble del Bernabéu, reinaba la decepción por el empate ante el Rayo. Se contaba con esa victoria para lucir liderato en esos pasillos asamblearios que tanta vida tienen. Es trivial que un empate de más o de menos no va a dirigir la voluntad del socio con derecho a voto, pero algunos de los que mandan creen que tampoco estaría de más que Vinicius, Rodrygo, Valverde, Joselu y compañía disparasen en la misma dirección que el club que les paga e, incluso, que algún día marquen un gol que ayude a superar estos momentos intangibles en los que los resultados tienen un valor añadido.

Dado el caso, se piensa donde se tiene que pensar que Ancelotti y sus ragazzi todavía tienen una oportunidad de enmendar su error dominical. Nada le vendría mejor a la 'dirección blanca' que después de tantas y tantas horas de trabajar y preparar la Asamblea, los futbolistas les echaran una mano con un buen partido ante el Braga y, por qué no, con una goleada. A 72 horas de una Asamblea de este tipo, un compromisario contento vale un potosí y un compromisario meditabundo porque su equipo no le mete un gol al arco iris puede revirarse con cualquier asunto del orden del día. No tendría que ser así, pero lo es. ¡Benditas ASAMBLEAS!