Virginia Torrecilla, tras superar un tumor cerebral: "A día de hoy, me cuesta darle de cabeza"
La futbolista del Atleti charla con Relevo sobre los cambios que su cuerpo y su rendimiento deportivo han sufrido por el cáncer.

A menudo, Virginia Torrecilla vuelve al 11 de marzo de 2020. Fue el último día en el que se sintió futbolista. "No te imaginas cuántas veces he pensado en ese partido, en ese España - Inglaterra de la SheBelievesCup. El cáncer me pilló en mi mejor momento". Es su clavo ardiendo. Al que se agarra cuando se acuerda de la 'otra Virginia' y sueña con vivirla de nuevo. Ese lugar al que todos volvemos en un momento de bajón, el que nos saca un "¡joder, qué feliz era!".
En apenas un año y medio, la vida de Vir dio un giro de 180 grados. Pasó de ser la mejor futbolista española del pasado Mundial - Francia 2019- y el fichaje estrella del Atleti a cogerle miedo al fútbol, a rozar los 46 kilos, a tropezarse consigo misma cuando saltó al campo por primera vez y a sufrir por levantar un pesa de apenas 12 kilos.
Son las huellas que el cáncer dejó en su cuerpo, en el de una deportista de élite, y que la cambiaron para siempre. "Cuando pierdo el pelo, me doy cuenta de que la Virginia de antes ya no existe. Que sí, que tenía el mismo nombre y era futbolista, pero que realmente estaba viviendo una vida que jamás hubiese pensado".
En un ejercicio de valentía y de honestidad -el primero de los muchos que vais a leer- quien ha superado un tumor cerebral, confiesa: "Todavía me cuesta darle al balón de cabeza". Una de los fuertes de la 'otra Virginia' era su golpeo de cabeza. "A día de hoy, todavía me cuesta y tuve muchísimo miedo a darle. Sobre todo, cuando venían esos balones tan duros, imagínate, llevaba dos años sin tocar un balón, pues imagínate con la cabeza.... Me ha costado mucho amoldarme y perderle el miedo. De hecho, sigo en proceso", explica. "¿Tú te crees que yo antes pensaba en qué podía pasar si le daba tan fuerte de cabeza?", añade.
Durante esos primeros días de asimilación, que todavía duran, contó con un ángel de la guarda en la grada: su oncóloga. "Recuerdo que me decía: 'Cuando vaya a verte, si hay alguien que te da en la cabeza, no te preocupes, que yo salgo corriendo a por ti", recuerda Vir riéndose.
«Mira, papá, ya se me caen los mechones»
"La palabra cáncer da mucho miedo". Torrecilla nos intenta explicar qué significa, pero ni ella misma, que convivió con él durante más de un año y medio, es capaz. "Va mucho más allá de perder el pelo. Te hinchas, te salen granos, cosas que nunca se quitan, tienes arcadas, vomitas cada vez que estás enchufada a una bolsa de color. Es que te vayas a casa y no puedas moverte del sofá o de la cama. Es que no tengas fuerzas ni para sonreír".
"Y el sufrimiento de tu familia...", añade, se le quiebra la voz y recuerda algo que encoge. "Cuando me operaron y empecé a perder el pelo, yo ya era consciente de que algún día tendría que raparme. Aunque me corté el pelo cortito, poco a poco, iba perdiéndolo. Un día, estaba en el baño con mi padre y le dije: 'Mira, papá, ya se me caen los mechones'. Y él me dijo: 'Ya lo sé, hija, te los recojo del suelo para que no los veas".
El olor a sopa y un Calipo
¿Y a qué se agarró cuando peor estaba? "Me encantaría decírtelo, pero es que fue a tantas cosas..., te lo prometo. Rezaba, le pedía a mis abuelos que me cuidaran, a mis seres queridos. Había momentos en los que lloraba y le pedía a mi madre que no me dejara. Eran momentos de desesperación". Me aferraba a cualquier cosa. Hasta a que viniese mi oncóloga a preguntarme que cómo estaba. A lo más mínimo que me hiciese escapar de esa situación".
Durante todo el proceso, a Virginia le basta un segundo para señalar el momento más duro. "Los últimos días en el hospital fueron horribles". El cáncer le pillo en pleno COVID, sin nadie que pudiera visitarla. Tan 'solo', su madre. "Yo le decía que saliese, que se airease, no quería que se quedase todo el rato en el cuarto oliendo... -hace una pausa y respira-, es verdad,... a muerto, porque estaba como medio muerta, no me movía. Ni siquiera me podía levantar porque me dolían las lumbares de estar todo el rato tumbada".
Cuando Vir dice que se agarró a todo, hay que creerla. Porque un Calipo le devolvió la esperanza. "Te juro que dije: 'Tío, ya veo la luz'", recuerda entre risas y todavía incrédula. "Siempre, siempre me daban sopa, era de lo poco que podía comer. Y llegó un punto en el que les dije a las enfermeras: 'Por favor, no me traigáis más sopa, no puedo con ese olor'. Era horrible, me ponía de mal humor", detalla. Pues un día, de repente, le trajeron un helado. "Bueno, cuando lo vi pensé: 'Madre mía, esto es gloria'", se ríe. "En ese momento me di cuenta de que estaba remontando. Tía, con un Calipo. O sea, me aferré literalmente a cualquier cosa"'.
Muchas torpezas y 17 kilos menos
Durante el proceso, el fútbol pasó a un segundo plano -sobra decirlo-. Pero, en cuanto, recuperó algo de vida, volvió a su cabeza. Al igual que a Virginia le basta un segundo para acordarse de su peor momento, tarda mucho menos en recuperar uno de los mejores. Cuando superó el cáncer, uno de sus rayos de luz en pleno invierno, de esos que te dan calorcito en la cara, fue el primer día que se calzó las botas de fútbol. "Fue increíble, después de todo lo que había vivido, tener la oportunidad de volver a jugar al fútbol...".
Sin embargo, las primeras nubes no tardaron en tapar el rayo de luz. "Recuerdo que en el primer entrenamiento, me caí y fue como: 'Madre mía, qué torpe, por favor'. Y pensé: 'Va a ser el primer de muchos, Vir...'. No era capaz ni de dar dos toques seguidos", cuenta. "A día de hoy, hay muchas veces que pienso: '¿Cómo es posible que antes fuese capaz de esto y ahora no?' Pero sigo trabajando, hay que seguir, no me queda otra'".
Durante su enfermedad, perdió 17 kilos, llegando a pesar 46. "Cuando empiezo a perder peso, me voy dando cuenta de que la Virginia que tenía caderas y piernas ya no está. Y es como: ''¡Joder, quiero volver a tener mi cuerpo!'. Ha sido un camino de muchos cambios y de un aprendizaje enorme", confiesa. "Y cuando pierdo el pelo pienso: 'Madre mía, es imposible que alguien vuelva a fijarse en mí'".
Vivir con miedo
Hay una Virginia Torrecilla antes del cáncer y otra, después. Pero la nueva también mola. Es una versión más madura y más coherente. "Mis preocupaciones de 2020 eran muy débiles: se basaban en ser la mejor jugando al fútbol, en jugar. A día de hoy... no tiene nada que ver. Mis prioridades han cambiado al 200%". Aunque echa de menos algo: "El pensar de la Vir de antes, nunca me preguntaba qué podría hacer y qué no. Lo hacía y listo". Un proceso que narra en su libro: 'Nadie se arrepiente de ser valiente", en preventa y que sale a la venta física el 10 de marzo.
A pesar de haber superado el cáncer, Virginia Torrecilla tiene marcado en rojo en el calendario el día de cada revisión. "Mira, he madurado mucho. ¿Qué puedo ser un poco más miedica? Pues sí, claro que lo soy. Pero, bueno, intento llevarlo todo de la mejor manera posible y mantener mi rutina de toda la vida", recalca.
«La chulería y la mala hostia no se me han ido»
La del Atleti también es otra dentro del campo, aunque mantiene algún deje de la de siempre. "A ver, la chulería y la mala hostia no se me han ido (se ríe), pero soy muy diferente. Mucho más veterana. Siempre busco lo mejor para mis compañeras. Ahora, estoy en el otro lado, de suplente, comparto muchos minutos con jugadoras que tampoco juegan. Antes, no lo pensaba, pero les intento hacer ver que no todo lo malo es estar sentada en un banquillo. Obviamente, muchas veces me lo tengo que aplicar a mí misma, pero no es eso. Es que la vida es trabajar, disfrutarla...".
Será menos fuerte, menos hábil, pero su golpeo en largo - otra de sus señas de identidad- también perdura. "Hombre, noto que está volviendo, también mi tiro desde lejos. Eso me enorgullece... tan solo por el hecho de todo lo que estoy luchando, a contracorriente. Es algo que nunca pensé que iba a recuperar y mira ahora", sonríe.
En su primera temporada tras superar el cáncer, Virginia acumula 32 minutos en cuatro jornadas. "A ver, hace unos años mi pensamiento hubiese sido totalmente diferente. Pero, a día de hoy, necesito tener minutos, necesito encontrarme conmigo misma en el campo. Y, cuando todo eso pase, igual no soy la misma de antes, o vuelvo y soy peor o mejor, pero voy a intentar ser la Virginia de antes del cáncer".