Y, por fin, el Masters miró a Europa: el golfista rebelde que convirtió una ciencia técnica en una gran aventura
En 1980 Severiano Ballesteros ganó la 44 edición del Masters de Ausgusta.

Severiano Ballesteros comenzó la segunda semana del mes de abril de 1980 con 22 años y la terminó con un año más y su primer título en el Masters. Sucedió apenas ocho meses después de su victoria en el Open Británico, su primer grande (con ese recordado golpe desde el aparcamiento en el hoyo 16 del Royal Lytham & St. Annes en el que acabó asegurando su título con un birdie), y le convirtió en el golfista más joven en ganar en Augusta.
Desde entonces, únicamente Tiger Woods, en 1997, y Jordan Spieth, en 2015, han superado en precocidad al golfista cántabro a la hora de ponerse la chaqueta verde en el campo de azaleas, pero, más allá de esa precocidad, la victoria de Ballesteros lo que realmente potenció fue la globalización: con su triunfo, el Masters, por fin, miró a Europa.
En total, en las primeras 43 ediciones del mítico torneo de Augusta, los golfistas estadounidenses vencieron en todas las ediciones, salvo las tres ganadas por el golfista sudafricano Gary Player. Severiano Ballesteros ganó la 44 edición, en 1980, y en las 43 ediciones siguientes, hasta la edición del año pasado ganada por Jon Rahm, los europeos han vencido en 13 ediciones (y los golfistas no estadounidenses, en 20), entre ellas, las cinco ediciones ganadas por los españoles gracias al propio Seve, José María Olazábal (dos), Sergio García y el citado Rahm.

"Augusta es siempre el torneo más difícil de ganar, siempre", reconoció Ballesteros nada más vencer en 1980. Y añadió: "Ha sido la semana más dura de mi vida. He tenido mucha presión, más que en Europa cuando gané el Open. No sé, quizá me sienta más como en casa en Europa. Aquí estoy solo. Mi familia está a quince horas de distancia".
Pero lo que Seve todavía no sabía es que, con su gesta, esa distancia entre Europa y Augusta había empezado ya a encogerse.
La fanfarronada que perturba
Una de las definiciones más inspiradas sobre el Augusta National Golf Club la escribió Thomas Boswell, el excolumnista del 'Washington Post'. Según sus palabras, el mítico campo del Masters es "una fanfarronada hueca que esconde un mundo de turbación". Bobby Jones lo diseñó para penalizar la imprecisión en los golpes, las estrategias incorrectas y las bolas que no caen en el nervio adecuado de sus greenes acelerados y vertiginosos. Cada error se convierte en tres putts y un bogey. Solamente los golfistas más inteligentes sobreviven en Augusta. La mayoría de ellos, de hecho, sucumbe ante la perturbación.
Pongamos el ejemplo, también en esa edición del año 1980, de Tom Weiskopf, ganador del Open Británico en 1973 y cuatro veces subcampeón en el Masters en las ediciones de 1969, 1972, 1974 y 1975: en el icónico hoyo 12 de Augusta, el Golden Bell, con sus flores amarillas del Lejano Oriente, el agua del arroyo de Rae, los tres búnkeres, el puente de Ben Hogan a la izquierda y las azaleas a la derecha anticipándonos el futuro más próximo, Weiskopf hizo 13 golpes tras mandar la bola al agua hasta en cinco ocasiones. El propio Tiger Woods, sí, Tiger, salió en la edición del 2020 de ese hoyo en el que, parafraseando lo que escribió en una ocasión Rick Reilly en la revista 'Sports Illustrated', se perdieron más chaquetas verdes que en todas las tintorerías de Augusta, con 10 golpes, apenas tres menos que los 13 de Weiskopf. Y que los 13 golpes que Tommy Nakajima había sumado en el hoyo 13 en 1978. Y que los 13 golpes que Sergio García, campeón apenas un año antes, sumó en el hoyo 15 en la edición de 2018.
Por eso, lo realmente extraño es lo que Ballesteros, "uno de los jugadores jóvenes más excitantes que el golf ha producido en años", según la Associated Press, consiguió en sus primeros 63 hoyos en 1980, cuando contaba con diez golpes de ventaja sobre sus perseguidores más inmediatos. El viernes, por ejemplo, en el hoyo 17, Seve mandó su bola al green del hoyo 7 y acabó lanzando su gorra al aire de alegría tras embocar un putt de birdie a 4,5 metros de bandera después de un tiro ciego entre árboles con un hierro. "Ni Houdini podría haberle ganado", resumió a la perfección el australiano Jack Newton, segundo en la clasificación definitiva.
Aunque todavía quedaban los últimos nueve hoyos de un domingo en Augusta.
El bautizo bajo las corrientes del arroyo de Rae
Porque Ballesteros todavía tenía que transcurrir por los "traumas esperados en los últimos nueve hoyos del campo Augusta National", tal y como recordó Dan Jenkins, el "mejor periodista deportivo de Estados Unidos" en palabras de Larry King, en su texto de cuatro páginas titulado "El reinado de España" para la edición del 21 de abril de 1980 de 'Sports Illustrated', donde Seve fue portada. Y prosiguió: "Esas cosas peculiares comenzaron a suceder como siempre suceden en el domingo de Masters. En esos emocionantes y decisivos hoyos entre pinos y estanques del Amen Corner, Ballesteros perdió siete golpes".
En concreto, en ese domingo gris y bochornoso, tras la numerosa lluvia caída en una mañana en la que Ballesteros desayunó exactamente lo mismo que el día anterior (cuatro huevos fritos, beicon, tostadas, cereales con pasas, uvas y café), el golfista español acabó el hoyo 10 con un bogey y se fue al agua en el hoyo 12, el hoyo de Weiskopf, el hoyo de Tiger, el "malvado hoyo", como escribió Jenkins, "de todos en Augusta en un momento u otro". Ese segundo bogey anticipó un nuevo paso de Seve por el agua y, en ese caso, un doble bogey en el venerado hoyo 13, el hoyo con el número favorito de los supersticiosos (entre ellos, Severiano Ballesteros), el hoyo con miles de azaleas rosas, "el par 5 de apuesta que tanto ha contribuido a la tradición del golf y al Masters", Jenkins dixit.
De allí, Ballesteros salió con apenas tres golpes de ventaja y la necesidad de encontrar la redención. "En el profundo sur bautista de Estados Unidos dijeron que todo lo que tenía que hacer, este Severiano Ballesteros, era bautizarse, mojarse los pies, lavar sus pecados en las corrientes del arroyo de Rae", comenzó su crónica Marino Parascenzo en el 'Pittsburgh Post-Gazette'. "Y lo hizo, este Seve Ballesteros, este elegante joven español, y se salvó justo a tiempo", continuó. Y finalizó: "Ballesteros claramente necesitaba otra salvación. Y la encontraría en un viejo y confortable lugar: en problemas".
Exactamente, Ballesteros encontró la salvación en los problemas que tuvo para sacar el par en el hoyo 14 y, especialmente, en el regreso a la tranquilidad en el hoyo 15, donde consiguió su cuarto y último birdie de la jornada tras conectar un golpe de salida de más de 275 metros.
"Ballesteros no sólo es inmensamente talentoso, tiene longitud y estilo, sino que también obviamente tiene hambre. Cualquiera puede tropezar con un campeonato importante. Se necesita una habilidad poco común de un tipo u otro para ganar dos de ellos", avisó Jenkins. Y concluyó: "Ballesteros parece destinado a conquistar muchos más torneos grandes. Considere lo que combina su juego: la longitud de un Jack Nicklaus más joven, la audacia de un Arnold Palmer de los años 60 y el toque con el putt de un Ben Crenshaw".
El golf no es ciencia, sino que es una aventura
Finalmente, el añorado Seve terminó conquistando cinco de esos torneos grandes, dos en Augusta y tres ediciones del Open Británico. Pero esos trofeos no son más que una ínfima parte de su inabarcable legado: Ballesteros, como se puede escuchar en un documental sobre el Open Británico del año 1979, "transformó el golf de una ciencia técnica a una gran aventura". O en palabras del propio Seve: "Golpear a la calle todo el tiempo no es divertido". Es mucho más emocionante mandar la pelota al green del hoyo 7 desde el hoyo 17 y acabar haciendo un birdie tras golpear un hierro entre árboles, sin poder ver tu objetivo.
"Ballesteros tiene un swing hermoso desde la preparación hasta más allá de la finalización, y es tan fuerte que en esas ocasiones cuando el swing lo abandona y su bola termina en lugares absolutamente locos, tiene tanto el músculo como el instinto para rescatarse a sí mismo", analizó Jenkins. Y completó: "Lo que Ballesteros parece hacer cuando su plan de juego sale mal en un hoyo en particular es hacer birdie en el siguiente […]. Saca un hierro y apunta a bandera, y luego golpea la pelota allí".
Golf rebelde, elige tu propia aventura. Eso es lo que hizo Severiano Ballesteros en esos días de 1980 en Augusta, cuando con 23 años recién cumplidos acabó con 13 golpes bajo el par y cuatro golpes de ventaja sobre el estadounidense Gibby Gilbert y el australiano Jack Newton para vestirse con su primera chaqueta verde. El hijo del granjero, Seve, que creció en una casa dentro de un campo de golf, en Pedreña, en Cantabria, se embolsó 55.000 dólares de premio, pero, especialmente, cambió el curso de la historia del golf: desde ese mes de abril entre el viento y las azaleas de Augusta, los europeos abrieron su mente y se igualaron a los estadounidenses (apenas cinco años más tarde, Europa, liderada, obviamente, por Ballesteros, ganó su primera Ryder Cup y, desde entonces, los europeos han vencido en 13 de las 19 ediciones disputadas).
Y, sobre todo, Seve, sin querer hablar de su espalda para no pensar en el persistente dolor, pudo por fin regresar a España, a su hogar. Con sus padres y sus hermanos. "No me gusta que me mimen", reconoció el propio Ballesteros a la periodista Myra Gelband en un texto titulado "El hombre que odia la atención" en 'Sports Illustrated'. Y sentenció: "Supongo que soy una persona extraña".
Tan extraña como todas las demás estrellas eternas del deporte, a mitad de camino entre la genialidad y la fragilidad de los lugares más misteriosos y desconocidos de la condición humana.