Últimas tardes con Bernhard Langer: por qué la primera ronda del Masters de Augusta se ha convertido en nuestro Delorean

Nuestra infancia está llena de nombres míticos que jamás fueron nuestros héroes, pero que llenaron buena parte de nuestro tiempo libre. Por ejemplo, aquellos pioneros del golf televisado en Estadio 2, madrugadas de domingo viendo a Seve Ballesteros luchar por el Masters y a José María Olazábal retándose con Greg Norman o Ian Woosnam. Son nombres que ya no son presente sino pasado, pero que, de repente, aparecen de la nada el primer jueves de Augusta.
Empeñados en su política de invitar a los pasados campeones, algo que tan a menudo se les critica, los organizadores del Masters nos permiten durante veinticuatro horas soñar con otros tiempos. La tabla de líderes se llena de nombres que alguna vez significaron algo para nosotros: Fred Couples, Bernhard Langer, el propio Olazábal… y, en los primeros hoyos al menos, soñamos con que los nuevos tiempos son los viejos, al verlos embocar un par de birdies, aparecer en la famosa primera pantalla de la televisión americana y sonreír como quien sonríe cuando visita su antiguo instituto.
Por supuesto, casi siempre, el sueño acaba en pesadilla: los que pasan el corte, que son pocos, acaban naufragando en la tercera o la cuarta jornada. Es normal. Acostumbrados al circuito senior en el mejor de los casos, la falta de competitividad hace mella. También, un exceso de ganas de hacerlo bien, de demostrar que no están ahí para hacer bulto, sino que su invitación tiene sentido. Que son algo más que ese trío de Jack Nicklaus, Arnold Palmer y Lee Treviño que solía cerrar el recorrido en los años noventa.
Que alguno de ellos podría hacer como Tom Watson en el Open Británico de 2009 y plantarse en la última ronda como líder a los sesenta años. Al fin y al cabo, Olazábal tiene un año menos. Langer y Couples, algunos más: sesenta y siete y sesenta y cinco respectivamente. Todos ganaron en el pasado, como ganó Mickelson (54) o como ganó Ángel Cabrera (55). Todos posaron sonriente con la chaqueta verde y todos se la impusieron al año siguiente a su sucesor.
Volver a ver a Induráin o a Jordan
Estos viajes en el tiempo son imposibles en el resto de deportes. Eso no los hace menos deseables. ¿Se imaginan a Miguel Induráin compitiendo en un Tour o un Giro o una Vuelta y marcando los mejores tiempos en los pasos intermedios del prólogo? ¿A Roger Federer rompiéndole el servicio a Sinner o a Alcaraz para empezar el primer set de su partido de primera ronda de Wimbledon? ¿Por qué no recuperar a Michael Jordan para estos apáticos Chicago Bulls y dejarle compartir con Scottie Pippen los primeros minutos del primer cuarto?
Todo eso no pasará nunca, por eso nuestro único Delorean, lo que nos une con los niños que nos enganchamos inopinadamente al mundo polideportivo, son estos días mágicos de Augusta, los campos enormes, el verde presente por todos lados, las desconexiones de la televisión estadounidense que nos dejaban planos de árboles y setos mientras se desgranaba cómo lo estaban haciendo los jugadores extranjeros y se repetía algún putt de Sandy Lyle o de Nick Faldo o de Ernie Els.
Ahora bien, estos días pasarán y llegará el fin de semana de los musculosos atletas. El fin de semana de Bryson DeChambeau o de Scottie Scheffler o de Rory McIlroy. El golf de ahora, como tantos deportes, es una versión excesiva del golf antiguo. ¿Cómo creerse hoy en día que Kevin Costner podría pasar una previa y disputarle el título -y la chica- a Don Johnson? Necesitaría demasiado gimnasio y mucho más que un hierro cinco. Tal vez la culpa la tengan Tiger Woods y David Duval, esos pegadores de leyenda. Tal vez la cosa venga de más atrás y haya que responsabilizar a John Daly.
Ni idea. A mí denme el putter eterno de Langer, la flemática facilidad para el par de Nick Faldo o la genialidad en el juego corto de Mickelson y Olazábal. Dénmelo dos días, no les pido más. Si quieren añadir un chip de Larry Mize desde el antegreen, tampoco me importa. Incluso una versión en holograma de Payne Stewart y sus pantalones bombachos. Para eso se inventó la Inteligencia Artificial, ¿no? Pues que se note.