OPINIÓN

Se enamoraron tanto de París que se les olvidó que había unos Juegos Olímpicos

El personaje enmascarado porta la antorcha en la ceremonia de inauguración de los Juegos. /REUTERS
El personaje enmascarado porta la antorcha en la ceremonia de inauguración de los Juegos. REUTERS

Decía Aristóteles que fuera de la polis sólo existen dioses y bárbaros. En este caso, "la polis" sería la ceremonia estándar de cuatro horas centrada en un solo escenario, el principal de los Juegos, con su mística y su pedigrí: el estadio olímpico. La organización de París 2024 quiso salirse de esas normas aceptadas y el resultado fue dudoso. Por un lado, la celebración de la cultura francesa, de su historia, de todo lo que ha vertebrado lo que llamamos Europa, incluso lo que llamamos Occidente, resultó brillante. Por otro lado, no sé si alguien se había sentado delante del televisor para ver eso.

Seamos sinceros. Estas ceremonias son duras siempre, se haga lo que se haga. Como un All-Star Game de madrugada. La atención se desvía hacia mil lugares distintos y es complicado seguir una narrativa tan densa. Puestos a elegir, los realizadores se centraron en la ciudad y el contexto e hicieron un trabajo razonable. Material tenían para ello: desde ese libro de Malraux perdido en una biblioteca hasta el Institut Français iluminado por un efecto de luces en medio de la lluvia con los tejados llenos de observadores lejanos. En medio, desnuda, la Batalla de Samotracia en su rincón escondido del Louvre.

El asunto es que pocos quieren ver una ceremonia así por el espectáculo sino precisamente por lo que representa. Espectáculo ya hay demasiado en demasiadas otras partes. Puede que los Oscars fueran más dinámicos sin agradecimiento y con actuaciones constantes de Lady Gaga y Dua Lipa, pero no serían los Oscars. La inauguración de unos Juegos Olímpicos exige centrarse en el deporte, casi como experiencia religiosa, que diría David Foster Wallace… porque los que lo ven son, casi exclusivamente, aficionados al deporte y al olimpismo y están hechos a unos patrones que no sé si es bueno cambiar.

Tanto interés hubo en mostrar París -una París que ya no existe, por otro lado, una París que no busca mostrarse como tal, sino esconderse en el estereotipo, en una película de Woody Allen, nada que sugiera la banlieu, nada que indique que, no tan lejos de ese río que una vez dividió la ciudad en dos, puede uno encontrarse en medio de Saint-Denis y el rap beur- que se olvidaron del objeto: los Juegos Olímpicos, el desfile, el parlamento, la antorcha ardiendo en lo alto, presidiendo durante diecisiete días el verano.

Los atletas como secundarios

Porque lo cierto es que, hasta que uno le cogió el punto al ritmo frenético, a las múltiples localizaciones, a los cambios de escenario y de temática, pasó un tiempo. No sé si eso es bueno ni si la gente tiene tanta paciencia. Tiendo a pensar que no. Los atletas pasaron a un segundo plano y diría que eso es inaceptable o que sólo es aceptable en términos aristotélicos, es decir, a cambio de algo tan grande que llame a las puertas de la Historia.

No fue así. A los deportistas les metieron en unos bateaux mouches y les pusieron a desfilar por el Sena como el que mete anuncios en medio de la película. El abanderado, como bien decían en TVE, se convertía en un secundario cuando siempre había sido el protagonista. Daba la sensación de que todos molestaban. Diferenciar atletas en quince segundos de plano se volvió imposible. Nada que recordara a esas vueltas y vueltas al estadio, con chubasqueros o sin ellos. Porque es el estadio lo que une a cada país del mundo con Atenas. Porque es el estadio el destino y el origen y no un accesorio.

La retransmisión fue caótica, por decir algo. No me atrevo a decir si la lluvia ayudó, entiendo que sí. Le dio un punto humano, al menos. Quisieron abarcar tanto en su exceso parisino, que apretaron muy poco. Todo suelto. De repente, una cantante. De repente, un jefe de estado. De repente, una silueta negra enmascarada que pasea la antorcha por ese París inventado. De repente, de vuelta al campeón olímpico que ya no abandera, sino que está a un paso de caer por la borda.

Hubo algo en esta ceremonia que me recordó a la Copa Davis y a cuando Piqué se le ocurrió que el formato estaba gastado y lo cambió y resultó que al final ni la veían los de antes ni la ven los de ahora. Se queda en tierra de nadie. No digo yo que ver desfilar a atletas con sus cuestionables vestuarios sea lo más divertido del mundo, pero es lo que espero en unos Juegos Olímpicos. Porque todo lo que me distraiga de eso me tiene que traer después de vuelta. No puede ser que Michael Phelps haga un cameo cuando Michael Phelps ha de ser la estrella invitada.

La inauguración ¿de qué?

No en París 2024 o no en su inauguración, desde luego. Todos amontonados saludando con sus propias banderitas como si fueran turistas saliendo del puerto en un crucero de vacaciones. París es una ciudad para enamorarse y la francesa es una cultura sin fin, pero, insisto, para eso hay otros programas. Uno quiere ver de cerca a LeBron James junto a Katie Ledecki, quiere apreciar a Rafa Nadal junto a Rudy Fernández, al inmenso Wembanyama junto a la rotunda Clarisse Agbegnenou. Quiere anticipar, en definitiva, lo que le viene encima.

Quiere un discurso no fragmentado que gire en torno a la ciudad, sí, pero sobre todo en torno al deporte y que huya en lo posible de nostalgias. Lo que toque cuando toque, no todo a la vez roto a intervalos. No es cuestión de criticar la osadía, sino de señalar la incongruencia. ¿Qué inauguraban exactamente? No quedó del todo claro. La noche cayó y los gatos se hicieron tan pardos que, por fin, hubo un momento de reconciliación, pero muy breve.

Imposible olvidar que, durante horas, el orden fue el inverso a la lógica. A la lógica deportiva, que es de lo que hablamos. Si la máxima del minimalismo era "no expliques, muestra", los franceses demostraron por qué el minimalismo nunca fue con ellos. Allí, ni el de negro soltaba la antorcha, que daban ganas de gritarle: "Pero muévela, hombre, que están todo solos". Y solos quedaron hasta casi el final. Liberté, egalité, fraternité. Pues muy bien. ¿A qué hora es el bádminton?