JJOO

Estampitas y sombrillas: así enderezó España su medallero en un jueves mágico

Lo que hay detrás de las medallas es mucho trabajo, muchas anécdotas y mucha gente que hoy dormirá feliz.

María Pérez y la reina Letizia celebran su plata en los 20 kilómetros marcha. /EFE
María Pérez y la reina Letizia celebran su plata en los 20 kilómetros marcha. EFE
José M. Amorós
Gonzalo Cabeza

José M. Amorós y Gonzalo Cabeza

Los calendarios son caprichosos para los países que tienen más ilusión que abundancia. En España no se puede dar por hecho ninguna medalla pero se puede soñar con muchas. El runrún de los primeros días, con solo una medalla de Fran Garrigós, no generaba dudas en los deportistas pero quizá sí en algunos aficionados. En la delegación española no había ansiedad, pero sí muchas ganas. Y este jueves estaba marcado en rojo en todos los calendarios. Podía ser un día grande. Tenía que ser un buen día para que el ruido no subiese de decibelios. Y lo fue, lo fue.

Lo que muchas veces no se recuerda es que los días de los Juegos son muy largos. Empiezan muy pronto, terminan muy tarde, tienen a los representantes institucionales de la ceca a la meca, tratando de estar para apoyar a los protagonistas y hacerse la foto. También a algunos periodistas que se tienen que desdoblar para hacer la pregunta al desenlace de cada prueba.

Este superjueves empezó a las 8 de la mañana. La prueba de 20 km marcha masculina esperaba media hora antes, pero tuvo que retrasarse por una tormenta eléctrica. No iba a ser el único contratiempo metereológico de este día grande, porque a veces las distintas pruebas están cosidas con hilos invisibles.

Álvaro Martín llegaba a París bien pertrechado. Carrillo, su entrenador, apareció con una bolsa llena de estampas religiosas, porque para un creyente toda ayuda es poca. El técnico de mejillas sonrosadas y con sombrero en ristre tenía una sonrisa que no le cabía en la boca. "Otro cuarto no, por dios, otro cuarto no", le decía a su pupilo al terminar. Porque el deporte también es una sucesión de recuerdos y Carrillo había vivido eso antes y sabe cuán amarga es una victoria.

La historia del Carrillo, más allá de su despliegue de santos y su murcianía, fue el sombrero. Un pequeño homenaje a Carros de Fuego, esa película capaz de emocionar a cualquier amante del atletismo y que, por motivos distintos, también tiene un vínculo evidente con la religión.

"El COI no me puede prohibir esto", decía Carrillo, hablando de sus estampitas. Hay una parte de la realidad olímpica que la mayor parte de aficionados no saben, y es que el organismo que organiza todo esto no es el más fácil del mundo. Por su interés crematístico tiene una capacidad casi infinita de prohibir, limitar y restringir. Traten de llevar más de una marca en la indumentaria y encontrarán la ira del comité. Un poco de eso hablaba Carrillo.

Carrillo, con su sombrero, Jacinto, también lleno de alegría. Él es el entrenador de María Pérez y otro de esos rostros que se levantan cada mañana pensando en cómo ayudar para ganar una medalla. El reconocimiento nunca es suficiente, sin técnicos no hay nada. Jacinto abrazado a Quintana, el entrenador de Laura García Caro. Jacinto con la voz quebrada por la emoción, repitiendo una y otra vez que no se lo podía creer.

Pero la foto de la marcha estaría incompleta solo con ellos. En esa preciosa llegada también miraba Misgana Wakuma, un sorprendente diploma venido de Etiopía; Pepe Peiró, que es el seleccionador nacional, y todo el clan McGrath. Una decena de personas —escoceses, irlandeses, españoles— esperaba en el final, al joven Paul, también marchador, del mismo modo que antes habían estado discutiendo sobre la pasión común, el Celtic de Glasgow. Porque el fútbol puede no ser el centro de los Juegos Olímpicos, pero si uno quiere desengrasar, poner la mente en blanco, es un aliado inmejorable.

El boxeo y el judo

En esto de los Juegos hay que probar de todo. Entre otras cosas, pegarse puñetazos. Reyes Pla se subió al ring pensando en llegar a Roland Garros, porque el templo del tenis espera a los que menos tocados han salido de la lucha cuerpo a cuerpo. El equipo español es realmente fuerte en París, han ido ganando combates y combates y se han plantado todos los chicos con sabor a medalla. El primero en jugársela era El Profeta, y bueno será que lo suyo sea un advenimiento de todo lo que está por venir. 

"¡Estoy sudando! ¡por fin, por fin! ¡ya era hora!". Ayoub y Lozano, compañeros de selección, gritaban y reían desde la grada. Gana uno, ganamos todos. Los deportes que no salen a todas horas en la televisión tienen tendencia a la camaradería y el cariño entre los deportistas. Todos saben lo que cuesta estar ahí y por eso entienden mejor que nadie lo que significa haberlo logrado.

Sus gritos resonaban en el estadio, pero no eran los únicos que celebraban. Alejandro Blanco, que necesita multiplicarse en estos días de gloria. De grada en grada, de centro en centro. Levantando las manos y saludando a los protagonistas. Puños levantados para animar al Profeta.

Blanco es el presidente del Comité Olímpico Español y, por lo tanto, el dirigente de todos los deportistas, pero si hay un deporte que le toque de lleno es el judo. El deporte de su vida, uno en el que España tiene mucha tradición. De grandes victorias y, también, de amargas derrotas, quizá más que en cualquier otro deporte.

Niko Sherazadishvili, Shera, tiene demasiada experiencia en esto último. Es un excelente judoka, pero se ha pegado en dos Juegos consecutivos contra un muro que no ha sabido franquear. El deporte también es gestionar la derrota, aceptar lo que te pasa. Niko estaba triste, distante, con la mirada perdida y pocas ganas de hablar, ni con la prensa ni con nadie. Lo más bonito es contar las grandes gestas, pero para Shera, que ya había estado en esto antes, no había consuelo posible. Los Juegos son cada cuatro años, cada oportunidad que se escapa es un puñal al corazón.

La piragua, la vela

Mientras él amargor no podía escapar al judoka, en el canal de aguas bravas llegaba una sorpresa. ¿Hay algo mejor que una gran sorpresa olímpica? Pau Echaniz lleva un kayak y eso en España es decir algo. Hablar de la tradición del país en este caso es caer en una generalidad algo vaga, porque Echaniz es hijo de la piragua. Su padre Xabi, es su entrenador y también el de Maialen Chourraut, su madrastra. Los españoles, más que en otras nacionalidades, tienen tendencia a abrazarse por cualquier cosa y con cualquier persona, pero es obvio que todo esto se sublima cuando quienes te abrazan son los que también te esperan en casa para cenar.

Ella, tres veces campeona, esta vez se quedó lejos de la medalla. Pero el testigo se ha entregado, Pau es joven y lo suyo acaba de empezar. Él fue de los primeros en salir en su prueba y, por lo tanto, vio como uno tras otro se montaban en la piragua con las aviesas intenciones de superarle y arrebatarle la medalla. Los moradores del podium, sentados en sillas, se congratulaban cada vez que algún rival marcaba un tiempo en rojo o se daba con una puerta. Las caras eran más de alivio que de alegría, en estos casos la felicidad solo llega al final.

Y el final todavía no ha llegado para Botín y Trittel. Hoy era el día de la medalla, porque lo han hecho tan bien durante toda esta semana que no esperan otra cosa, pero el viento o su ausencia les ha dilatado la espera. Habrá que ver el color, quizá el amarillito de los campeones, que no le iría nada mal a la delegación española.

El deporte tiene siempre algo de desafío a los nervios del competidor, pero quizá en el caso de ellos dos el destino ha sido un poco más retorcido. Se embarcan, empiezan, van volando. Nada, hay que reiniciar por falta de viento. Se embarcan, empiezan, sufren, están que si sí. Nada, otra vez al puerto, no va a ser este superjueves el que defina su medalla sino un viernes que, quizá, también vendrá lleno de premios y alegrías.

A esta prueba de estrés habría que sumarle el calor. El Mediterráneo vive días de canícula y en Marsella apretaba el sol. Mal compañero siempre, incluso para la gente del mar. Para proteger a los deportistas en los ratos muertos, mientras se esperaba que el viento les diese una oportunidad, aparecían de la nada técnicos con sombrillas o toallas llenas de hielo. Tanta tensión, tantos nervios, y encima este bochorno.

Cuando hasta los reyes del sillón bol estaban extenuados, salieron a la pista los que, quizá, son los primeros espadas de la delegación española. Carolina Marín, que es campeona de bádminton, Carlos Alcaraz, que es Carlos Alcaraz. Dos victorias sufridas, dos opciones más de medalla que, si llegan, no serán este jueves. Pero, en todo caso, también son un poquito más en un día de gloria.

En todo esto, quizá se podría haber cambiado el final. Hugo González se tiró a la piscina con toda la intención de pillar una medalla. No duerme en la Villa y esta mañana renunció a nadar otra prueba sabiendo que todo lo bueno o lo malo que le tenía que pasar en este día se concentraba en la tarde. Era una prueba muy ajustada, y la medalla no llegó. Le quedan el relevo de estilos y un futuro por delante. Y a España, unos cuantos días más para ir hinchando el historial. Las expectativas son altas, hay que rubricarlo.