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El Rey Felipe de la Villa Olímpica del 92: la cama le quedaba pequeña, iba en bici y un "a veces pagábamos la cena y otras no"

"Se movía como uno más, en la villa éramos como una comunidad de vecinos", recuerda su compañero Fernando León.

El Rey Felipe, de abanderado en Barcelona 92. /CASA REAL
El Rey Felipe, de abanderado en Barcelona 92. CASA REAL
Nacho Gómez
José M. Amorós

Nacho Gómez y José M. Amorós

El 25 de julio de 1992 albergó una de las imágenes más populares de la historia del olimpismo español: la del entonces Príncipe Felipe haciendo de abanderado de la comitiva patria. El orgullo en la voz de Olga Viza, las lágrimas de la Infanta Elena, la cara de satisfacción plena del actual rey de España... momentos que han quedado retratados en nuestra memoria colectiva.

"Tuve el inmenso honor de ser abanderado en Barcelona 92 con el orgullo inmenso de representar a nuestro deporte, a España, en la mayor y más importante convocatoria deportiva del planeta", relataba Felipe IV hace pocos años, en un vídeo conmemorativo de los Juegos Olímpicos barceloneses.

Sin embargo, no hay que olvidar que el hecho que le catapultó para ser abanderado fue su participación como deportista en la cita olímpica, lo que le llevó a vivir una experiencia a la que estaba poco acostumbrado: compartir su vida diaria con el resto de deportistas en la Villa olímpica. Fue, además, el primer competidor español que se acreditó en las instalaciones, concretamente el día 12 de julio.

Don Felipe se alojó en uno de los edificios de la Villa en el que sus compañeros de la vela se instalaron en un piso entero. "Era como uno más y él creo que se sentía más a gusto por ello", cuenta Natalia Vía Dufresne, compañera del equipo español y subcampeona olímpica de la clase Europe en Barcelona. Allí compartió habitación con uno de sus compañeros de tripulación, Alfredo Vázquez. Como anécdota, al igual que pasó con los jugadores de baloncesto, la envergadura del entonces Príncipe (mide 1,97 m.) obligó a que le cambiaran la cama ya que se le quedaba pequeña.

Su método de transporte habitual era la bicicleta, con la que se le veía acudir diario al Port Olímpic, donde se celebraron las regatas y que estaba pegado a la Villa Olímpica. Eso sí, los escoltas no se separaban de su lado a cada paso, lo que provocaba el cachondeo del resto de regatistas españoles: "Aunque los escoltas iban camuflados vestidos de paisano, ya les conocíamos y era gracioso".

Todos los focos al barco del Príncipe

Felipe de Borbón compitió en la clase Soling junto al mencionado Alfredo Vázquez y a Fernando León, uno de los mejores amigos que ha tenido y sigue teniendo el monarca a lo largo de su vida. "Yo ya tenia una buena amistad en esa época con el Rey, entonces Príncipe, habíamos navegado juntos en 420, y hablamos de montar equipo para poder ir a los Juegos. El barco que más podía encajar por la disponibilidad de tiempo y nuestras características era el soling, con tres tripulantes, que además tenía la novedad de que se competía en match race, barco contra barco. Nos metimos a tope a entrenar, vivimos en Barcelona y en primera persona fue una explosión del deporte español, fue una experiencia maravillosa", recuerda Fernando León en conversación con Relevo.

"Ahí teníamos más recursos económicos y eso nos hacía crecer, podíamos competir contra los mejores. En el formato se clasificaban los seis primeros para la final y entramos sextos; se quedó fuera gente como Russell Coutts, que fue octavo... Había mucho nivel: Jochen Schuemann, Jesper Bank, Lawrie Smith… contra todas esas 'perlas' nos enfrentábamos, y por experiencia a nosotros nos faltaba un poquito en el match race; aún así logramos entrar en semifinales… sacamos un diploma olímpico y fue una campaña dura que guardo con mucho cariño. Había demasiadas presiones, no solo porque navegara con el príncipe, sino que la vela y el deporte español estábamos en auge y había que intentar sacar los mejores resultados", relata León, que sería campeón olímpico en Atlanta 96.

Y es que si ya todos los deportistas españoles tuvieron un seguimiento especial en la cita olímpica de casa, ello tenían una presión extra: la de llevar a uno de los miembros de la Casa Real en el barco con todo lo que eso significa. "Tenían todos los focos. Llevaban a un príncipe en el barco y todas las miradas iban a ellos, tenían toda la presión", recuerda Vía Dufresne: "El pobre [Felipe] no se podía entrenar como un deportista cualquiera porque tenía otras responsabilidades. Entonces, combinar las dos cosas era muy difícil".

Pero la aventura olímpica fue más allá de aquellos días en la Ciudad Condal, había comenzado varios meses antes con todo el circuito preparatorio: "Llevábamos dos años en las competiciones de todas las clases olímpica y él era uno más. En alguna fallaba, y había una persona que le sustituía. Pero cuando podía, él se venía a Alemania, Francia...". Eso sí, cuando la cita era en España todo se complicaba: "Si estábamos en el extranjero no lo reconocían tanto, pero si íbamos a Cádiz, donde también había una regata allí..., te puedes imaginar".

"¿Pagar las cenas? A veces sí y a veces no"

Natalia Vía-Dufresne Miembro del equipo nacional de vela en Barcelona'92

Después de la competición, Felipe de Borbón se sumó a la fiesta que celebraron todos los regatistas del equipo español de vela, que tenían incluso su particular centro neurálgico: el bar París, que sigue teniendo abiertas sus puertas hoy en día. "Cuando íbamos a cenar con él, nos trataban... ¡vamos! ¡súper bien!", desvela Vía Dufresne, que cuenta que ir de bares o junto con un futuro rey se obtienen beneficio: "¿Págábamos las cenas? A veces sí y a veces no", cuenta entre risas. El último día de competición, una multitud de deportistas acordonó la calle y era prácticamente imposible caminar por ella. Y, entre todos ellos, un futuro rey de España que acababa de cumplir su sueño de participar en unos Juegos Olímpicos.