GIMNASIA

Laura Muñoz, la primera española con un 10 en gimnasia deportiva que suspendía educación física: "Rompí la brecha con las rumanas, checoslovacas o rusas"

Desde 2008 está en la Fundación Madrid por el Deporte. También se encarga de ayudar a los deportistas en su proceso de decisión de la retirada.

Laura Muñoz, en una imagen de archivo. /
Laura Muñoz, en una imagen de archivo.
Íñigo Corral

Íñigo Corral

¿Puede suspender una profesora de educación física a la alumna que consiguió sacar por primera vez en España un diez en gimnasia artística? Es difícil de creer, pero ocurrió. Laura Muñoz, una madrileña de 54 años, había sido convocada para acudir a los Juegos del Mediterráneo que en 1983 se iban a celebrar en Marruecos. Allí, la gimnasta se colgó tres oros y una plata. La prensa la bautizó como La Reina de Casablanca. Su éxito acaparó de inmediato la atención de los periodistas. Uno de ellos se interesó en saber si en el colegio sacaba dieces en gimnasia. Ni se imaginaba el alcance real de su pregunta. La respuesta dejó helado a más de uno. "La verdad es que me han suspendido", confesó sin rubor. 

La explicación cuadra con los antiguos modelos de enseñanza. La joven tenía que hacer dos exámenes para aprobar la asignatura. En el primero obtuvo la máxima calificación y al segundo no se pudo presentar porque ya estaba compitiendo con la selección española. La profesora, ni corta ni perezosa, hizo la media, y salió suspenso. "A la pobre le hice famosa cuando conté aquello", recuerda. Tres años más tarde obtuvo el único diez que hasta la fecha ha conseguido en gimnasia deportiva una española.

Desde los tres años ya daba señales inequívocas de que quería ser gimnasta. "Es que era muy movida y me pasaba el día en casa haciendo el pino y dando volteretas". A los siete, cuando estudiaba con las monjas en el colegio Stella Maris, sus padres le llevaron junto a su hermana al polideportivo de La Concepción para que practicara natación. Aquello no le convenció mucho porque se solía escapar, "e iba al pasillo de al lado para mirar puesta de puntillas por una ventanita y ver cómo otras niñas hacían gimnasia". Después de dar bastante la lata, convenció a sus progenitores. "A ellos le dio un poco igual porque lo único que querían es que hiciera algo de deporte". Muy pronto se pudo comprobar que no se trataba de un simple capricho. Ganó un campeonato promocional y poco después se convirtió en la mejor alevín de Castilla. En el verano de 1980, hubo un cambio de entrenadores y Jesús Carballo, Fillo, le convenció para que fuera a entrenar con las niñas del equipo nacional.

Carballo fue acusado años más tarde por dos exgimnastas a su cargo de haber abusado sexualmente de ellas y de haberlas sometido a vejaciones. Por la vía penal, el asunto quedó archivado porque el delito había prescrito. Entonces, Carballo le demandó por la vía civil al entender que se había vulnerado su derecho al honor. El asunto, finalmente, fue desestimado por el tribunal supremo porque la denuncia de la exgimnastas "tenía suficientes visos de seriedad y una cierta verosimilitud".

Laura no evita la cuestión: "Fue mi entrenador desde que empecé a los diez años hasta que me retiré y aún sigo en contacto con él. Lo único que puedo decir es que nos trataba con respeto y nos cuidaba muy bien. Me cuesta mucho creer esa historia", afirma.

Competir al máximo nivel tenía un precio que la madrileña estaba dispuesta a pagar. Iba al gimnasio tres horas diarias de lunes a viernes. "Hasta renunciaba a ir a los cumpleaños de mis a amigas porque prefería ir a entrenar". Sus padres también tuvieron que hacer algún que otro sacrificio para ir a buscarle todos los días y llevarla a casa, algo que aún agradece. "La familia es súper importante para estas cosas".

Cuando empezó a competir a nivel internacional tuvo que aprender a organizarse. A tan temprana edad compaginar gimnasia y estudios no es nada sencillo. "Como entrenaba por la tarde aprovechaba para estudiar todos los ratitos que tenía en el recreo, en la hora de la comida o cuando volvía de noche a casa", explica. El apoyo de sus padres era fundamental para ayudarle a crecer como mujer y deportista. "Nunca me pidieron sobresalientes pero sí me dijeron que no podía dejar de estudiar por la gimnasia". Así de madura se presentó una niña de solo 14 años a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. Al poco de entrar en la villa se dio de bruces con Carl Lewis, el velocista norteamericano que iba a ser la auténtica estrella en aquella olimpiada donde con cuatro oros igualó el récord que en 1936 consiguió Jesse Owens ante un enfurecido Hitler. "Era muy chiquitilla, así que a lo mejor coincidí con más deportistas importantes pero no me enteré", añade entre risas.

A Laura Muñoz le gustaba la barra de equilibrios y el salto. Las paralelas asimétricas y suelo algo menos, aunque siempre fue bastante regular en ambos aparatos. Con esta carta de presentación aterrizó en sus primeros Juegos Olímpicos. "La experiencia estuvo muy bien", comenta. Logró meterse en el grupo de las 36 gimnastas que pasaron a la fase final. Quedó en el puesto 14. Nada mal para una novata, sobre todo para alguien que competía con atletas de la Europa del Este antes de la caída del muro de Berlín y que estaban a años luz de las españolas. "Está mal que lo diga pero fui la primera gimnasta en romper un poco la brecha con las rumanas, checoslovacas o rusas que hasta entonces parecían intocables". Era la época en que pesaban sobre las deportistas del denominado bloque soviético sospechas de dopaje o de ingesta de hormonas para retrasar su crecimiento, lo que les permitía seguir compitiendo más años en la élite.

"La gimnasia es un deporte muy técnico que no precisa del dopaje para ser mejor", explica. Además, afirma que sus padres "jamás" le hubieran permitido consumir ese tipo de sustancias. Sin embargo, sí había gente que se interesaba en averiguar por qué eran más flexibles que el resto de los mortales. "Hasta nos preguntaban si nos quitaban alguna costilla para poder doblarnos mejor", añade. La explicación es bastante más sencilla que todo eso. Laura Muñoz sostiene que las gimnastas suelen ser pequeñitas "del mismo modo que las que juegan a baloncesto son más grandes". ¿Por qué? Pues porque a las deportistas altas, por su eje de rotación, les es más complicado hacer un mortal. "Las pequeñitas, en cambio, tenemos el centro de gravedad más bajo y por eso mantenemos mejor el equilibrio".

A nivel nacional, la carrera deportiva de la madrileña fue muy exitosa. Ganó los campeonatos de España en 1984, 1985 y 1987, (en 1986 estaba lesionada), no porque fuera muy superior a sus rivales, sino por su gen competitivo. "Las otras chicas entrenaban muy bien pero a lo mejor se ponían un poco más nerviosas porque yo era capaz de controlar mis nervios". Un año antes de acudir a Seúl, Laura Muñoz la lió en el campeonato nacional celebrado en Sabadell. Aquel verano estaba muy tranquila. Tenía que hacer dos saltos y una fe ciega en sus posibilidades. Había ensayado hasta el aburrimiento el salto yurchenko, en recuerdo a la gimnasta rusa triple campeona del mundo Natalia Yurchenko.

La madrileña emprendió una veloz carrera de 25 metros, que es la distancia que le separaba del potro. Al aproximarse al trampolín puso sus manos en el suelo para hacer una rondada y se impulsó de espaldas para alcanzar el aparato. Ya en el aire cogió la suficiente altura para salir con un mortal en plancha con pirueta. Al impactar en el suelo dio un "pasito" lateral con un pie y los jueces le recompensaron con un 9.90. "Fue entonces cuando me di cuenta de que si clavaba el siguiente podía sacar un diez", recuerda. Y así fue. El segundo intento le salió perfecto. Lo demás ya es historia de la gimnasia española. "Pararon la competición y todo el mundo empezó a aplaudir". Entre el público estaban sus progenitores. "Mi padre no lo vio porque siempre se ponía muy nervioso y se movía mucho por las gradas, pero mi madre sí". Ya no hubo más dieces en su dilata carrera. En otro campeonato de España obtuvo un 9.95 en barra de equilibrios y algún que otro 9.90 fuera de territorio nacional.

Su clase como gimnasta no era vista de igual forma cuando salía a competir al extranjero. "Era muy complicado porque no nos conocían", se lamenta. En su opinión, los jueces eran más generosos a la hora de puntuar a chinas, rumanas o rusas. El pedigrí de estos países, al haber estado muchos años en la élite, provocaba que se cometiera más de una injusticia con las españolas. Como dice Laura Muñoz, "nos faltó dar ese pasito para haber llegado alguna vez al pódium". Poco a poco empezaron a respetarlas y a valorar mejor sus ejercicios. Nada de rendirse "porque es que no te quedaba otra". Aquel glorioso año de 1987 para la madrileña culminó con otros cinco oros en los Juegos del Mediterráneo de Latakia, la principal ciudad portuaria de Siria. De ser para la prensa La Reina de Casablanca, pasó a convertirse en La Emperatriz de Latakia.

A Seúl 88 llegó con mucha más experiencia competitiva. De nuevo se metió en el selecto grupo de las 36 mejores, y cuando acariciaba el décimo puesto, un fallo en barra le relegó a la vigesimotercera posición. A su vuelta a España paró para recuperarse del dolor que padecía desde hacía meses en un codo. Le hicieron una artroscopia para quitarle el ratón articular, lo que le obligó a descansar unos meses. A su vuelta en 1989, un subcampeonato de España, alguna que otra competición a nivel internacional y poco más. La decisión de retirase estaba decidida y la formalizó en primavera de 1991. "No me veía físicamente para aguantar tres años más con la idea de llegar a Barcelona y como sabía que no iba a estar al cien por cien, preferí dar paso a otras compañeras", espeta. No abandonó del todo la gimnasia. Se quedó como entrenadora hasta los Juegos Olímpicos y luego ya se apartó de forma definitiva.

Su siguiente decisión fue regresar a los estudios. Acabó Magisterio e hizo los cursos del doctorado en Psicopedagogía antes de entrar como docente en un colegio de Madrid. Después de diez años, "y por circunstancias de la vida", le volvió a picar el gusanillo del deporte. Le atraía la tarea de gestión más que la de volver a ser entrenadora. Eso le llevó a la Fundación Madrid por el Deporte donde está desde 2008. Entre sus tareas están las de facilitar becas a los deportistas madrileños olímpicos y paralímpicos o la de utilizar el deporte como herramienta para hacer una sociedad mejor y más justa a través de inclusión social con proyectos de formación para gente con riesgo de exclusión social.

También se encarga de ayudar a los deportistas en su proceso de decisión de la retirada, "que son unos momentos muy complicados cuando te pones a pensar y ahora qué hago". A ella misma le costó mucho asumirlo. "Desde los 7 a los 21 años no había hecho otra cosa en mi vida que competir y entrenar, al margen de estudiar", admite. Su caso es mucho menos complejo que el de los deportistas que abandonan su actividad pasados los treinta años y que carecen de cualquier tipo de formación. "Yo, por ejemplo, era muy joven y tenía más márgenes para reorientar mi vida a través de los estudios universitarios o de cualquier otro tipo de formación". Su trabajo, básicamente, consiste en prepararles para algo que les pueda interesar al margen del deporte, ya que "el haberte dedicado de lleno a algo con lo que disfrutabas al máximo, luego cuesta mucho encontrar otra actividad que sirva para tapar ese vacío".