JJOO | GIMNASIA

"Eres Simone Biles y puedes hacer lo que quieras": la gran mentira que casi se lleva por delante a la mejor gimnasta de la historia

El último documental de Netflix sobre la ya leyenda olímpica y ahonda en su viaje por los infiernos y da varias lecciones sobre el deporte.

Simone Biles, durante un entrenamiento en los JJOO de Tokio/Getty Images
Simone Biles, durante un entrenamiento en los JJOO de Tokio Getty Images
Guillermo Ortiz

Guillermo Ortiz

"Necesito escribir mi historia en mis propios términos", así explica Simone Biles en la serie documental que estrenó hace poco Netflix su decisión de volver a los gimnasios después de la debacle de Tokio 2020 y plantarse en un nuevo ciclo olímpico en París. Aunque no lo diga específicamente también es la razón del propio documental, en el que vemos a Biles segura, fuerte, firme, no como un bicho raro que se esconde, sino como alguien que, de repente, se enfrentó al abismo de la perfección y tembló del vértigo.

Las necesidades de Biles son tres y las tres se satisfacen a lo largo de algo menos de dos horas. Vayamos por orden cronológico: la mejor gimnasta de todos los tiempos, la que más movimientos ha conseguido que lleven su nombre, se derrumbó en Tokio cuando era la gran estrella no solo de su deporte sino de los Juegos como tales. Sin un Bolt o un Phelps que la hicieran sombra, Biles volaba -literalmente- en solitario. Todo eso, después de meses de aislamiento obsesivo por el Covid, sin su familia, sin sus amigos, sin nada a lo que agarrarse.

Su versión es sencilla y se cuenta sin subterfugio alguno: "Me entraron los twisties". Tal vez nosotros lo traduciríamos como "el tembleque", pero no sería del todo exacto. Como explica la propia Biles, los twisties pueden tener o no su origen en una cuestión psicológica, pero acaba convirtiéndose en algo totalmente físico. En eso no se diferencian de un ataque de ansiedad sostenido en el tiempo. De repente, sin venir a cuento, el cuerpo ya no responde a la mente. Se pierde la coordinación, que es la clave en cada ejercicio. La más simple rutina se convierte en un riesgo de lesión… y Biles, además, no entiende de rutinas simples.

Así, Biles se vio en la encrucijada de demostrarle al mundo que, como le repetían sus compañeras de equipo: "Eres Simone Biles, puedes hacer lo que quieras" o afrontar la realidad: puedo hacer solo lo que mi cuerpo me permita. Y lo que le permitía en Tokio era sentarse, sola, a mirar al resto de competidoras y amigas. Intentar tan solo cualquiera de sus ejercicios imposibles podía derivar en un riesgo mortal, un desequilibrio que le hiciera aterrizar con la nuca o con la espalda y pusiera en serio riesgo su integridad física.

La chica que no quiso ser Kerri Strug

Biles no dejó tirado a nadie. Biles se protegió. Aquí llega el segundo objetivo del documental: defender que el deportista puede cuidarse, que no tiene nada de malo. Que sí, que el deporte tira de épica a menudo, pero que esa épica siempre la ponen los mismos. Biles habla y habla de lo que sabe: de las condiciones de las gimnastas, a menudo menores de edad, en el mejor de los casos, postadolescentes, dispuestas a hacer lo que sea con tal de agradar a sus entrenadores, a sus preparadores, a todo el entorno competitivamente insano que rodea a un deportista profesional.

Biles quiere dejar claro que no pasa nada por no ser Kerri Strug, aunque la comprenda. ¿Y quién es Kerri Strug?, se preguntará el lector. Strug era una de las "siete magníficas" que presentó Estados Unidos a los Juegos Olímpicos de Atlanta 96. Tenía 18 años, apenas medía 1.40 y toda la presión de todo un imperio estaba sobre sus hombros. De ella dependía que el oro por equipos, el más prestigioso de todos, se quedara en casa o viajara a Rumanía. Tenía que clavar su salto sobre el potro.

Solo que Strug, visiblemente alterada, falló en su primer intento y se torció el tobillo. Los gestos de dolor eran inmensos, al borde de las lágrimas. Todo el mundo podía verlo. También sus entrenadores, los mismos que habían aupado a Comaneci a lo más alto en 1976 y que ahora le insistían: "Puedes hacerlo, puedes hacerlo". Completamente coja, Strug volvió a intentar el salto, inició la carrera, clavó el apoyo y apenas se desvió un poco en la caída. No fue un salto impresionante, pero sí suficiente. Valió la victoria.

Pero ¿a qué precio? Esa es la pregunta de Biles. ¿Qué habría pasado si Kerri se hubiera negado a saltar lesionada, como se le aceptaría a cualquier futbolista o tenista o deportista de cualquier clase? Si cualquier cosa hubiera salido mal, si el dolor se hubiera hecho insoportable en la carrera, si la caída hubiera reventado para siempre ese tobillo, ¿quién habría cuidado de la perdedora? Strugs no era Biles. No lo había demostrado todo mil veces. Biles pudo hacer lo que Strugs se vio condenada a evitar: tomar sus decisiones, cuidar de su cuerpo (y de su cabeza), gestionar la presión y decir adiós antes de que fuera demasiado tarde.

El retorno de la reina

Nadie lo entendió. Ni entonces ni ahora. De lo contrario, no haría falta explicarlo en Netflix. De lo contrario no habría caído en una horrible depresión que la tuvo entre lágrimas, ya en casa, durante meses. Lo que nos lleva al tercer objetivo… demostrar que no hay nada de frágil ya en esa chica con 23 oros mundiales y 5 oros olímpicos. Que lleva su vida, con su nuevo marido, jugador de fútbol americano; que sigue entrenando, que no ha perdido el apetito por el triunfo y que en París 2024, si puede, se despedirá como se tendría que haber despedido en 2021.

Porque, al fin y al cabo, los twisties nos permitieron conocer al ser humano, pero no destruyeron a la gimnasta. Biles vuelve a los Juegos consciente de que todas las miradas vuelven a estar en ella, pero a la vez con el alivio de haber avisado antes: si algo sale mal, si algo puede echar por tierra, no ya su carrera, sino su propia salud, que no cuenten con ella. Que sean otros los que alimenten el circo del citius, altius, fortius. Que ella ya tiene 27 años y ya tuvo suficiente con sus padres alcohólicos, con esa infancia desestructurada en la que solo la generosidad de sus abuelos permitió que saliera adelante.

Que no es la muñeca de nadie ni la gladiadora sobre la que se decide la vida o la muerte. Es la campeona. Y en ese propio concepto, parece insistir Biles, se incluye el triunfo deportivo, pero también el personal. Es decir, la capacidad de decidir. De decir: "Adiós, muy buenas" y volver aún más fuerte. Así, París 2024. En breve. En sus propios términos.