JJOO | HOCKEY

Las genialidades de José Brasa que llevaron al oro al hockey en Barcelona '92: "Todos mis inventos se acabaron comercializando"

Su bisabuelo conoció a Julio Verne y él utilizó sticks personalizados, zapatillas blancas y entrenamiento innovadores.

José Brasa, en la inauguración del campo que lleva su nombre en Lieja, en Bélgica. /JOSÉ BRASA
José Brasa, en la inauguración del campo que lleva su nombre en Lieja, en Bélgica. JOSÉ BRASA
Alberto Martínez

Alberto Martínez

La historia de José Brasa empieza con Julio Verne. Sí, el escritor francés de Viaje al centro de la tierra' o 20.000 leguas de viaje submarino. Y se sitúa en 1884, en Vigo, cuando a bordo de su velero Saint-Michel III una avería le obligó a realizar una parada técnica en una ciudad que ya conocía. Acudió a Antonio Sanjurjo Badia, bisabuelo del seleccionador de hockey que llevó al oro a la Selección femenina de 1992, cuya familia ya era innovadora en aquella época. "Una de sus ideas era arreglar la hélice sin varar la embarcación: llevaba chatarra de la fábrica y la cargaba en la proa para que se levantase la popa y poder hacer la reparación en el mar", explica desde Bélgica el propio Brasa, a los 73 años, con una memoria privilegiada, y con la vista puesta ahora en París 2024 como espectador.

Las ideas de su bisabuelo, el 'amigo' de Verne, le llevan a bromear ("mi abuelo fabricó una boya sumergible que podía lanzar torpedos, y cuando los americanos lo escucharon firmaron la paz en su guerra por Cuba y Filipinas en 1898"), pero descubren la imaginación heredada de sus ancestros, incluso de su tía, la primera que introdujo el hockey en Galicia. "Mi abuelo tenía unos buenos principios y sus hijos fueron a la universidad a Madrid. Mi tía María Antonina conoció a la flor y nata de los años 20 y 30 en la capital. En la residencia de los chicos tenían campo de hockey y ellas podían visitarlo y jugar, así que allí se aficionó; en la de las chicas había pistas de tenis pero ellos no podían acudir. Mi tía le propuso a Ana de Maeztu, la hermana de Ramiro y directora del centro, una medida de igualdad en aquella época para que los chicos pudieran jugar a tenis", rememora.

María Antonina fundó el primer club de hockey en Galicia y los más de 60 primos que tuvo Brasa se aficionaron al stick, pero ninguno llegó a su dedicación, que le llevó a cursar los estudios de entrenador con 17 años en Madrid en el primer título que impartió el gobierno. Fue el tercero de la promoción. Y empezó a entrenar en 1969. Y lleva 55 años seguidos: "Lo primero es ser buena persona. Luego me he preocupado de cómo aprende el cerebro, de los refuerzos positivos. Ya lo decía Borges, hay que tener ojos para ver las cosas buenas. Para mí el paradigma es Del Bosque, excelente persona, por eso lo buscan todos. Y, por último, es clave investigar en cómo mejorar la técnica individual en el hockey".

Todos esos pensamientos han convertido a Brasa en un histórico que llevó a la Selección femenina al oro en los Juegos de Barcelona cuando nadie apostaba por ellas, a tener un campo a su nombre en Lieja (Bélgica) o a firmar un contrato hasta 2031 con su nuevo club, por lo que se seguirá ligado a un banquillo hasta los 80 años. "Estoy muy contento de ser querido y apreciado", cuenta.

Las tres fases que visualizó el gallego para lograr el título

El gran éxito, fruto de un proceso quirúrgico, de Brasa fue aquel inolvidable oro de Barcelona '92. El seleccionador lo visualizó desde el primer día y tejió una estrategia para profesionalizar el equipo. "La primera de ellas era que necesitábamos jugadoras con experiencia, y teníamos un problema: muchas se casaban y se retiraban. Así que, en 1987, hice una reunión para presentarles quienes querían ser las primeras en participar en unos Juegos. Ya tenía su compromiso para cinco años", comentó. Hubo alguna excepción como Mercedes Coghen, pero siguió jugando y fue una jugadora trascendental en Barcelona. En el Mundial de 1990, España fue quinta. Y allí empezó la segunda fase.

"Ese verano trabajé intensamente con la Sub-21. No podían sentirse figuras, así que creé un grupo amplio y de presión. Que no pensaran que estaba todo hecho. Hasta cuatro júniors llegaron luego a Barcelona", remarcó. Y el tiempo pasó y en octubre les planteó que debían dejar de trabajar y empezaron una concentración de seis meses entre Terrassa y Cuba. "Luego llegó la charla famosa de los costes y beneficios de ser oro olímpico". Esta última explicada al dedillo en el documental de Movistar. España llegó a los Juegos afinada. Pero llegarían entonces las mejores innovaciones del Julio Verne del hockey.

Las cuatro innovaciones de Brasa: «La importancia de la técnica»

El oro llegó por los pequeños detalles que controló Brasa, un auténtico alquimista o, como él define, "mis inventos que luego se comercializaron". En aquellos Juegos, cada jugadora tenía un stick hecho a medida, donde variaba el grosor y la longitud en función del tamaño de los dedos. "Es la importancia de la técnica. Es como el golf, la precisión es importante. Estudié química y me gusta la física. Todas tenían un palo modificado", detalla, y reflexiona: "Les daba seguridad psicológica, sabían que era su palo", añade. A esa innovación se une las zapatillas blancas, un color que la federación internacional prohibió después: "Era para evitar el contraste entre la bola y las zapatillas negras. Es más difícil de ver por los árbitros, y jugando en casa eso generaba confusión...", añade. En Atlanta las utilizó de color verde al prohibir las blancas... y volvieron a censurarlas.

"Las zapatillas blancas eran para evitar el contraste entre la bola y el color negro"

Cuando las jugadoras llegaron a la Villa, Brasa contrató a una productora de vídeo para que las siguieran a todas partes y les hicieran preguntas para que se acostumbraran a los periodistas cuando llegaran los Juegos. "No estaban habituadas y eso les ayudó", relata Brasa a Relevo. Y con razón, ya que la expectación de aquel equipo que se colgó el oro en Terrassa fue en aumento. "Las chicas de oro", las bautizaron. Y no era para menos, al ser el primer equipo de la historia en ser campeón olímpico.

Hasta las porteras se sometieron a un novedoso entrenamiento para mejorar los reflejos y la anticipación. "Utilizábamos cortinas y mamparas para reducir la visibilidad", cuenta. Meses antes, además, jugó un partido con 11 jugadoras de campo utilizando una triquiñuela del reglamento. Solo especificaba que la portera debía llevar casco, sin más detalles, y Brasa le colocó un casco de ciclista. Debían ganar por 14 goles a Francia para pasar a las semifinales del Europeo... ganaron por 13.

Explorador de la neurociencia, lector empedernido, Brasa fue uno de aquellos genios de los años 80 y 90 que llevaron el deporte español a límites nunca pisados. Y ahora se mantiene activo gracias a su pasión y a esas invenciones que heredó de su bisabuelo cuando conoció, de sopetón, a un tal Julio Verne. Una historia que le maravilló tanto que le ha copiado hasta el ingenio.