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No es exagerado decir que Nadal ya ni recuerda quién es Djokovic

Carlos Alcaraz abraza a Rafa Nadal para celebrar el triunfo en segunda ronda del torneo de dobles./Efe
Carlos Alcaraz abraza a Rafa Nadal para celebrar el triunfo en segunda ronda del torneo de dobles. Efe

París.- No, Paris no era una fiesta. Era más bien un infierno, es un infierno. Pero en esa pista Suzanne Lenglen, donde al sol la sensación térmica superaba de largo los 40 grados, Rafael Nadal y Carlos Alcaraz sí le daban forma a una fiesta. Un fiestón. Podría haberse pensado en un duelo post-Novak Djokovic, en la depresión del gran campeón, pero nada de eso: el dueño de 14 trofeos de Roland Garros está jugando el dobles con el entusiasmo, la entrega y el deseo propios de alguien que recién comienza a descubrir el tenis y los grandes escenarios.

El 6-4, 6-7 (2-7) y 10-2 de Nadal y Alcaraz sobre los holandeses Tallon Griekspoor y Wesley Koolhof no solo los instala ya en los cuartos de final de los Juegos Olímpìcos de París 2024, sino que los fortalece como candidatos al podio. Los esperan unos especialistas, los estadounidenses Austin Krajicek y Rajeev Ram, pero el entusiasmo y el tenis del mallorquín y el murciano bien pueden ser premiados por los dioses del Olimpo.

Las 10.068 butacas del estadio Suzanne Lenglen, el segundo en importancia en el complejo de Roland Garros, estaban ocupadas desde dos horas antes del dobles. Los espectadores se encontraron con un partido muy atractivo, el triunfo de la eslovaca Anna Karolina Schmiedlova 7-5, 3-6 y 7-5 sobre la italiana Jasmine Paolini, reciente finalista de Roland Garros y Wimbledon. Pero si ahí estaban todos, friéndose bajo el sol y abrumados por la humedad de París, era por ver otra vez a Nadal, sobre todo a Nadal.

Un Nadal en la Suzanne Lenglen, un escenario que pisó por última vez para entrenarse en la previa del Roland Garros de este año, pero en el que no jugaba un partido oficial desde hacía una eternidad, lógicamente abonado a la pista central, al Philippe Chatrier.

Los abanicos (y lo que hubiera para sacudir un poco el aire convertido en fuego) se movían con velocidad mientras sonaba "Pepas" de Farruko, recomendando en un templo del deporte pastillas y agua para todos, aunque enseguida aclarara que eran para la discoteca. Probablemente no sea la opción predilecta del Comité Olímpico Internacional (COI) ni de la Agencia Mundial Antidoping (AMA), pero sí la del DJ.

El día era insoportable, las pantallas gigantes de la pista recomendaban buscar los puntos de atención médica ante cualquier síntoma e hidratarse abundantemente. Abajo, en el rectángulo de tierra naranja comprimido por cuatro gradas que caen a pique, Nadal y Alcaraz apretaban el puño y sudaban sus camisetas rojo España, más ajustada la del mallorquín, algo más suelta la del murciano.

Nadal y Alcaraz celebran un punto con los puños en alto. Efe
Nadal y Alcaraz celebran un punto con los puños en alto. Efe

¿Primer punto? Globo de revés de Nadal y smash de Alcaraz.

¿Otro punto? Nadal que se va cayendo mientras conecta una volea de derecha ganadora. El "¡vamoooooos!" brota desde el piso.

¿Un punto más? Nadal que lanza otro globo con su revés y luego un tiro potente, prácticamente a las suelas de las zapatillas holandesas.

Muchos se han preguntado en las últimas dos décadas por lo que se siente al tener del otro lado de la red a Nadal, ese tenista abrumador, y ahora muchos hacen la misma pregunta acerca de Alcaraz, ese jugador que inventa tiros que hasta ese momento no existían.

Lo que debe ser, entonces, por más especialista en dobles que se sea, tener enfrente a Nadal y Alcaraz en simultáneo.

"¡Pero adónde vas!", dice Alcaraz que le dijo Nadal en un par de ocasiones en el partido debut. "¡Vuelve a tu sitio!".

Hay que entender al murciano, un chico de 21 años que en el inicio de su fabulosa carrera se encuentra con uno de los jugadores más grandes de todos los tiempos, un hermano mayor de 38 años en condición de mentor y compañero de dobles. El entusiasmo no tiene límites, la responsabilidad, tampoco. Atolondrarse a veces un tanto es, entonces, más que esperable.

Se vio en el inicio del cuarto juego. Alcaraz conectó mal un smash y buscó enmendar de inmediato el error para terminar cometiendo otro mayor: casi atropella a Nadal y dejó la pista a disposición de los holandeses, que definieron sin problemas.

Alcaraz choca con Nadal tras un punto. Efe
Alcaraz choca con Nadal tras un punto. Efe

Pero un minuto después, Alcaraz demostró las toneladas de jerarquía y espíritu de campeón que hay en él: agazapado en la red, se cruzó en el momento justo para cortar un potente tiro rival y definir con una seca volea de derecha.

El estadio se entregó a una versión completa de "Les Champs-Elysées", coreada por 10.000 personas mientras los cuatro jugadores descansaban tras el 6-4 español.

Descansaban también los oídos, porque el partido se había vuelto enormemente conversado, en español y holandés. Y Nadal, que

El calor seguiría, los abanicos no se detendrían, Farruko no volvería y la dupla que encarna un traspaso de mando, progresivo, en directo, a la vista de todos, está ya entre las ocho mejores del torneo. Una semana antes ni siquiera habían entrenado juntos. El público olímpico, que no es el de Roland Garros, pero ama el deporte con más espontaneidad y menos remilgos, se los reconoció con una ovación, feliz de que su "Rafa" siga entre ellos y en pareja con su heredero.

Y Nadal respondía con una sonrisa de oreja a oreja en el tramo final del partido, con un "¡siiiiiiiii!" a grito pelado y una seguidilla de saltos, puño apretado como si hubiera ganado el décimo quinto Roland Garros, y no un partido de dobles.

"Hemos tenido solo un puto juego de sufrimiento tio, pero por lo demás mucho mejor, ¡muy bien, muy bien!", le decía Nadal a Alcaraz, que asentía y confirmaba entusiasmado el "debriefing" nadaliano 50 segundos después del último punto.

No es exageración decir que Nadal ya ni recuerda quién es Djokovic ni lo que sucedió el lunes en la Philippe Chatrier. Por unos días, eso está guardado en un rincón de la memoria, ya tendrá tiempo para volver a pensar en lo que sucedió y en qué implica La medalla en el dobles, competir por su tercer oro olímpico, es ahora su alegre y apasionada obsesión.