La foto que le enseñaremos a nuestros nietos para explicarles quién fue Nadal

Dentro de muchos años, cuando nuestros hijos y nuestros nietos nos pregunten quién fue Rafael Nadal, como nosotros lo hicimos con Alfredo Di Stéfano o Mohamed Ali, lo primero que se nos vendrá a la cabeza son esos 14 títulos de Roland Garros, un récord totalmente marciano, y que a buen seguro continuará vigente.
Les explicaremos que levantó esas 14 copas en la época más dura del tenis, con los rivales más complicados de siempre, a los que despachaba como quería sobre tierra batida. También les diremos que ganó a Roger Federer aquella final de Wimbledon, y se la pondremos entera, las cinco horas. Tampoco se nos olvidará contarles que fue número uno, que conquistó cinco Copa Davis, que triunfó en todos los Grand Slam y que de su cuello colgaron dos (y quizás alguno más) oros olímpicos.
Les contaremos batallitas, les diremos que hizo todo lo que hizo sorteando miles de piedras por el camino en forma de lesiones y también les diremos que jugó hasta casi los 40 años, que tenía un fuego interno que le llevó a luchar lo indecible en sus últimas temporadas para colgar la raqueta disfrutando dentro de la pista y no en la camilla del médico. Y para resumirles lo que fue Nadal, su carisma, su figura, todo lo que trascendió fuera de las fronteras de España, podremos usar la fotografía que nos regaló este viernes la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París 2024.
Esa imagen de Nadal llevando la antorcha olímpica en un París lluvioso, de noche, delante de la Torre Eiffel, con cientos de millones de ojos mirando a través de las pantallas, es de una potencia descomunal. Significa todo, más que muchísimos de los 92 títulos que lucen en su palmarés. Es la demostración de que su figura trasciende España y trasciende el tenis. De que ya está en el olimpo de los mejores deportistas de siempre sin ni siquiera haberse retirado. De que París es Nadal. De que Nadal es París. "Ahí está Rafa Nadal, el más parisino de todos los deportistas españoles", decían en la retransmisión de la televisión francesa. Eso es mucho teniendo en cuenta todas las rencillas históricas y deportivas que hay entre los dos lados de los Pirineos.
La simbología del momento no se quedó ahí. Nadal recibió el fuego olímpico en la Plaza de Trocadero de manos de Zinedine Zidane, el mismo que le entregó en 2005 su primera Copa de los Mosqueteros en Roland Garros. El campeón de 22 Grand Slam cogió la antorcha y se subió a un barco con Carl Lewis, Nadia Comaneci y Serena Williams, todo leyendas, pero con un asterisco: todas, menos Nadal, ya retiradas. El atleta, la gimnasta y la tenista llegaron a sostener la antorcha durante el trayecto entre Trocadero y el Louvre, pero quedaron en un segundo plano: el protagonista del barco era Nadal. Fue el que entró en el Sena con el fuego y fue el que le dio el relevo en el Louvre a Amelié Mauresmo. El español fue, de hecho, el único deportista no francés que participó en los relevos. Y el único en activo.
Hay gente que lleva queriendo retirar a Nadal mucho tiempo. Que si qué hace con 38 años volviendo, que qué necesidad, que si se tiene que ir a casa a disfrutar de su hijo. Muchas veces son esas mismas voces que hace diez y quince años le auguraban una carrera corta a Nadal. Menos mal que no les hizo ni les hace caso. Por eso está donde está: disputando sus cuartos Juegos Olímpicos y siendo uno de los protagonistas de un momento mágico. Qué imagen.