OPINIÓN

En Francia el rugby se ve por tv más que el fútbol y eso no es lo que más pena me da de España

La selección francesa de rugby celebra el título del Seis Naciones/REUTERS
La selección francesa de rugby celebra el título del Seis Naciones REUTERS

Siempre hemos tenido algo de complejo con la cultura deportiva francesa y hay que reconocerlo. No solo son mejores en muchas más disciplinas -al menos entre las olímpicas- sino que sus periódicos dan ejemplo con continuos elogios a deportistas extranjeros y a competiciones en las que los franceses no tienen nada que hacer. Por ejemplo, L´Equipe salió el domingo con una foto enorme de Mathieu Van der Poel y la crónica de la maravillosa Milán-San Remo, cuando el primer francés -Quentin Pacher- entró vigésimo noveno en meta.

Podría ser una excentricidad mediática, una manera tan francesa de gustarse a sí mismos, pero no lo es. En los dos últimos fines de semana, se sucedieron, primero, el partido definitivo de la selección francesa de rugby en el Seis Naciones y al finde siguiente el partido de ida de la selección de fútbol en los cuartos de final de la Nations League. Por supuesto, la diferencia de importancia competitiva entre ambos encuentros era enorme, pero los resultados en las audiencias fueron escandalosos: cinco millones vieron la derrota de los de Deschamps contra Croacia mientras que casi el doble asistieron al triunfo del XV del Gallo, que se llevó de paso el torneo.

El problema para el fútbol francés es que ese fin de semana no fue una excepción circunstancial: el rugby ha tenido mejores audiencias en general durante el Seis Naciones que el fútbol durante la Nations League. En otras palabras, parece que el público francés se ha cansado de tanto éxito futbolístico -o, al revés, directamente dan ya por hechas las victorias- y se ha entusiasmado con el revivir del rugby, en una competición que cada año presenta nuevas sorpresas y favoritismos y que este año, además, ha sido particularmente emocionante, con un triple empate en la cabeza.

A mí, como aficionado, me da pena, pero no por lo más aparente. Yo no tengo nada en contra de que aquí la gente consuma fútbol con pasión -el España-Países Bajos llegó hasta el 37% de "share" y casi cinco millones y medio de espectadores- y entiendo perfectamente las ofertas mediáticas porque conozco la demanda. Lo que me da pena es que, en el pasado, los grandes eventos deportivos no futbolísticos sí que eran una alternativa al propio fútbol y llamaban la atención de millones y millones de espectadores. Eso ya no pasa y no pasa por dos razones que tienen que ver entre sí.

La “edad de oro” de las retransmisiones deportivas

En primer lugar, todos esos registros brutales tienen que ver con lo que se llamó la "edad de oro del deporte español". Repasemos: el 47% de los espectadores vieron en septiembre de 2006 como la selección española de baloncesto ganaba su primer campeonato del mundo. Trece años más tarde, el 46% asistió ante el televisor al segundo mundial del equipo de Sergio Scariolo. Fernando Alonso batió récords en 2005 y 2006, aquellos años locos de Telecinco, con audiencias por encima de los nueve millones, como cuando consiguió su segundo campeonato en Interlagos.

El motociclismo en abierto tenía unas audiencias bárbaras: las batallas entre Márquez, Pedrosa, Lorenzo y Rossi las veían entre cuatro y cinco millones de españoles. La última carrera de 2015 rozó los seis millones. Cuatro millones y medio vieron el segundo título de Rafael Nadal en Roland Garros, contra Roger Federer, en 2006. En 2011 y 2013 también se rozaron esas cifras. Por último, en 2018, dos millones y medio de espectadores se reunieron para ver a la selección española de balonmano proclamarse campeona de Europa ante Suecia. Un año antes, casi tres millones habían visto a Alberto Contador ganar en El Angliru.

En definitiva, que los demás deportes claro que interesan en España. Han interesado siempre. Lo que pasa es que, en primer lugar, esa generación está diciendo adiós o ya se ha retirado definitivamente… y en segundo lugar, la nueva generación, la de los Jon Rahm, Topuria, Aldama o Carlos Alcaraz, está relegada a las retransmisiones de pago, lo que aleja al espectador medio, el que no es un fanático de ningún deporte en concreto, pero se puede enganchar a un evento determinado.

Sin complejos... y sin dinero

Eso nos lleva a un perverso 'efecto dominó': al estar al margen de las grandes cadenas en abierto, es más difícil para los medios contar las victorias de esos grandes campeones. La gente sabe quién es Carlos Alcaraz, por supuesto, pero ¿qué habría pasado si sus cuatro Grand Slams se hubieran retransmitido en abierto? ¿Cuánta gente habría visto en La 1 su triunfo en Wimbledon de 2023 contra Novak Djokovic, con esos cinco sets que nos dejaron sin uñas? Me atrevo a pensar que los números no serían muy lejanos de los de la era Nadal.

Y la pena, eso sí, es que nunca lo sabremos porque consumir deporte en España es caro. Tanto de forma presencial como televisada. Tenemos que agarrarnos a las competiciones internacionales de selecciones que sí suelen reservarse a las cadenas en abierto. Eso, y los Juegos Olímpicos, claro. Ahora bien, aunque eso me dé pena como aficionado y me parezca que dificulta la creación mediática de una nueva generación de oro, complejos, como ven, no debemos tener ninguno. 

En España, no hay un L´Equipe, pero hay un RELEVO o un Sphera Sports volcados con todos los deportes de todos los países. No podemos reducir el periodismo deportivo a dos diarios y tres cadenas de radio. Y, desde luego, a la gente, cuando le das un producto bien cuidado, de calidad, y gratuito, responde de maravilla. ¿Que hay que tragarse diez anuncios cada dos juegos? Bien, así sea. Pero que el deporte vuelva a casa, por favor.