Cuando el hockey sobre hielo se abre paso a la geopolítica de Trump y Putin para allanar la solución a la guerra en Ucrania
El presidente de Rusia ha propuesto un partido entre EEUU y Rusia como en aquel "Milagro sobre hielo" de 1980.

El 17 de septiembre de 1972 se disputó en Munich algo más que un partido de baloncesto. Faltaban 17 años para la caída del muro de Berlín y la guerra fría estaba en su máximo apogeo. En Estados Unidos gobernaba Richard Nixon, quien dos años después se convirtió en el primer y único presidente norteamericano dimitido. En la URSS, Leonidas Breznev regía con mano dura el destino de un país donde ya comenzaba a vislumbrarse su desintegración. Aquella noche se medían en el parqué dos equipos que peleaban por algo más que un oro olímpico. Estaba en juego el orgullo de naciones enfrentadas desde el final de la II Guerra Mundial. Los estadounidenses eran los claros favoritos. Lo habían ganado todo de forma ininterrumpida desde Berlín (1936) a México (1968), y a su eterno rival ya le habían dejado con la miel en los labios en cuatro finales. Además, habían arrollado a Italia en semifinales mientras que los soviéticos se habían deshecho de Cuba con muchos apuros.
La cosa no había empezado bien aquel día para Estados Unidos. Sus jóvenes universitarios fueron buena parte del partido por detrás en el marcador. Sin embargo, cuando el encuentro agonizaba, lograron ponerse un punto por encima (50-49). Al pensar que los árbitros habían pitado el final comenzaron a celebrarlo en mitad de la pista. Los colegiados, entonces, adoptaron una polémica decisión: tenían que repetirse los tres segundos que aparecían en el reloj de mesa. Los soviéticos tuvieron tres intentos para dar la vuelta al marcador. El primero se anuló porque el árbitro no les concedió un tiempo muerto que habían solicitado y el segundo también porque el reloj de tiempo no se había ajustado de forma correcta. A la tercera fue la vencida. Un saque largo desde debajo de su propia canasta, el balón que llega a manos de Alexander Velov, y el resto ya es historia del baloncesto. Breznev se sintió aliviado y dijo: "Ahora sé que Dios existe". Más resignado y pragmático se mostró Nixon: "Nos la han metido doblada". El enfado del equipo de USA fue tal, que los jugadores no llegaron a recoger la medalla de plata.
Ese mismo año se produjo otro hecho histórico en el mundo del deporte que sirvió para que los norteamericanos volvieran a sacar pecho. Desde 1945 todos los campeones del mundo de ajedrez habían sido soviéticos hasta que apareció un tal Bobby Fisher que logró destronar a Boris Spaski. Los egos de las dos principales potencias del mundo habían sufrido en muy poco margen de tiempo por igual, y de forma inesperada, un tremendo revolcón. Ocho años después la balanza volvió a desequilibrarse en favor de Estados Unidos. Esta vez no había ni canchas de parqué ni mesas con tablero de ajedrez. La revancha iba a ser en una pista de hielo.
Desde 1920 Canadá y la Unión Soviética se habían repartido en seis ocasiones el oro olímpico, salvo en las ediciones de 1936 (Inglaterra) y 1960 (Estados Unidos). En un partido bautizado como "Miracle on ice" (milagro en el hielo) los anfitriones (USA), con jugadores amateurs, derrotaron contra todo pronóstico a la todopoderosa URSS (4-3). Para entonces Vladimir Putin tenía 28 años de edad y ya trabajaba para la KGB. El mandatario ruso, gran aficionado al hockey sobre hielo, no parece haber superado aquella afrenta. Lo demostró durante la conversación telefónica que mantuvo durante dos horas y media el pasado martes con su homólogo Donald Trump. Además de un acuerdo de mínimos que incluía cuestiones tales como eludir durante 30 días los ataques a instalaciones energéticas sin abordar el tema de un alto el fuego definitivo, ambos mandatarios pactaron al margen de la geopolítica la celebración de un encuentro de hockey sobre hielo. Putin fue el ideólogo y Trump, un gran seguidor de la NFL, no puso objeciones.
San Petersburgo, la ciudad natal de Putin, nunca tuvo durante la adolescencia del líder ruso un equipo puntero en hockey ya que solo ha ganado una vez la Copa Gagarin en la temporada 2014-15. Así que se dedicaba más a seguir al equipo de fútbol, en concreto al Zenit de San Petersburgo. Esa afición no le impidió de joven apostar por la práctica de otras actividades deportivas. Es cinturón negro en judo y un gran enamorado del esquí y de la natación. Lo de seguir el hockey sobre hielo le vino mucho más tarde. Su repentino interés fue pronto un secreto a voces, aunque no se lo hizo saber al mundo entero hasta el día que cumplió 63 años. El líder ruso anotó siete goles durante un partido televisado a toda la nación disputado en el estadio que se utilizó en los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi, en el Mar Negro. Su equipo, que incluía a su ministro de Defensa y varios exjugadores de la National Hochey League (NHL), venció 15-10 a un conjunto compuesto por amigos suyos y varios empresarios de los más ricos del país.
Lo cierto es que desde la invasión de Ucrania la Federación Internacional de Hockey sobre Hielo (IIHF) mantiene suspendida la participación en eventos internacionales a todos los equipos y clubes de Rusia y Bielorrusia. Incluso trasladó a última hora el campeonato del mundo que se iba a celebrar en la ciudad natal de Putin en 2023 a Riga (Estonia) y Tempere (Finlandia). A día de hoy Rusia sigue aislada del mundo en el panorama deportivo y la cita olímpica invernal de Milán-Cortina d´Ampezzo está prevista para dentro de solo diez meses. Un alto el fuego duradero y un partido que aporte visibilidad a sus deportistas pueden ser avales suficientes para que el Comité Olímpico Internacional (COI) reconsidere su decisión de excluir a Rusia y Bielorrusia de sus competiciones por haber violado los principios de la Carta Olímpica "al apropiarse de territorio donde había instalaciones bajo el control del Comité Olímpico Ucraniano".
En realidad, el partido pactado entre Putin y Trump no serviría para reeditar el famoso USA-URSS de 1980, sino para enfrentar a dos equipos con jugadores profesionales de la NHL y de la KHL, una competición en la que participan conjuntos de Rusia, Bielorrusia. Kazajistan y China). Por contextualizar bien el tema, en los Juegos Olímpicos de Lake Placid, el sistema era jugar todos contra todos y el ganador de la liguilla se alzaba con el oro. Esto es, los norteamericanos no derrotaron a los rusos en una final, sino que lo hicieron en el penúltimo partido de la ronda. Dos días después, con una victoria frente a Finlandia (4-2), fue cuando certificaron que se iban a subir a lo más alto del pódium. Han pasado ya muchos años pero todavía se recuerda la tensión que había aquel famoso 22 de febrero en la pista de hielo entre Estados Unidos y la URSS. Y es que tres meses antes se había producido la invasión soviética de Afganistán. La respuesta a nivel diplomático-deportivo llegó ese mismo verano por boca del presidente norteamericano, Jimmy Carter, cuando anunció el boicot de su país a los Juegos Olímpicos de Moscú pocos días antes de que dieran comienzo.
On this day in 1980, Team USA came from behind to top the Soviet Union and captured the second Olympic gold in our country's history two days later. 🥇🇺🇸
USA Hockey (@usahockey) February 22, 2024
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A pesar de ese ambiente enrarecido, aquella tarde 8.500 personas abarrotaron el estadio con multitud de banderas con las barras y estrellas. Mientras, en el vestuario, el técnico anfitrión, Herb Brooks, trataba de insuflar ánimos a un grupo de jugadores que sabían que podían pasar a la historia. "Este es el momento y va a suceder", les repetía una y otra vez.El equipo norteamericano se presentó sobre la pista de hielo con una edad promedio de 21 años con el añadido de que la mayoría de ellos era amateur. Era el equipo más joven que Estados Unidos había presentado en una cita olímpica.
Frente a ellos, el equipo más potente del mundo repleto de estrellas. Allí estaban Vlasdislav Tretiak, considerado como el mejor portero del mundo; Valeri Kharmalov, que fue nombrado dos temporadas seguidas jugador más valioso de la liga rusa; Sergei Makarov, que obtuvo el mismo galardón en otras tres ocasiones, o el capitán Boris Mikhailov. Años después todos ellos ingresaron en el Hall of Fame. Los rusos no eran amateurs. La mayoría eran profesionales camuflados cuando la normativa olímpica solo permitía en aquella época la participación de deportistas que no obtuvieran ingresos por sus actividades deportivas. Por ejemplo, Estados Unidos no pudo enviar a sus jugadores de la NBA a una cita olímpica hasta Barcelona 1992. La URSS, no obstante, solía reclutar a sus mejores atletas para el ejército y así tratar de esquivar la norma.
Como curiosidad cabe recordar que los estadounidenses vieron en diferido el partido en sus televisores. La ABC, la cadena que tenía los derechos para la retransmisión, quiso retrasar el encuentro de las 17.00 a las 20:00 horas por temas de audiencias. Los rusos se negaron puesto que eso hubiera significado que el encuentro hubiera comenzado a las cuatro de la madrugada hora de Moscú. Los organizadores se mantuvieron en sus trece y no se alteró el horario. El primer periodo terminó equilibrado con un 2-2 en el marcador. En el segundo ocurrió algo muy llamativo. Al seleccionador ruso, Viktor Tikhonov, le dio un ataque de entrenador. Retiró de la pista al mejor portero del mundo y sacó al suplente, Vladimir Myskhin. Aparentemente el cambio resultó irrelevante porque la URSS ganó ese parcial 1-0.
Quedaba por disputarse el tercer y último cuarto. A falta de diez minutos USA ya le había dado la vuelta al marcador con un 4-3 a su favor. Restaban por disputarse lo que alguien bautizó como "los diez minutos más largos de la historia del hockey en Estados Unidos". En la pista había mucha tensión. Se peleaba por la posesión del disco al límite del reglamento, pero el marcador no se movió. Al Michaels, el comentarista de la ABC, trasladaba ya casi afónico su emoción a todos los televidentes. Sus últimas palabras antes del pitido final fueron: "Diez, nueve, ocho, siete…". Luego, algo más calmado, preguntó: "¿Creéis en los milagros?". La verdad es que no dio tiempo a responder a nadie antes que a él mismo lo hiciera: "Pues yo, sí".
De aquel grupo de 20 jugadores más de la mitad (13) llegaron a jugar en la NFL. El más longevo fue Neal Broten que disputó 1.099 partidos en las 17 temporadas que permaneció en activo. Fue dos veces nominado para el All-Star, consiguió 289 goles y repartió 634 asistencias. Logró ganar también la Stanley Cup en la temporada 1994-95 cuando ya jugaba con los Devils de New Jersey y se convirtió en el primer jugador en obtener un título universitario –lo había conseguido en 1979 con la universidad de Minnesota-, profesional y olímpico. El equipo donde pasó la mayor parte de su carrera, los Dallas Stars, retiraron su camiseta con el número 7 cuando dijo adiós al deporte que tantos éxitos le había dado a lo largo de su carrera deportiva.