ALPINISMO

Juanito Oiarzabal explica la llamada de Jesús Calleja que provocó su reconciliación con Edurne Pasaban

El vitoriano, primera persona de la historia en subir dos veces las tres cumbres más altas del planeta (Everest, K2 y Kanchenjunga), atiende en exclusiva a Relevo.

Juanito Oiarzabal, con Jesús Calleja y Edurne Pasaban./MEDIASET
Juanito Oiarzabal, con Jesús Calleja y Edurne Pasaban. MEDIASET
Daniel Arribas

Daniel Arribas

Descuelga el teléfono y pregunta, cristalino: "¿Cuánto tiempo va a durar esto?". Su voz, carrasposa, rota incluso por momentos, resulta inconfundible al otro lado de la línea. A escasos días de cumplir 69 años, Juanito Oiarzabal mantiene intacto el estereotipo de gruñón —de tipo, por entendernos, con mala hostia— que le persigue desde hace décadas. Apenas unos minutos de conversación son suficientes, eso sí, para darse cuenta de que detrás de esa coraza, de esa fachada áspera y tosca, se esconde un tipo sabio cuyos ojos han oteado el mundo desde su azotea. Por el camino, el vitoriano también ha sufrido los reveses más profundos de la vida humana, como cuando la montaña, esa que, dice, le ha dado todo, se llevó las falanges de sus pies, las amistades más preciadas que recuerda o las vidas de varios seres queridos.

¿Hace cuánto que no subes un ochomil?

Joder, empiezas directo, eh.

Para qué ir con rodeos, Juanito.

Mira, yo estaba en un proyecto que era volver a subir de nuevo los 14 ochomiles que hay en el planeta. Las circunstancias hicieron que yo aparcara ese proyecto cuando ya había repetido diez de las 14 cumbres... [Se detiene unos segundos] Debido a una embolia pulmonar que sufrí en 2011 en el Daulaghiri, y luego a otra segunda embolia pulmonar que sufrí en el 2018, también en el Daulaghiri, tuve que aparcar el proyecto. Traté de recuperarme, con la esperanza de poder retomarlo algún día, pero llegó un momento en el que me di cuenta de que no iba a ser posible, máxime cuando a todo ello se sumó en 2017 el accidente mortal de Alberto Zerain, que era la persona con la que más me identificaba y con quien creía que podía volver a repetir esos 14 ochomiles. Al final me quedaron cuatro en la lista y mira, no pudo ser.

El último intento fue, entonces, en 2018.

Eso es, fui al Dhaulagiri y no pude subirlo. La embolia del pulmón fue muy severa, con un trombo en la pierna de medio metro, y me tuvieron que evacuar inmediatamente de allí. No palmé de milagro.

Juanito Oiarzabal, en la cima del Annapurna, en 1999. EFE/Juan Vallejo
Juanito Oiarzabal, en la cima del Annapurna, en 1999. EFE/Juan Vallejo

¿Esa ha sido la vez que más cerca has estado?

Pues mira, yo he tenido muchas situaciones críticas, demasiadas para lo que supone la figura de Juanito, pero una de ellas fue esa embolia de pulmón. Quieras o no, me pilló a 7.400 metros de altitud. Nos tuvimos que dar la vuelta y el intento de cumbre no fue posible. Estaba bastante jodido de salud, la verdad.

Con todo, eres la primera persona en subir las tres cimas más altas del mundo: Everest, K2 y Kanchenjunga. ¿Qué se siente al escuchar algo así?

Sabes qué ocurre, que no es que solamente sea la primera persona que ha hecho eso, es que tengo muchas marcas más. Por ejemplo, qué se yo, soy la primera persona en el mundo que subió dos veces al Annapurna. ¿Y qué siento? Pues nada, una historia de lo que hay. Algo que estuvo muy bien y que me deja claro que vivimos del recuerdo. La realidad es que nunca me he parado a pensar… [se detiene un momento] También soy la persona que más ochomiles ha subido nunca sin oxígeno. ¡26 ochomiles en total! Pero bueno, lo que te digo, son anécdotas. En realidad, la cantidad es la que es. Y si hay que ser franco, me hubiera gustado encontrar la calidad más que la cantidad. Sabes, no he sido un personaje que se haya dedicado precisamente a subir ochomiles por las rutas clásicas. He intentado siempre buscar otras alternativas.

Siempre he tenido una curiosidad muy absurda con el 'ochomilismo': cuando estás en la cima del Everest por ejemplo, en el techo del mundo, ¿cuánto tiempo pasas allí? ¿Se puede disfrutar y contemplar lo que uno tiene ante sus ojos?

Es una buena pregunta, y mira, depende. Al final, las cosas van en función de cómo te encuentres en ese momento, de las condiciones meteorológicas, de las condiciones del terreno y de cómo hayas llegado a la cumbre. Hombre, en la medida de lo posible, y siempre que el tiempo te lo permita, uno siempre intenta recrearse lo máximo posible por los paisajes que tiene delante. Pero normalmente llegas a la cumbre cansado, agotado, deshidratado, sin reflejos; con la euforia de haber hecho cumbre, sí, pero consciente de que aún queda lo más importante, que es bajar.

La mitad, vaya.

Eso es. Justo la mitad. Yo siempre digo que la cumbre de un ochomil no termina en la propia cumbre, termina cuando has llegado al campamento base. Ahí es cuando realmente tienes que disfrutar de todo.

Juanito Oiarzabal, Edurne Pasaban, Juan Vallejo y Mikel Zabalza, en el campo 1 del K2, en 2004.
Juanito Oiarzabal, Edurne Pasaban, Juan Vallejo y Mikel Zabalza, en el campo 1 del K2, en 2004.

¿Es más difícil bajar un ochomil que subirlo?

No necesariamente. Lo que ocurre es que en la bajada te relajas. Muchas veces es inevitable, no te centras en lo que es la propia bajada. Y es un error, porque en esas bajadas es donde suelen darse la inmensa mayoría de los accidentes mortales que suceden en las montañas de 8.000 metros.

En uno de esos descensos, en el del K2, allá por 2004, sufriste uno de tus momentos más difíciles, llegando a perder los dedos de los pies por culpa de las congelaciones. ¿Cómo fue aquello?

Pues mira, a ver si soy capaz de explicarlo de una manera natural. Yo tenía principios de congelaciones en manos y pies con cierta asiduidad y trataba de reducirlas con mi doctor en Zaragoza a base de baños de agua caliente y tal, pero cuando realmente estás congelado, en la montaña, tú te das cuenta.

¿Cómo?

Te vas enterando. Sabes que algo va mal. Ese día, además, se juntaron un montón de circunstancias: poca hidratación, nieve muy pesada, muy fresca… Es más, subiendo yo ya veía que me estaba congelando. Ya lo notaba. Por eso siempre he dicho que no haberme dado la vuelta aquel día fue el mayor error de mi vida. La montaña me habló y yo me fui para arriba sin escucharla.

¿Por qué?

Por esa inconsciencia… Jo, es que no sé cómo explicarlo. Tienes tan interiorizado lo de convertirte en la primera persona del mundo en subir dos veces al K2, algo tan majestuoso, que mira, cometí el mayor error de mi vida. Ahora mismo, claro, no lo repetiría.

Oiarzabal es trasladado a hombros hasta el campo base tras sufrir un colapso en el descenso del Lhotse por agotamiento. FERNANDO J. PÉREZ
Oiarzabal es trasladado a hombros hasta el campo base tras sufrir un colapso en el descenso del Lhotse por agotamiento. FERNANDO J. PÉREZ

Justo te iba a preguntar. Ese precio que te hace pagar la montaña cuando no le haces caso, ¿compensa?

Pues no, la verdad es que no. Yo subí una montaña, en este caso de 8.000 metros, pero en cualquier otra montaña, sea de la altura que sea, no merece la pena perder ni siquiera la puntita de una uña. No compensa. Lo que ocurre es que cuando estás allí no te das cuenta, no eres capaz de reaccionar de una manera más sensata y decir, mira, sabes qué, me voy a dar la vuelta.

¿Y qué se siente al verse los pies sin dedos?

Pues impacta, claro. Es algo que no asumes hasta que lo ves, por mucho que en la montaña sepas que te estás congelando. Al final, yo sabía que dada mi actividad, algo así podía llegar a pasar, pero nunca llegas a aceptarlo del todo hasta que lo ves. De hecho, si lo hubiera sabido, ese día me hubiera quedado en casa.

Tiempo después tienes aquel lío con Edurne Pasaban y pasáis de ser inseparables a estar casi diez años sin hablaros. Yo no te quiero preguntar por los motivos, porque los habéis contado muchas veces; me interesa saber cómo se arregló todo.

A ver, con Edurne pasaron muchas cosas y no voy a entrar ahora en todas… Yo me enfadé mucho con ella, estuvimos un tiempo cabreados, debido sobre todo a lo que ocurrió en el Kanchenjunga, que es cuando ella me vetó después de bajar de la cumbre por unas circunstancias en las que no voy a entrar, y luego, unos años después, coincidimos en un par de ochomiles, cuando ella estaba grabando 'Al filo de lo imposible'. Poco después dio la casualidad de que volvimos a juntarnos de nuevo, ella en el Everest y yo en el Lhotse, donde tuvimos aquella polémica que nos llevó a estar varios años sin hablarnos.

¿Y cómo llega la reconciliación?

Pues un día me llama Jesús Calleja y me dice que me iba a llamar Risto Mejide, que tenía el programa aquel del Chester, para hacer un reencuentro con Edurne, que iba a ser la entrevistada de aquel día. Yo fui allí. No puse ninguna pega, más bien todo lo contrario. Fui encantado de la vida. Me comentaron que iba a ser una sorpresa. Ella no sabía que yo iba a estar en el programa. Y estuvo muy bien, la verdad, se llevó una sorpresa muy grande, se puso a llorar muy emocionada y nada, pues ahí empezó todo. Posteriormente tuvimos otro contacto con Jesús, que nos quiso juntar a los dos para hacer algo más íntimo en la montaña. Nos fuimos a las Ubiñas, ahí en León, y a partir de ese momento, pues bueno, con Edurne no es que sea lo de antes, porque cada uno tiene su vida, pero de vez en cuando sí que hablamos y nos juntamos. Aquello afortunadamente se olvidó y mira, mejor para todos. Al final, Edurne y yo hemos estado tremendamente unidos. Casi como un padre y una hija. Ella ha compartido conmigo muchísimas experiencias. Varios de los ochomiles que ha subido, los ha subido conmigo.

Edurne Pasaban y Juanito Oiarzabal, en el reencuentro organizado por Jesús Calleja (centro).
Edurne Pasaban y Juanito Oiarzabal, en el reencuentro organizado por Jesús Calleja (centro).

O sea que el culpable de aquella reconciliación es Jesús Calleja.

Sí, efectivamente. Jesús le dijo a Risto cómo estaba la situación entre nosotros y creo que le dijo a Risto, oye, ¿por qué no les juntamos?

No sería el único en tener la idea.

Ya, bueno, pero es que yo con Jesús siempre he tenido mucha relación. Alguien tenía que dar ese paso y mira, lo dio él. Primero con el Chester y luego ya con el programa que hicimos con él [Planeta Calleja].

Tuvo que ser especial aquello. Y no solo por lo que mostraron las cámaras.

Fue tremendamente especial, porque después del programa de Mejide, donde mi intervención fue poco menos que esporádica, pues bueno, volver de nuevo a quedar y vernos en un programa de máxima audiencia como es el de Jesús, estuvo muy bien. Ahí es donde definitivamente estrechamos los lazos y la cosa quedó meridianamente clara. Lo importante era eso. Reconciliarnos y olvidar los malos rollos pasados.