WATERPOLO

El Pescara al que Manel Estiarte cambió de dimensión: "Era Maradona, le pagué una montaña de dinero, como a un futbolista"

A partir de la entrevista exclusiva concedida, Relevo bucea en los meandros de un equipo que en apenas dos temporadas pasó de estar en Segunda a ganar la Liga de Campeones. Presidente y excompañeros explican la clave de todo.

Manel Estiarte, en un partido durante el año 2000./EFE
Manel Estiarte, en un partido durante el año 2000. EFE
Julio Ocampo

Julio Ocampo

¿Se imaginan que Mbappé ficha por el Leganés? ¿Y a Vinicius rechazando clubes para aceptar una oferta del Palermo en Serie B? Bien, pues eso es lo que sucedió cuando el Pescara, en A2, se trajo a Manel Estiarte a mediados de los ochenta. Ya venía de ganar un triplete en el Barcelona, pero lo que sucedió en 1987 en ese rincón del Adriático es, probablemente, una de las historias deportivas más insólitas. "Le pagué una montaña de dinero, como si fuera un futbolista. Yo era manager de Benetton. Tenía avión privado… A menudo iba a Manresa por temas de negocio. Llevaba camisetas y zapatillas de esparto. Conocí a su familia; luego les invité a Pescara unos días… Ya sabes". Las palabras son del mítico presidente Gianni Santomo, el hombre que hizo posible -junto al director deportivo Gabriele Pomilio (fallecido en 2017)- que el mejor waterpolista de todos los tiempos recalara en el modesto Pescara para llevarlo en poco tiempo a la cima del mundo.

"Creo que habrá pocos casos en el mundo así. No solo el dinero, sino también la intuición de Manel para aceptar rechazando otras ofertas"

Gianni Santomo Presidente del Pescara

"La clave fue que tanto mi padre como el presidente le convencieron. Esa fue la mayor gesta", describe el ex jugador Amedeo Pomilio, una de las piezas básicas de un club que opositaba a revolución. "Creo que habrá pocos casos en el mundo así. No solo el dinero, sino también la intuición de Manel para aceptar rechazando otras ofertas suculentas de clubes mejores. Yo tenía 19 años, y recuerdo que cambió para siempre el destino de la ciudad. Entramos en otra dimensión. Nos hizo mejores, más competitivos porque tratábamos de imitarlo". También ayudaron los métodos innovadores del míster Ivo Trumbic, que ya introducía vídeos para preparar los partidos. "Era moderno, inteligente. Estaba obsesionado con la intensidad, con el juego rápido, con la importancia de la condición física", argumento Pomilio. El resto lo hizo la posición geográfica de Pescara, lejos del núcleo italiano, aunque enfrente de Croacia. "Los amistosos los jugábamos contra escuadras de Split o Dubrovnik, y esto nos hizo crecer en todos los sentidos". Así se fue cociendo el totémico triplete del 87. Sí, aglutinando recursos preciosos donde aparentemente había alambradas.

La acorazada del Adriático

Fenómenos como Marco D'Altrui o Amedeo Pomilio (campeones olímpicos en Barcelona'92)… Como Dario Bertazzoli y, sobre todo, Manel Estiarte. Ellos hicieron posible esa alquimia perfecta. Un hechizo sostenido, entre otros, por algunos pretorianos de lujo: Paolo Manara, Franco Di Fulvio o Nello Rapini, quien lo recuerda así: "Con los pescareses, debuté con catorce años y gané la Champions con 27. Manel era un fenómeno, pero insisto en la argucia, en la intuición nuestros directivos, porque ellos imaginaron años atrás lo que nosotros solo vimos un minuto antes que sucediera", rememora. "No puedo expresar con palabras lo que significó jugar con Estiarte y gobernar en el club que amo. Además, el Spandau (a quien ganamos en la Copa de Europa) venía de lograrla el año anterior, y volvió a hacerlo en el 88. El míster, antes de ese doble partido, nos confesó en su italiano macarrónico que tenía una mala noticia y una buena: la mala es que iba a ser dura; la buena es que ganaríamos".

Así fue, y desde entonces Pescara cambió para siempre. No sólo a nivel deportivo, sino cultural, demográfico… ¡Pidió la vez para ocupar su lugar en el mundo! Se quitó complejos y engalanó, para siempre, esa pequeña porción de tierra que asoma al Adriático. "Soy de Pescara. Éramos siete en el grupo, pero teníamos al más grande de todos los tiempos. Un líder humilde, también fuera del campo. Era Maradona, porque además tampoco se cabreaba con sus compañeros. Nos comprendía, y eso para nosotros era clave. Nos hizo crecer, mamó nuestro sentido de pertenencia", exalta Franco Di Fulvio, un ciudadano ad hoc de un lugar que contó, en ese memorable 1987, con hasta cuatro equipos de disciplinas diversas en Primera: waterpolo, fútbol, baloncesto y voleibol. ¡Algo mágico andaba moviéndose por allí!

Manel Estiarte levanta un trofeo antes de Sydney 2000. EFE
Manel Estiarte levanta un trofeo antes de Sydney 2000. EFE

La tierra de D'Annunzio

Hoy Pescara ha crecido, convirtiéndose en una de las ciudades italianas más importantes. Catedral de San Cetteo, museo del Mar, Piazza della Rinascita o el casco viejo son atracciones sugestivas de esta magnífica localidad abruzzese. Hasta el 1987, principalmente era conocida por ser la patria del genio Gabriele D'Annunzio (nació en 1863), quien fuera un militar osado y un fino escritor. Estudió a Nietzsche y se acercó a corrientes como el Decadentismo y el Estetismo. Dejó un buen puñado de libros con frases memorables para la posteridad. Una, por encima de todas: "Recuerda siempre que es necesario osar". Osar como lo hicieron Gianni Santomo y Gabriele Pomilio, como Estiarte o Paolo Manara. "No me insufles adjetivos que no soy. Yo era voluntad, determinación, esfuerzo… Las estrellas eran otras. Estiarte cambió la historia de este deporte para siempre, no sólo aquí. Fue un condottiero, un tipo que estuvo 25 años al máximo nivel. Italia ganó unos Juegos, en parte, gracias al legado que dejó. ¿Entiendes esto? ¿Ves lo que está haciendo ahora también en el City?", pregunta -retóricamente- Paolo.

Al final, sólo queda volver al presidente para solventar esa duda que siempre tuvo Manel Estiarte, y que confesó a Relevo. "¿A Manel le dije que no iba a las finales por superstición? Qué va, nada de eso. Sufro de cardiopatía desde hace décadas. No controlo mis emociones, sí, es verdad. Cuando ellos disputaban, y ganaban títulos, yo estaba en mi despacho con las ventanas abiertas para que entrara el aire. También el ruido de la alegría. ¿Se lo vas a decir?", pronuncia con sorna.

Una vez le preguntaron a D'Annunzio por el significado de la felicidad. Sin miedo a juicios morales o éticos soltó esto: "Hay miradas de una mujer que el hombre amante jamás cambiaría por la posesión de su cuerpo. Quien nunca vio encenderse -en un ojo límpido y pulcro- el fulgor de la primera ternura no puede saber qué significa la alegría, la pasión".