La experiencia de ser el copiloto de Dani Sordo: "Noto cómo mi cuerpo se aplasta contra el asiento"
Relevo se sube por primera vez a un coche del Mundial de Rallies junto al piloto cántabro.

Reocín. El trasiego de gente es incesante al otro lado de la valla que delimita la carpa del equipo Hyundai. Francesca, la encargada de recibir a los invitados, no da abasto a repartir postales, gorras y pegatinas entre el público que asoma continuamente por esta esquina de la asistencia. Aficionados de todas las edades vienen uno tras otro a pedir un autógrafo o una foto a su ídolo, Dani Sordo (paisano de la mayoría de ellos), que se ha dado estos días un auténtico baño de masas en el patio de su casa.
Se trata de la Carrera de Campeones Circuito LaRoca, el evento de final de temporada que empezó a organizar Sordo padre antes de la pandemia, en la pista aledaña al karting fundado por la familia hace dos décadas. Este año, se han batido sobradamente todos los récords de participación y afluencia de público. Hyundai Motorsport –que acaba de renovar al cántabro– ha querido arropar de cerca a uno de sus pilotos más queridos, así que hasta aquí han venido también dos de sus estrellas: Thierry Neuville (cuatro veces subcampeón del Mundial de Rallies) y Mikel Azcona (campeón del Mundo de Turismos el pasado año). Pero, obviamente, el centro de todas las miradas, el rey de esta fiesta, es su anfitrión, el propio Dani, que se pasó la semana enfundado en el mono de trabajo, preparando el circuito al detalle para dejarlo inmaculado antes del gran día.
Cuando los pilotos empezaron a tomar la medida al trazado el día previo, corría el agua incansablemente por los verdes valles que circundan la localidad de Reocín, en el lado opuesto de la autovía que conduce al pueblo donde creció Sordo (Puente San Miguel). Por fortuna, el gran día lució espléndido, lo que que animó a la afición a hacer cola desde primera hora para disfrutar del espectáculo.
El formato de Fórmula Rally que caracteriza a esta carrera hace que el rugido de motores sea inagotable. Coches de diferentes épocas se arraciman en la entrada al circuito: un Audi Quattro S1, dos Peugeot 306 Kit-Car, un BMW M3, un Citroën C4 WRC, como el que pilotó Dani cuando lo designaron compañero de Sébastien Loeb… El devenir de olores y colores es fascinante; aunque la joya de la corona, el vehículo que más admiración despierta entre todos los presentes, es, sin duda, el Hyundai de Sordo: el i20 Coupé con el que el cántabro ganó consecutivamente el Rally de Cerdeña en 2019 y 2020; el primer WRC del Mundial al que se va a subir Relevo. Una experiencia única, que promete emociones fuertes. Allá vamos…

¡Volando voy!
El coche llega a la asistencia con los bajos y los pasos de rueda salpicados de barro. Así de cerca, luce una planta todavía más espectacular; impone, la verdad… Es el antecesor del Rally1 híbrido que debutó en el Monte-Carlo del pasado año; el modelo más radical que ha desarrollado Hyundai hasta la fecha; la máxima expresión de la categoría World Rally Car, con casi 500 CV de potencia y unos desarrollos aerodinámicos que nunca antes se habían aplicado de tal forma en esta categoría. Una auténtica bestia parda… Los nervios, francamente, empiezan a aflorar cuando vamos se acerca el momento de subirse al asiento derecho.
Llegó la hora; me abrocho el mono del equipo y tengo que contorsionarme para entrar al habitáculo con el casco y el hans puestos. Uno de los mecánicos me ayuda a abrocharme los arneses. En cuanto cierra la puerta, entro en otra dimensión… No sé si voy montado en un coche del Mundial de Rallies o en una nave espacial; el caso es que, cuando me quiero dar cuenta, estamos ya fuera de la asistencia, rodeados de espectadores, esperando nuestro turno para salir al circuito.
A Sordo no se le escapa ni un solo detalle. Me dedica una sonrisa picarona, y, sin previo aviso, hunde el pie derecho en el pedal del acelerador y encaramos la primera bajada a toda pastilla. Noto cómo mi cuerpo se aplasta contra el asiento. Apenas puedo moverme. La aceleración es brutal…
Todo pasa muy deprisa dentro del coche. Negociamos un par de horquillas en subida y el coche no pierde ni un ápice de tracción. En los apoyos, se percibe cómo la aerodinámica lo amarra al suelo para que el chasis ni se inmute cuando entra el chorro de potencia del motor. Sordo mueve el volante lo justo, de forma absolutamente precisa; con leves toques a la leva del cambio que asoma tras el volante, reduce a primera para encarar un ángulo cerrado de izquierdas. Acciona suavemente el freno de mano y pasamos por el vértice sin inmutarnos, antes de dibujar una curva redonda completamente de costado. Me aflora una sonrisa espontánea, no lo puedo evitar… Dan ganas de aplaudir aquí mismo. El nivel de pilotaje de estos tipos es fascinante.

Llegamos a la recta de atrás del circuito, que está repleta de público. Dani fuerza un semitrompo y frena el coche en seco. Vuelve a engranar primera, da gas a fondo con el volante girado hacia la izquierda, y nos marcamos dos 'ceros' de categoría, mientras un humillo blanco y un olor penetrante a goma quemada se cuelan dentro del habitáculo. Los aficionados enloquecen; yo también. Me embriagan la velocidad, el aroma a gasolina y una ligera sensación de irrealidad. ¿Cómo coño ha hecho eso? ¡La órdiga!
Ascendemos en sexta velocidad, con el motor rugiendo a pleno régimen, hasta la parte superior de la pista, donde están las gradas. Como el guitarrista que dedica un solo a su público, Sordo empieza a marcarse una secuencia de derrapajes que hacen las delicias de los allí presentes. Se lo está pasando en grande haciendo disfrutar a los suyos. Mueve el coche de costado en una coreografía magnífica, rozando el guardarraíl con el portón trasero, mientras tatúa sobre el asfalto la huella de los neumáticos.
"Está guapo, ¿eh?… ¿Ahora quieres que saltemos mucho o poco?", me interpela por los interfonos, divertido. "¡Dale a tope!", le respondo electrizado. Dicho y hecho… Dani pone pie a tabla. El coche se embala cada vez más. Sorteamos un bache y enfilamos un rasante a toda velocidad. ¡Allá vamos! Por un instante, el tiempo se ralentiza mientras volamos con las cuatro ruedas en el aire. Como cuando vas montado en una montaña rusa, aunque esto impresiona mucho más.
El aterrizaje es salvaje, pero el coche ni se inmuta. Cae de nuevo al asfalto con un aplomo increíble. A juzgar por las expresiones de los aficionados que intuyo al otro lado de la ventanilla, hemos debido pegar una volada importante… El Hyundai i20 Coupé WRC se detiene a los pies del salto. Final de trayecto. La adrenalina corre a borbotones por mis venas. Estoy sudando debajo del casco y eso que no me he meneado del asiento. Un coche del Mundial son palabras mayores. La experiencia ha sido salvaje. "¿Para cuándo la próxima?". Esto engancha…