RUGBY

El primer partido de rugby femenino en prisión que ninguna interna quería que terminara

La dirección no acababa de estar convencida del todo de las bondades de una disciplina deportiva "que veían un poco violenta", pero con el tiempo han visto que no era tan malo.

Reclusas compiten al rugby en el partido disputado en la prisión de Madrid 2. /Facebook: Club de Rugby El Salvador
Reclusas compiten al rugby en el partido disputado en la prisión de Madrid 2. Facebook: Club de Rugby El Salvador
Íñigo Corral

Íñigo Corral

Como suele ocurrir en los meses de invierno, el 2 de febrero la niebla caía sobre buena parte de la provincia de Valladolid y el intenso frío invitaba a pensar dos veces si merecía la pena madrugar un domingo para jugar un partido de rugby a 200 kilómetros. No opinaba lo mismo un grupo de reclusos y reclusas que tenían preparado a las puertas del centro penitenciario de Villanubla un furgón de la Guardia Civil, que ellos llaman La Cunda, y que les iba a trasladar a Madrid. Allí, en la prisión de Madrid 2, les esperaba otro grupo de presos con un balón oval en las manos para disputar un partido que, para muchos de ellos, suponía poner en práctica en un terreno de juego todas las cosas que habían entrenado durante varios meses. Para los chicos no era algo nuevo. En realidad, era una especie de devolución de visita al encuentro celebrado en la prisión vallisoletana el pasado mes de octubre. Para las chicas, en cambio, sí era la primera vez que se les brindaba una oportunidad de este tipo.

Nuria Burrieza juega en el equipo inclusivo de El Salvador. Ella, junto a su hija Sara, de 20 años, formó parte del grupo de jugadoras que quiso ayudar a cumplir un sueño a las mujeres que cumplen condena en Villanubla. Nunca había estado en el interior de una prisión. Sus compañeras sí, porque a menudo suelen ir a entrenar durante la semana con las internas. "La propuesta que me hicieron de venir a Madrid me pareció muy interesante, y, a pesar de las dudas que pudiera tener, al final resultó todo muy fácil", indica. Burrieza, que ya está deseando repetir la experiencia, recuerda que a las chicas recluidas en el centro penitenciario les hacía "muchísima" ilusión jugar aquel partido, y que "hicieron que ese espíritu de alegría se volviera contagioso".

El equipo pucelano estuvo representado por cinco chicas, mientras que, por parte de la prisión, viajaron justo el doble. "Ellas siempre se mostraron abiertas con nosotras y mira que pensé que a los mejor no les iba a apetecer contar sus cosas a desconocidas", apunta. No fue así. De hecho, una interna le sorprendió cuando le comentó que durante un permiso carcelario de fin de semana acudió el pasado mes de noviembre al estadio de Zorrilla a presenciar el partido de España frente a Fiji. "Eso demuestra que utilizan el rugby no solo como evasión para entretenerse, sino que mostraba su gran interés por este deporte", añade. Fue una experiencia tan gratificante para ella que ni siquiera recuerda el resultado del encuentro. "Creo que ganaron ellas", dice. Dada la falta de efectivos, el partido se disputó en la modalidad de seven. Como las chicas de Madrid 1 acababan de empezar a practicar rugby, acordaron jugar sin placajes ni ir al suelo. Todo salió a la perfección. Cuando el árbitro pito el final la mayoría de las reclusas mostró cierta perplejidad. "¿No vamos a jugar más?", preguntaban. Y es que, como afirma Burrieza, "se quedaron con las ganas de seguir".

Aunque viajaron en autobuses distintos desde Valladolid, en Madrid 2 se juntó todo el grupo. Hasta compartieron vestuario. Pero lo mejor estaba por llegar. Faltaba la traca del fin de fiesta. "No hay rugby sin tercer tiempo", espeta Burrieza. Unos cuantos bocadillos preparados por los chicos, refrescos y cerveza sin alcohol sirvieron para que las internas se abrieran aún más. "Nos preguntaban si podían coger alguno y comerlo ahí". Se notó, y mucho, que no estaban acostumbradas a los terceros tiempos, "y les resultó de lo más divertido". Hubo ocasión para hablar de más temas, incluso los que tienen que ver con la práctica del rugby. Ningún pique ni mal rollo en el campo. Es más, las chicas de Madrid 1 animaron a los chicos de Madrid 2, y viceversa. La despedida sí resultó un tanto triste. A los anfitriones les retiraron primero y los invitados tardaron más tiempo en hacerlo porque tuvieron que esperar de nuevo al furgón de la Guardia Civil para que les llevara de regreso a Villanubla.

La persona que lleva en El Salvador la parte técnica en el rugby inclusivo y penitenciario es Florentino Fraile, aunque, según comenta, "en realidad hago un poco de todo porque también soy delegado del equipo". La idea de disputar el primer partido de rugby entre mujeres en un centro penitenciario surgió a raíz de que tuviera conocimiento de que las chicas de Madrid 1 estaban haciendo sus primeros pinitos con el balón oval. Los chicos de Madrid 2 ya habían estado jugando en el campo de hierba que construyeron los propios internos en Villanubla y cuyas dimensiones vienen a ser las de un tercio de un campo reglamentario. A partir de ese momento comenzaron a ver cuántas mujeres podían viajar, porque no todas pueden obtener ese tipo de beneficios en función del grado penitenciario en que hayan sido clasificadas. La idea de reclutar internos para la causa del rugby no tuvo, en principio, una gran acogida por parte del centro penitenciario. La dirección no acababa de estar convencida del todo de las bondades de una disciplina deportiva "que veían un poco violenta", ya que pensaba que si se daba a los internos la posibilidad de pelearse "aquello podía acabar como el rosario de la aurora". Con el paso del tiempo ha llegado el convencimiento de aquello no era tan malo.

Fraile explica que en Villanubla se encuentran recluidas 38 mujeres de las que aproximadamente la mitad suelen acudir desde hace dos años a los entrenamientos de rugby, un deporte del que apenas conocían nada. En realidad, en el grupo compuesto por españolas, latinas y búlgaras solo había dos que hubieran practicado algún otro tipo de deporte con anterioridad; una triatleta y otra que había jugado a fútbol sala. "El resto, nada de nada". Con los chicos ya lleva seis años de rodaje. Su labor también consiste en dar una charla cada cierto tiempo a la gente que acaba de entrar en prisión "para que conozcan un poco nuestras actividades". Un buen día, casi por sorpresa, las chicas acudieron a una de sus charlas, "algo muy poco normal porque no suelen dejar participar juntos a chicos y chicas para realizar una actividad". De una tacada consiguió captar a ocho de ellas. Aquello le supuso una enorme satisfacción a pesar de que era consciente de que se trataba de un grupo poco estable porque todo dependía del tiempo de duración de sus condenas o de sus traslados a otros centros.

Aquellas chicas empezaron a trabajar y a familiarizarse muy pronto con el rugby y con la metodología de trabajo que aplica Fraile "para que se diviertan y vayan adquiriendo los valores que transmite este deporte". Al principio, trabajó con reclusas que padecían problemas terapéuticos y ahora ya se le permite incorporar a chicas con otras problemáticas más complejas. "La cosa funciona porque la gente cambia", reflexiona. El proyecto ha ido calando. El próximo 5 de marzo van a celebrar por adelantado el Día Internacional de la Mujer Trabajadora con la disputa de un partido frente a las chicas del equipo regional de El Salvador y once días después repetirán contra las internas de Estremera. Si de algo está orgulloso Fraile es de haber sido capaz de formar el primer equipo de rugby femenino. "Es que a nivel penitenciario el deporte nunca ha existido", se queja. "A partir de esa iniciativa se han ido incorporando otros equipos y creo que eso es bueno" añade.

Otro de los dinamizadores de este partido es Manuel García Sainz de la Maza, el director del Proyecto Alcatraz España de la Fundación Cisneros que ha sido importado desde Venezuela y que desde 2003 utiliza el rugby como herramienta para favorecer la reinserción social de las personas que cumplen condena. Gracias a dicho proyecto, que pretende expandirse por otros centros penitenciarios de España, a las jugadoras de Madrid 2 se les entregaron antes del partido pantalones de chándal para evitar rasguños en las piernas, e incluso algún par de botas. Era el complemento a otros regalos que algunas ya habían recibido con anterioridad. Por ejemplo, a modo de reconocimiento por su grado de compromiso, cuando llevan cinco entrenamientos se les obsequia con un protector bucal. Si contabilizan diez, esto es, unos dos meses, pueden conseguir unas botas que han sido donadas por jugadoras y jugadoras del club, por el propio Proyecto o por la A. D. La Tribu Rugby, que también han proporcionado material para entrenar las fases de contacto.

Manuel García tiene muy claro que, tras el respeto, el principal valor del rugby es el compromiso. El problema es saber cómo se incentiva a esas mujeres y hombres para que adquieran un alto grado de fidelidad. Lo que está claro, según comenta el director del Proyecto Alcatraz en España, es que la estrategia de que quienes demuestren compromiso son titulares, y los que menos lo hagan van a ser suplentes, no sirve para el rugby penitenciario. "Si te vienen a entrenar 30 presos, todos tienen que participar y sentirse protagonistas del proyecto para que dé comienzo su proceso personal de transformación, porque si a uno le dices que no va a jugar por cualquier circunstancia deja la actividad y te has pegado un tiro en el pie", afirma alguien que ha conseguido que vayan a entrenar una media 35 de los 47 reclusos de Madrid 2 que tiene apuntados en su lista de internos que han apostado por el rugby.

Ese grado de compromiso que ahora mismo está tratando de inculcar Manuel García es complicado que dé resultados a corto y medio plazo. Así, en las tres primeras temporadas que funcionó el proyecto, 19 jugadores obtuvieron la libertad sin que ninguno de ellos siga en la actualidad vinculado al rugby. Todo lleva su tiempo. La práctica deportiva debe prever un acompañamiento psicológico en sesiones grupales donde se explique a los presos que deben trabajar su sentido de pertenencia al grupo "tejiendo redes de apoyos positivos para detectar las necesidades que pueda tener cada persona". Luego está el tema de ofrecerles una atención personalizada "para empoderarles mucho más". Por último, "para aquellos que lo necesiten", existe la posibilidad de tejer otra red de apoyos con instituciones "que favorezcan su empleabilidad".

Los frutos de este trabajo ya empiezan a verse. De los reclusos que han salido recientemente, uno de ellos acudía regularmente a entrenar con el club hasta hace quince días, "lo que pasa es que ha encontrado un trabajo que es incompatible con nuestro horario de entrenamientos", mientras que otro que está en segundo grado penitenciario también va a entrenar cuando obtiene algún permiso. Las bases están montadas. "El objetivo ahora es crear una comunidad entre los internos para mantener unidos esos lazos de pertenencia al grupo fuera de prisión".