COPA DAVIS

7.542 caracteres no sirven para describir la inmensidad de Rafael Nadal

Rafael Nadal, durante las Finales de la Copa Davis en Málaga, su último torneo como tenista profesional. /Reuters
Rafael Nadal, durante las Finales de la Copa Davis en Málaga, su último torneo como tenista profesional. Reuters

Ese brazo izquierdo a punto de explotar. La camiseta sin mangas. Los pantalones pirata. Las manchas de la tierra batida. La cinta en la cabeza. La rutina antes de sacar. La manía de colocar las botellas. La manía de ganar. La manía de arrasar. Y también de revivir. El niño que era diestro. El niño cuyo torneo preferido era Wimbledon. El adulto que juega con la zurda. El adulto que se enamora de Roland Garros. La historia de superación que no dura años, sino décadas. Desde aquel fatídico diagnóstico en 2005: síndrome de Müller-Weiss. El escafoides del pie partido. La carrera en peligro. Plantillas especiales, amor propio y un gen competitivo inigualable. La remontada de su vida. Con todo lo que eso implica.

La piel morena, horas y horas bajo el sol. La forja del guerrero. La mano del tío Toni. La infancia en familia, lejos de las grandes academias. Todo siempre en casa. El primer título en Sopot 2004 y la primera participación olímpica al día siguiente de la que no hay fotos. Zinedine Zidane entregándole su primera Copa de Mosqueteros. Ganar 81 partidos seguidos en tierra batida. Trece títulos consecutivos y 24 meses sin conocer la derrota. Del 11 de abril de 2005 al 20 de mayo de 2007. Ganar Roland Garros catorce veces. Dejar sin aire al speaker de la Philippe Chatrier. Poner en pie a toda esa pista cuando ganas. Poner en pie a toda esa pista cuando pierdes.

Ganar Barcelona doce veces. Ganar Montecarlo otras once. Ganar Roma otras diez. Reescribir la historia. Ser imbatible en la superficie más demandante de todas. La pantera que corre de lado a lado. El jugador que no se cansa. Los pulmones de un maratoniano. La potencia de un sprinter. Esa manera de sudar y de luchar. De entregarse a la causa. Poner a un país entero delante de la televisión. Y emocionarlo. La forma de intimidar a los rivales. Las carreras en el túnel de vestuarios para salir ganando antes incluso de que abran el bote de las bolas. Aquí estoy yo. Los saltos de canguro durante los sorteos en la red. El susto en el cuerpo del rival. Que viene el toro: solo queda huir.

La final con Guillermo Coria en Roma 2005. Cinco horas y 14 minutos de batalla. Ganar tus cuatro primeras ediciones de Roland Garros. Perder. Volver al año siguiente y encadenar otros cinco títulos. Destrozar a Roger Federer y a Novak Djokovic. 6-0 a esos dos monstruos en la final de un grande. Conquistar un Grand Slam sin perder un set. Hacer eso mismo en cuatro ocasiones. Y conseguirlo en la era dorada del tenis. Superar a Guga Kuerten, merendarte a Mats Wilander y dejar el impresionante récord de Björn Borg en París en algo casi anecdótico. Jugar en una pista que lleva tu nombre. Inaugurar tu propia estatua sin haberte retirado. Ganar un Roland Garros en octubre.

El rey de la tierra conquistando la hierba de la Catedral. Ganar el mejor partido de todos los tiempos. Volver a levantar el título de Wimbledon. Y convertirte después en un huracán en la pista dura. Dos títulos en Australia y cuatro en el US Open. La bandera clavada en París, Londres, Melbourne y Nueva York, las cuatro capitales del tenis mundial. El círculo cerrado en el US Open 2010. La inmortalidad. Ganar ocho Grand Slam después de cumplir 30 años.

La rivalidad con Federer en la pista. 40 partidos en total, número redondo. Las lágrimas del suizo en Australia 2009. El choque con Federer en los despachos. Las chispas que saltaron en el Consejo de jugadores y ese mítico "Estoy en desacuerdo con él. Es muy fácil decir 'yo no digo nada, todo es positivo y quedo como un gentleman' y que se quemen los demás" que salió de la boca del balear. La carta de despedida de Federer. El corazón en un puño.

La rivalidad con Novak Djokovic. El partido más repetido de la historia: 60 capítulos en total, número redondo. La final de Australia 2012. Ese regalo a los ojos que duró cinco horas y 53 minutos. Las siete finales seguidas perdidas ante el serbio y la liberación de Montecarlo 2012. Las semifinales de Roland Garros 2013. El dedo señalando que Djokovic ha tocado la red.

El respeto a todos sus rivales. Ganar a un jugador nacido en 1970. Ganar a un jugador nacido en 2007. Que un rival diga en pleno partido: "Va a tener 65 años y va a seguir ganando Roland Garros".

Los dos oros olímpicos. Ser abanderado en la ceremonia inaugural de unos Juegos. La foto en París llevando la antorcha. París de noche y la Torre Eiffel de fondo. La pareja de dobles con Carlos Alcaraz. El relevo. El símbolo de España. Las cinco Ensaladeras de la Copa Davis. La imagen portando la bandera, siendo un niño, en la final del 2000 en el Palau Sant Jordi. El debut con 17 años en República Checa con esa frase que dejó a todos atónitos. "Feli, por favor, tú gana, que del quinto me encargo yo". El triunfo ante Andy Roddick en Sevilla. Los calzones del orto de Del Potro.

La semifinal de Australia 2009 con Fernando Verdasco. La semifinal de Río 2016 con Del Potro. La paliza a Federer en la final de Roland Garros 2008. La lesión de Australia 2014 a un paso de ganar el título. La remontada en la final de Australia 2022. Más vidas que un gato. Ganar Roland Garros con el pie dormido. "Aunque perdí mal (6-3, 6-3 y 6-0), en realidad estaba pensando la noche anterior: 'Nunca se sabe, tal vez esté tan lesionado que ni siquiera pueda caminar, tal vez si hay un año en el que alguien pueda sorprenderle puede ser este'. Todos sabíamos que estaba lesionado, pero nos ganó a todos". Palabra de Casper Ruud.

El banana shot. El passing shot. La derecha demoledora. La derecha paralela. La derecha cruzada. El parabrisas. El revés cruzado. La dejada. El cambio de empuñadura para la volea. La mejora constante. Los consejos del tío Toni. La salida del tío Toni. Los gritos en mallorquín. ¡Positiu, positiu! La llegada de Carlos Moyà y Marc López. El seguir ganando. La tranquilidad de Francis Roig. Rafael Maymó, su sombra. Joan Forcades en la sombra. El móvil de Benito Pérez-Barbadillo. Las negociaciones de Carlos Costa.

Las lesiones. El escafoides. El tendón rotuliano. El bloqueo en la espalda. El abdominal. Las ampollas en la mano. La vaina del cubital. La rodilla izquierda. La rodilla derecha. La fisura en la costilla. El psoas ilíaco. La lista de nunca acabar. Más heridas y rasguños que nadie. El "Toni, estoy en unos cuartos de final de Grand Slam, no me retiro ni cagando" justo después de sufrir una rotura muscular. El ángel de la guarda, el doctor Ángel Ruiz-Cotorro. La amargura del quirófano. La alegría de volver.

Las ATP Finals como único lunar en el palmarés. El acuerdo con Arabia Saudí como mancha. El "Me estás diciendo una barbaridad, Carlos". La academia, la huella para el futuro. La ayuda en las inundaciones de su isla. La vida lejos de la raqueta. La familia. Xisca y Rafa júnior. Papá Sebastià y mamá Ana María. Parera. Los barcos y el mar. El chocolate. El palco del Real Madrid.

La pasión por competir. La pasión por mejorar. La mentalidad a prueba de bombas. El no rendirse jamás, aunque Iván Ferreiro diga que eres "un ejemplo de mierda". El esfuerzo. Jugar cada partido como si fuera el último. Y cada punto también. El no querer colgar la raqueta. El talento. Quizás no el de pegar siempre limpio, el de la sutileza y el de la elegancia. Pero sí el del trabajo diario, el talento de la constancia. El talento de intentarlo aunque tengas todo en contra. Las 209 semanas como número uno. Las 912 semanas consecutivas en el top ten. Los 92 mordiscos al metal. La carrera que se acaba. La leyenda para siempre. La infinidad en 7.542 caracteres. Rafael Nadal.