Si Muguruza hubiera tenido la constancia de Nadal no habría sido Garbiñe

Es posible que en el imaginario colectivo quede la sensación de que Garbiñe Muguruza podría haber dado muchas más alegrías de las que ha dado. No andan del todo desencaminados quienes piensan así: la española es una de las tenistas con más talento que se han visto en la última década, una jugadora imparable cuando ponía esa mirada asesina, capaz de arrasar en la pista incluso a Serena Williams. No hay muchas personas que puedan decir algo así. Tenía un potencial descomunal.
Muguruza ha decidido colgar la raqueta a los 30 años después de 14 meses sabáticos. Inmersa en una crisis de juego sin precedentes en su carrera, a principios de 2023 optó por parar y pensar. Y lo que pensó fue que no le merece la pena seguir compitiendo. Ha encontrado la felicidad fuera de la pista y ha decidido aparcar el esfuerzo que supone estar peleando por ser una de las mejores tenistas del planeta. "No echaba en falta la disciplina", ha admitido este sábado durante los premios Laureus.
El tenis es un deporte tan exigente, tan bestia, que no valen las medias tintas. Aquí no hay Romarios ni Ronaldinhos. Aquí la fiesta y la indisciplina se pagan muy caro. No eres una más en un equipo de once. Eres tú sola en la pista. El talento solo no vale de nada. Es tu físico, es tu cabeza, son tus decisiones. Cada día, cada semana. No hay árbitros ni VAR al que echar la culpa cuando una pierde. Por eso, cuando el gusanillo desaparece, cuando llegas a entrenar y no hay la pasión de antes, es honesto decidir parar.
El nombre de Muguruza tiene cartel suficiente para que la jugadora hubiera sumado algún millón de euros más durante este año sabático y en temporadas posteriores, estando incluso lejos de su mejor nivel. Exprimir el nombre un tiempo más: muchos futbolistas optan por ese retiro dorado en Arabia o Estados Unidos y muchos tenistas están años transitando lejos de los primeros planos hasta que deciden parar.
Por eso resulta extraño el caso de Garbiñe Muguruza, fuera de toda lógica en los tiempos que corren. Cuando muchos deportistas alargan sus carreras, incluso hasta los 40, ella dice que basta a los 30 y sin haber tenido ninguna lesión de gravedad. Muchos pensarán ahora en la figura de Rafael Nadal, que, a punto de cumplir 38 años y con semejante historial de lesiones a sus espaldas, ahí sigue intentándolo.
Pero no. Muguruza no es Nadal. Ni Muguruza ni nadie. Comparar a quien sea con el mejor deportista español de la historia es un ejercicio vacío. "Si Garbiñe hubiera tenido la constancia de Nadal..." Esa frase la habré escuchado decenas de veces y seguramente alguna vez la he pronunciado yo mismo (aquí hay culpables en todos lados). Pero lo cierto es que si Garbiñe hubiera tenido la constancia de Nadal no habría sido Garbiñe.
#ÚltimaHora ‼ Garbiñe Muguruza se retira del tenis.
— Relevo (@relevo) April 20, 2024
🗨 "Siento que ha llegado el momento de despedirme".
📌 Lo ha anunciado en una rueda de prensa en Madrid previa a los premios Laureus.
📹 @AmorosCuatro pic.twitter.com/ZhAQwZRppY
Que tenía talento y tenis para más lo sabemos todos y lo sabe ella. No vamos a descubrir América. Pero conviene poner en perspectiva algunos datos de su carrera: ha sido número uno de la WTA, ha ganado Roland Garros (2016) y Wimbledon (2017) y ha sido maestra (2021). Por si fuera poco, sus dos rivales en los dos títulos de Grand Slam que levantó fueron Serena y Venus Williams. Garbiñe era de tardes grandes. Sabe lo que es triunfar en tierra, en hierba y en dura. Y sólo hay tres jugadores españoles con más Grand Slam que ella y son Rafael Nadal, Manolo Santana y Arantxa Sánchez Vicario.
El potencial se le veía desde joven, cuando España y Venezuela pelearon para que les representara, cuando Adidas tuvo incluir la "ñ" en su serigrafía. En Roland Garros 2016, cuando se dio a conocer al mundo tumbando a Serena Williams, iba con una camiseta en la que su nombre estaba con n y no con ñ. "Garbine is all in", se leía. Hasta Adidas reculó.
Aunque era un secreto a voces, desde este sábado Muguruza es oficialmente una extenista. Atrás queda el recuerdo de lo que pudo ser y no fue, pero también de lo tangible, de lo que fue. Que no es poco.