El torneo de Madrid sigue perdiendo brillo: Djokovic se une a las desdichas del open
El italiano Arnaldi se impuso al ganador de 24 grandes por un contundente 6-3 y 6-4.

La lista de caídos de este Mutua Madrid Open empieza a ser alarmante para la segunda semana. Es verdad que el torneo no puede hacer nada al respecto, y que al final los que pasan rondas son los mejores, los que sobreviven, que esto no deja de ser un deporte, pero hay algo en el ambiente que invita al pesimismo para la organización. Djokovic cayó derrotado ante Matteo Arnaldi (6-3 y 6-4), y con él se va otra de las joyas del cuadro masculino.
El serbio ya advirtió en la previa del torneo que su objetivo aquí no era tanto ganar como coger sensaciones, su juego ahora mismo no está a la altura de su leyenda. Tiene algo de jugador diésel ya con sus 37 años, necesita ir poco a poco hasta coger velocidad de crucero, y esa era la idea en esta edición de Madrid, probarse, tratar de acomodar sus piernas al polvo de ladrillo.
No es que haya tenido muchas opciones tampoco, desde los primeros compases con Arnaldi se vio que el juego no está todavía ahí, que se encontraba algo errático y, por encima de todo, que esas piernas ya no se mueven al ritmo que lo hicieron en otros momentos. Ha vencido tres veces en Madrid, un torneo que le gusta porque sus condiciones no son las de la tierra pesada de otros lugares, pero esa buena sintonía no es suficiente para ganar este torneo. Se necesita jugar muy bien, y ahora mismo eso no lo tiene.
Cuando puede atacar la pelota con los dos pies clavados en el suelo sigue siendo impresionante. Acelera el brazo y busca el ángulo, lo suele encontrar porque, al fin y al cabo, él ha sido el mejor de todos los tiempos en esto. Pero el tenis tiene una cosa que lo hace uno de los deportes más sacrificados, de una dureza casi hostil, y es que el mejor golpe posible, un arrebato de genio, solo vale una parte minúscula de un partido. Un punto en el tenis es una gota de agua en el océano, y después de un gran golpe hay que obligarse a dar otro, y otro, y otro más.
Arnaldi, que nunca será Djokovic, llegó con la táctica bien aprendida, pensando en jugar fuerte y rápido, en no dejar respirar a su oponente, el que le había llevado a la pista central del torneo. Es el número 44 del mundo, uno más en una camada de italianos que está inundando el tenis mundial, alguien que sobre el papel parecía una víctima propiciatoria para Nole, pero que cuando cogió la raqueta demostró que ahora mismo ya no hay rival pequeño para el serbio.
Alcaraz, Badosa, Sinner y Djokovic. Dos bajas por lesión, otra por una sanción y lo del serbio. En otros lugares son otros nombres los que más suenan, pero en España, en Madrid perder el póker es quedarse algo huérfano. Novak llegaba aquí con cierto peso en las espaldas, porque hacía unos años que no venía y también porque, con todo lo que ya había pasado, su presencia era un balón de oxígeno para un torneo que, como todos los demás en el calendario, vive por y para las estrellas.
No es que no queden alicientes, ni mucho menos, en el cuadro hay jugadores como Zverev, De Miñaur o Fritz que suenan muy fuerte en el circuito. Más todavía en el lado femenino, que en tiempos recientes ha sido muy capaz de generar estrellatos y que se ha plantado en Madrid con jugadoras del talento de Sabalenka o Swiatek. Si es el tenis lo que se disfruta, hay muchos motivos para ir a la Caja Mágica, pero hay un porcentaje no desdeñable de los aficionados que lo son por algunos nombres, por el reflejo de los neones. Eso va a ser más difícil de remontar.
No hay nada que objetar a la derrota, Djokovic terminó el encuentro, dio la mano a Arnaldi y se fue sin un gesto de dolor en su cara. Es simplemente que está empezando para él una gira en la que necesita mucho más ritmo, algo que quizá consiga en Roma, pero que realmente solo busca para París. Madrid tiene un ambiente eléctrico, sí, él mismo lo contaba en la rueda de prensa previa al sorteo, pero no es esta la parada importante en su calendario. Y a estas alturas de la vida, sin duda, ha aprendido a elegir cuáles son las batallas por las que realmente merece la pena llorar.