Rafa Nadal arrasa y se concede otra oportunidad para ser feliz en Madrid
El jugador español demostró la distancia enorme que le separaba de su rival, Darwin Blanch, y jugará otro partido en el Open.

El apesadumbrado Nadal del día anterior no apareció en la pista central del Madrid Open, más bien al contrario, se le vio desde el primer golpe vivo, con ánimo. Aunque todo puede ser una pequeña obra de teatro, este partido es oficial y es del torneo, pero también parece más la representación de una batalla que una batalla como tal. Contribuyó a ello el ambiente y el rival, todo hecho con la idea de conseguir que Rafa Nadal pareciese él mismo y no una versión avejentada y no funcional de él mismo
El primer juego marcó lo que iba a ser todo el partido. Nadal sacaba, trataba de acortar los puntos y su rival, el joven Darwin Blanch, se terminaba equivocando, buscando un riesgo que no necesitaba correr y tirando las bolas bastante más allá de la línea que valida los puntos. Hay partidos en la vida que hay que ganar, pero en otros puede ser suficiente con no perder. O incluso con comparecer y no derretirse.
En realidad da un poco lo mismo, si tenemos en cuenta las sensaciones de Nadal, y hay que tenerlas porque no suele ser tremendista en ese sentido, le queda muy poca gasolina y no cree en su futuro en este torneo. Bien, es así, tiene 37 años y un rosario de lesiones a sus espaldas. Lo que pasa es que verle sigue siendo una experiencia particular, los golpes siguen estando ahí, rotundos y precisos, con esa izquierda que es capaz de hacer saltar a la bola como un ballet en su mejor noche.
Madrid le recibió con el cariño que acostumbra y una temperatura perfecta, ni frío ni calor. Si Rafa solo hubiese dado un golpe y se hubiese retirado, cosa que no estuvo cerca de pasar, hubiese dado un poco lo mismo, porque lo que ahí se iba a ver no era tanto un partido de tenis como al ídolo que volvía a casa una vez más. El balear no siempre estuvo convencido de la capital como ciudad para el tenis, en numerosas ocasiones se quejó de la altura y cuando el torneo empezó a ser de tierra no le entusiasmó el nuevo calendario. Con el tiempo, sin embargo, dejó atrás esos pequeños remilgos porque se dio cuenta de que en pocos sitios iba a ser mejor tratado.
Para el público de Madrid, en Nadal no existe el fallo. Las gradas se llenan, incluso los palcos se llenan, todos reman a favor y no escatiman un solo vítore. Los problemas relacionados con la altura o la superficie, con esa bota que vuela más de lo que debería, ya no importan. Ahora la liturgia es otra, una absoluta comunión entre el ídolo y la masa. No se cansa de decirlo, si está aquí ahora, en Madrid, luchando, no es tanto porque crea en sí mismo como porque considera que todos se merecen un ý ultimo gran baile.
Solo hay que escuchar el cuarto juego para entenderlo. Un peloteo un poco más largo de lo habitual le plantó en el medio de la pista, con una bola alta, una de esas que siempre hay que rematar. Aunque ese no haya sido nunca el golpe maestro de Nadal —como sí lo era en casi todos los demás— era sencillo y todos saben que es de lo más espectacular que se puede ver en este deporte. Rafa remató, con fuerza, sin pensárselo dos veces, y logró el golpe más bonito del partido. Lo que sucedió a continuación es lo que suele pasar en estas ocasiones, una ovación cerrada de la grada, que tampoco es que se fuese a poner crítica de repente. Algo parecido ocurrió para cerrar el tercer juego del tercer set, un intercambio en la red, una dejada final, una muestra de la gran sensibilidad de Nadal con la raqueta el puño en alto para celebrar, que nunca sobra.
Darwin Blanch es el número 1.028 del mundo y, la verdad, es exactamente lo que parece. Como todavía tiene 16 años es posible que en un futuro sea otro tipo de rival, algo mucho más duro. Es alto, es zurdo, alguna cosa tiene, pero no es probable que Nadal llegue a ver en él un rival mientras esté en activo. Está verde como su camiseta y en él como mucho se puede hablar de proyección. La diferencia era sideral, y ni siquiera con un Rafa a su nivel, sino una versión conscientemente mermada de sí mismo.
El repaso fue tremendo, 6-1 y 6-0, la distancia real que hay entre ambos jugadores y un nuevo boleto para seguir conviviendo con Nadal en Madrid unos días más. La imaginación vuela hacia la final, incluso a una final contra Alcaraz, pero a nadie se le escapa que en esta ocasión igual hay un exceso de optimismo. Lo normal, lo probable, es que el futuro de Nadal en este torneo sea escaso. Porque en el resto de las ocasiones necesitaría mucho más para llegar a la cima, para imponer su tenis, como lo hizo contra Blanch. Una ronda más que es también un día más para todos. Y si pierde, que es posible, ya llegarán los homenajes, pero todavía no es el momento de decir adiós. Hay mucho que celebrar.