Ahora de repente nos sorprende que Rafa Nadal no quiera ser como Michael Jordan

"Echo de menos el tenis… cero", así de claro se mostró Rafa Nadal en la entrega de los Premios Laureus de este lunes. Luego, matizó la afirmación y quiso dejar claro lo que todos hemos intuido siempre, es decir, que habría seguido jugando si su cuerpo se lo hubiera permitido, pero la frase quedó ahí, colgando en la sala de prensa, los periodistas más sorprendidos por la contundencia que por la declaración en sí.
Y es que tampoco era la primera vez que Nadal afirmaba haber cortado todos los lazos con el deporte que le coronó como uno de los grandes de la historia. No solo con el deporte, ojo, sino con el juego mismo. A Juanma Castaño le confesó hace poco que no había vuelto a tocar una raqueta desde su retirada el pasado verano. Que había jugado al fútbol, sí, porque eso le divierte… pero que lo del tenis aún tendría que esperar. Puede parecer curioso que el que, para muchos, es uno de los tres mejores jugadores de todos los tiempos y uno de los más feroces competidores que haya existido logre desconectar así y pasar página sin grandes dramas ni nostalgias.
Ahora bien, si se piensa detenidamente, tiene toda la lógica del mundo. ¿Qué es lo que convirtió a Nadal en una estrella superlativa? Su capacidad para centrarse en el siguiente punto, el siguiente partido, el siguiente torneo. Su concentración absoluta en el juego, su capacidad para leer cada encuentro y adaptarse a las situaciones que se iba encontrando, su empeño en ponerse objetivos imposibles y su determinación para conseguirlos uno a uno.
En otras palabras, Nadal, que era un tenista táctica y técnicamente impecable por mucho que se diga, marcaba la diferencia en lo mental. En cuanto esos objetivos se han difuminado, ha pasado a otra cosa. El tenis era una profesión más que un divertimento, ha quedado claro. Él no quería jugar por jugar, no era Carlos Alcaraz, por poner un ejemplo, que siempre reivindica su derecho a pasárselo bien. Él quería ser el mejor. Si había que jugar con la izquierda, se jugaba con la izquierda. Si había que echar una carrera más, se echaba. Si había que tirarse meses mejorando el saque en los entrenamientos, que así fuera.
El recuerdo del dolor continuo
Aparte, por mucho que Nadal diga que terminó bien con el tenis, no hay que olvidar que dicha obsesión por ser el mejor durante tantísimo tiempo -todos decían que su carrera sería corta y acabó durando veintidós años- le costó todo tipo de penurias físicas y probablemente mentales. El nivel de exigencia habría sido inhumano para cualquier otro. El sacrificio desde la tierna infancia hasta casi la cuarentena, sin medida ni atajo. Hace ya muchos años, Rafa reconoció que había tenido que tomar antiinflamatorios todos los días de su carrera: para jugar, para entrenar, para poder hacer una vida normal entre partido y partido…
Eso agota a cualquiera y a la fuerza, conforme se va viendo con distancia, genera un rechazo casi instintivo. Una de las razones por las que no ha cogido aún una raqueta, según le confesó a Castaño, fue que aún arrastraba dolor en el pie cuando dijo adiós al tenis. Nadal y el dolor han sido una pareja inseparable durante tantísimos años que debe de ser muy difícil mirar atrás y disociar el juego del dolor que le causaba al practicarlo.
Rafa prolongó su carrera hasta que estuvo seguro de que esos objetivos que se marcaba cada temporada ya quedaban demasiado lejos. Cuando Djokovic le aplastó en aquel primer set y medio de los Juegos Olímpicos o cuando rivales que no le habrían causado el menor problema en cualquier otra circunstancia le empezaron a ganar en tierra batida. Como le dijo a Andy Roddick en su podcast, no fue algo fácil ni inmediato. Nunca lo es, salvo tal vez para Pete Sampras, que ganó su último torneo -el US Open 2002, ni más ni menos- y se fue tan tranquilo a casa.
Hasta ese momento, él estaba dispuesto a seguir. Al fin y al cabo, había ganado dos grandes en 2022 y había llegado a semifinales de Wimbledon, ronda que no pudo disputar por un desgarro abdominal. ¿Cómo estar seguro de que no vas a poder seguir compitiendo al máximo nivel teniendo tan cerca esos recuerdos? Antes de rendirse, tenía que estar seguro de que esa era la única opción. Lo era. Y se rindió.
El chico que no quiso ser Michael Jordan
Eso no quiere decir que el afán competitivo de Nadal vaya a desaparecer. No es precisamente un tipo tranquilo, por mucho que esté esperando a su segundo hijo, en una paternidad que el tenis ha aplazado hasta los treinta y muchos años. Simplemente, ahora, como él mismo dice, tiene otros objetivos. Y, como hizo con el tenis, no va a permitir que nada le desvíe de conseguirlos. Mucho menos el pasado. Supongo que hará su ronda de despedidas y homenajes en los cuatro o cinco torneos que quedaron más marcados por su presencia y a otra cosa.
Lo cual, por cierto, es una excelente noticia, porque no siempre pasa. Ser muy competitivo -y muy bueno- en algo y dejarlo de golpe no siempre funciona. No le funcionó a Michael Phelps, que se entregó al alcohol y al cannabis antes de volver a asombrar al mundo en 2012. No le funcionó, desde luego, a Michael Jordan, que se tuvo que retirar hasta tres veces para quitarse definitivamente el gusanillo. El nivel de adrenalina sostenido crea adicción. Tal vez, después de todo, a Nadal le haya venido bien pasarse dos años aterrizando. Algo parecido le pasó a Federer. A ver cómo se las arregla Djokovic cuando le toque.