WIMBLEDON

Un documental, una princesa y título que "hay que asimilarlo": así se celebra ganar Wimbledon

La final de la Eurocopa y la cena de campeones hicieron del postpartido un puzzle de intensa felicidad.

Carlos Alcaraz, junto a la princesa de Gales. /AFP
Carlos Alcaraz, junto a la princesa de Gales. AFP
Gonzalo Cabeza

Gonzalo Cabeza

Londres.- El único momento en el que el mundo dudó de Alcaraz fue esa rotura final de Djokovic. Había tenido un 40-0 y malgastado la tremenda ventaja. Era un break psicológico, de esos que escuecen. Un problema, un problema grande incluso, pero no para él. Se acercó al palco y allí vieron como les decía que no pasaba nada. "Está todo bien". Esa era la reacción de campeón de un chico que estaba a punto de ganar Wimbledon. El palco se quedó más tranquilo. Unos minutos después enmendaba el error y era campeón.

Empezaba así la rueda de la celebración, una especialmente compleja si se tiene en cuenta el menú del día, que incluía una final de la Eurocopa y una cena de campeones que, aunque dista bastante de ser el gran baile glamouroso que la mayoría se imagina, no deja de ser un trámite a tener en cuenta.

En la zona de jugadores había un trasiego muy superior a lo habitual. Abrazos y buenas palabras se repetían por doquier, los que no tenían una sonrisa en la cara desde luego no estaban emparentados con Carlitos, gente ajena a la historia. Por ahí se puede ver algunos vips de primerísimo nivel y también gente del tenis, como Emma Raducanu y Laura Robson, jugadoras británicas, la primera de ella receptora de decenas de portadas en este torneo como gran esperanza del país. Por Raducanu, más tarde, le preguntarían en la conferencia de prensa.

En el mismo espacio, reducido, esperaban juntos el secretario de Estado para el Deporte, José Manuel Rodríguez Uribes; el presidente de la Federación Española de Tenis, Miguel Díaz; y el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska. Para hacer tiempo departían con el padre de Carlos, uno de los primeros en llegar, y también con Martín de la Puente, que unas horas antes había jugado la final de silla de ruedas, un hito para el tenis adaptado español. 

En el fondo se escuchó un rugido momentáneo: Carlos Alcaraz se asomaba al balcón de los campeones, a pocos metros de allí. La maestra de ceremonias le preguntó si sabía lo que tenía que hacer y él respondió que no. Le aclararon que tocaba el balcón. Es su segundo Wimbledon, se podría decir que solo su segundo Wimbledon, y todavía no tiene tan interiorizados los detalles del protocolo como esa derecha matadora que le ayuda punto por punto.

"Yo le había dicho que si ganaba rápido en tres podía tomar pizza y ver el partido", decía entre risas un miembro de su séquito. "Un sueño, hay que asimilarlo", se escuchaba a otro como rumor de fondo. En todo momento había unas cámaras por ahí, porque se está haciendo un documental sobre la temporada de Alcaraz y forman parte del entorno. De hecho, se abrazan y comentan con los miembros del equipo. Son parte del mismo.

De hecho, en el entrenamiento de la mañana, ese rato que usan los tenistas para desentumecer los músculos y soltar el brazo, también estaban ahí. Ferrero y otros miembros del equipo iban microfonados y el director escuchaba lo que se iba comentando en la pista. Como ocurre con todos los que de un modo u otro se acercan a Carlos Alcaraz, también ellos terminan encandilados. No solo por el nivel tenístico, que se ve en la luna, sino también por la parte humana. En eso también Carlos es muy excepcional. De esa pista de entrenamiento salió escoltado por seis personas de seguridad pero tranquilo, sonriendo. Porque aunque sea una estrella, la mayor estrella, es un chico normal.

A las 17.30, hora local, en el ambiente se nota algo más tenso. Empieza a aparecer gente de seguridad, varios de ellos hacen un pasillo que va desde el vestuario a la salida. Incluso al agente de Alcaraz, que por allí anda, le piden que se aparte de esa zona. Está todo preparado, unos minutos más tarde por allí aparece la futura reina de Inglaterra, caminando ceremoniosamente, rodeada de su séquito, vestida de morado. Nadie se le acerca, aunque la expectación es notable.

Hay demasiada gente por la zona, y en algún momento se decide que el saludo protocolario, el de dirigentes deportivos y políticos, se haga dentro, en petit comité. Además, no faltan prisas, Carlos tiene que pasar por el trámite de la prensa y después encaminarse a la cena de campeones. Será un poco especial, porque se retrasa para que se pueda ver la final de la Eurocopa. Se anuncia que en la recepción habrá televisiones para seguir el partido a la espera de la llegada de los campeones y, en el caso de que la cosa se alargue y se juegue una prórroga o unos penaltis, estos se podrán ver dentro. Cualquier cosa menos perderse la final.