WIMBLEDON

Los hombres que no supieron querer a Conchita Martínez ni a Garbiñe Muguruza

El Informe Plus sobre los 30 años de la victoria de Conchita en Wimbledon refleja hasta qué punto se ninguneó su carrera... algo que se ha repetido años después.

Conchita Martínez y Garbiñe Muguruza charlan juntas en un entrenamiento de la segunda en Wimbledon 2017/Getty Images
Conchita Martínez y Garbiñe Muguruza charlan juntas en un entrenamiento de la segunda en Wimbledon 2017 Getty Images
Guillermo Ortiz

Guillermo Ortiz

No lo digo yo, lo dice Billie Jean King en el formidable Informe Plus sobre los 30 años de la victoria de Conchita Martínez en Wimbledon: a la aragonesa nunca se la valoró como se merecía. Además de su triunfo en la hierba inglesa, hablamos de la jugadora española que más torneos WTA ha ganado de la historia, finalista en Roland Garros y en Australia, ganadora de tres medallas olímpicas y hasta cinco veces ganó la Copa Federación con España, que en los salvajes noventa no era cualquier cosa.

Pero, ¡ay! A Conchita se le cruzó la cultura pop en el camino. La cultura pop en forma de Arantxa Sánchez-Vicario, una jugadora portentosa, corajuda, que encarnaba mejor que nadie los valores del deportista español clásico, que ganaba en tierra batida, como Dios manda y que siempre -hasta su retirada, cuando súbitamente cayó en desgracia- supo manejarse delante de la prensa como pez en el agua. Arantxa no era una tenista, era un fenómeno. Tardes de domingo viéndola aburrir a Monica Seles con bolas cada vez más altas mientras Induráin se las apañaba lo mejor que podía en algún tappone del Giro.

En España, el ciclón Arantxa se comió por completo a la tímida Conchita. De la aragonesa se decía que tenía más talento, pero menos hambre. Que se venía abajo en las rondas finales con demasiada facilidad -y aun así, alcanzó hasta doce semifinales de Grand Slam, algo que en este país solo han logrado Rafa Nadal y la propia Arantxa Sánchez-Vicario- y que le faltaba algún que otro "¡Vamos!" que coronara sus remontadas. Lo que se suele llamar "carisma".

Hasta tal punto llegó el ninguneo que en el propio documental, cuando le preguntan a Martina Navratilova por esa final de 1994, la que podía darle su décimo título en Wimbledon, asegura que ella prefería jugar contra Conchita y no contra… ¡Lori McNeal! Que se alegró cuando vio que Conchita se imponía 10-8 en el tercer set de las semifinales y así se evitaba jugar contra una especialista en hierba. Porque Conchita, ¿qué era? Como aquellos cómicos de "El viaje a ninguna parte", quedaba siempre en el camino sin encontrar un nicho que la definiera.

El hilo de tres generaciones

No, ni en España ni, me temo, en el resto del mundo, se ha querido a Conchita Martínez como se merecía alguien de su talento y sus resultados. Esto no es un artículo contra Arantxa Sánchez Vicario porque Arantxa Sánchez Vicario es la mejor tenista española de la historia con una diferencia abrumadora. Es simplemente el elogio hacia alguien que no arrasó en nuestras sobremesas, pero que hubiera agradecido más cariño, más reconocimiento. Dentro y fuera de la pista.

Lo que nos lleva a una parte muy importante del documental, como un hilo del que se va tirando. Billie Jean King aparece como entrenadora de Conchita, aunque tal vez el título le quede un poco grande. King era una asesora puntual, sobre todo en superficies rápidas y una figura ubicua en el circuito femenino. La posibilitadora del circuito femenino, de hecho, junto a las ocho compañeras que se expusieron a críticas y sanciones para reclamar igualdad de premios y formar en 1971 un circuito profesional digno de ese nombre, el llamado Virginia Slims Tour.

Ahora bien, King no era lo que Conchita fue para Garbiñe Muguruza, por ejemplo, y ahí es donde quería yo llegar. Muguruza ganó Wimbledon en 2017, después de ser finalista en 2015. Garbiñe perdió con una hermana Williams (Serena) lo que acabaría ganando contra su hermana mayor (Venus). Garbiñe, con Conchita en el palco, logró la hazaña que solo otros tres compatriotas -Santana, Martínez y Nadal, aunque luego se uniría Alcaraz al club- habían conseguido en la historia del tenis.

Una despedida por la puerta de atrás

Y en Muguruza me tengo que parar, ahora que su retirada está tan reciente. ¿Cómo es posible que hayamos pasado tantos años junto a Garbiñe y no la hayamos conseguido querer ni un poquito? Venezolana cuando perdía y española cuando ganaba, Muguruza ha sido campeona de Roland Garros, finalista de Australia, ganadora de las WTA Finals y número uno del mundo. Todo eso, además del Wimbledon citado anteriormente, claro.

Muguruza es una de las mejores tenistas -y cuento también a los hombres- que hayamos tenido nunca en nuestro país. Una artista bajo continua sospecha, con la languidez del genio, con el carácter de quien se sabe especial, con ese empeño por no encajar y esas discusiones públicas que tanto daño hicieron a su reputación. Muguruza repetía a todo el mundo "No soy Nadal" como Conchita parecía repetir "No soy Arantxa", pero muy pocos escuchaban.

Jugadora de culto, imagen imponente sobre la pista, con ese revés letal y ese blanco impoluto, Muguruza se ha retirado por la puerta de atrás. Tanto, que nadie parece echarla de menos. Sin embargo, ella se muestra feliz y sin rencores. En el documental de Movistar, desde luego, no deja de sonreír cuando recuerda su momento de gloria. Alguien dice en una ocasión: "Wimbledon come aparte de los demás" y tiene razón. Wimbledon es el tenis en su esencia, la imagen más bonita que año tras año deja este deporte.

Y es, por lo tanto, un torneo que solo deja leyendas. Qué decir de Santana y Nadal. Nadie les discute nada. ¿Por qué, sin embargo, con Conchita y Garbiñe nos empeñamos en ponerles "peros"? ¿Por qué nos cegamos en comparaciones absurdas y trufamos su carrera de insatisfacciones? Bueno es que recordemos a la aragonesa treinta años después de su apogeo, pero no deberíamos dejar pasar tanto tiempo en rendir homenaje a Garbiñe, una deportista asombrosa. Una personalidad única, tal vez en demasiados sentidos, con todo lo que eso conlleva.