Todo lo que ocurre en Wimbledon cuando el tenis todavía está por llegar
El fin de semana previo a que arranque el torneo las instalaciones se ponen al día y pasan muchas cosas, aunque no pase nada.

Londres.- Reino Unido tiene unas elecciones el próximo jueves, pero el distrito SW19 -así nombra la prensa local a Wimbledon, en uno de esos tics que tienen los periodistas- vive de espaldas a cualquier urna. Aquí las dos primeras semanas de julio solo manda el tenis, se monta una especie de ONU en pequeñito con personas de todo el mundo y un entorno verde y morado que aparece desde la línea de metro que lleva a Southfields, la estación en la que se baja para ir al All England Tennis Lawn & Croquet Club -no volverá a ser así nombrado, demasiado largo para cualquiera, pero esto es Inglaterra y no es raro que se pongan rimbombantes- hasta el más mínimo detalle del club.
El sábado previo al torneo no ocurre nada de verdad, pero tampoco dejan de ocurrir cosas todo el rato. Londres recibe a los visitantes, que son una legión, con un sol engañoso. Tiempo demasiado placentero para un lugar en el que más pronto que tarde el cielo mutará en lloviznas, viento y una constante amenaza gris. Querer a esta ciudad, como si fuese un ser humano, es aceptarla tal como es. El domingo ya llegarán los chubascos, que son un quebradero de cabeza para la organización.
En las colas de acreditación decenas de voluntarios, trabajadores o periodistas esperan con paciencia su turno para conseguir la cinta que les dará acceso. Se suceden las conversaciones de ascensor, si eres español tendrás que hablar un rato de Lamine Yamal y de Nico Williams. Los voluntarios son jóvenes con acné vestidos de verde y con gorra, con muchísima ilusión y trabajos tediosos.

El sábado previo al torneo la actividad es frenética en el edificio de prensa. En una terraza de la cuarta planta se han montado una docena de sets para las televisiones con derechos, por allí van pasando pacientemente los tenistas, gastando cinco o seis minutos con cada una de las cadenas. Da para un par de comentarios generales y, si el jugador es experto en estas lides, quizá una broma y una sonrisa para quedar bien. Enfrente hay una sala de prensa por la que también pasan los mejores, para no dejar sin nada a los medios que no retransmitirán el torneo las dos próximas semanas.
Después, a eso de las seis, un cocktail de bienvenida para que la tribu se conozca y conviva. Se dividen naturalmente por países y al final hay una pequeña alocución de una de las responsables de comunicación del torneo. Da pocas cifras pero mareantes, cientos de medios, de entrevistas, de países en los que se seguirá el torneo. En la sala de prensa los pupitres de los reporteros son como una colmena, todos con su pantalla en la que pueden ver casi cualquier cosas y paneles a los lados para insonorizar en la medida de lo posible.
El edificio de medios es monumental, como todas las instalaciones de este lugar. En cualquier otro gran evento deportivo, especialmente en los que solo ocupan una o dos semanas en el calendario, abundan los lugares provisionales y las instalaciones de mecanotubo. No es el caso de Wimbledon, donde no hay que ser muy experto para entender que hay una cantidad de dinero ingente alrededor del torneo.

Todo es de mortero y ladrillo, está cuidado al milímetro y construido con las mejores calidades. No importa que vayan a ser solo 15 días de juego, aquí todo se asienta sobre el suelo como si estuviese pensado para durar toda la vida. Wimbledon se permite incluso renunciar a algunos patrocinios -se ve fácilmente en televisión, con esos fondos limpios en las pistas- por la pura tradición.
Antes de que todo empiece hay un rumor de fondo inconfundible y constante: las máquinas segadoras. En ese interés legítimo de los gestores del club de que todo esté perfecto, lo de la hierba llega hasta el extremo. Los jugadores se entrenan muy poco en las pistas del torneo, porque tienen que ser mimadas. Las máquinas van pasando de pista a pista y en un breve paseo no es difícil encontrar jóvenes jardineros con una tijera en la mano recortando los lugares a los que no llega la podadora, como por ejemplo las zonas en las que van clavadas las redes.
Los voluntarios
No solo es el césped, cada esquina es un romper de flores, de petunias, de geranios. Casi todos morados y verdes, porque hay que seguir la paleta de colores del lugar, que se ve hasta en los cubos de basura. En este fin de semana previo hay algunos detalles por resolver, un voluntario con una escalera se dedica a sacar brillo a los lugares en los que se colocarán los cuadros del torneo. El sábado todavía no, pero el domingo ya aparecen las pegatinas con los distintos nombres y sus contrincantes.

En el exterior de la pista 1 se prueba la enorme pantalla que preside una mítica colina del recinto. Allí siguen los partidos los aficionados que no tienen entrada para las pistas principales. Es más pequeña de lo que parece en televisión. En el pasado se la conocía como la Colina Henman, pues los ingleses ansiaban que el mejor de los suyos ganase por fin su torneo. Como les ocurre en otras muchas disciplinas, los británicos inventaron el deporte y solo consiguieron con él una sucesión casi permanente de derrotas y decepciones.
La sequía en este caso duró desde 1936 a 2013, cuando ganó Murray. Él es uno de los protagonistas de estos primeros días, pues lo más probable es que esta sea su última vez en casa y aquí es un deportista reverenciado. El bicampeón aparece en las pistas de Aorangi el domingo a eso de las 11 para entrenarse. Llega con una sonrisa, tiene prevista una importante conferencia de prensa tres horas más tarde.

Esas pistas de Aorangi son un hervidero a esa hora. Jugadores de todo el mundo se entrenan unos con otros, sin especial jerarquía, pues allí no pueden entrar los aficionados. Enfrente de la pista 15 de entrenamiento dos jugadoras de dobles del este de Europa se cruzan, se dan un abrazo y se preguntan cómo están. Lo hacen en castellano, que es una de las lenguas francas del torneo, al fin y al cabo son muchos los jugadores que viven o han pasado tiempo en academias españolas, un lugar de excelencia técnica y con sol, perfecto para quien está empezando.
En la pista siguiente se entrena con una camiseta de Inglaterra de fútbol Emma Raducanu. Casi todos los titulares de la prensa local de estos días son para ella, que ganó el último US Open con solo 19 años -hace ya tres años- y es británica, mezcla suficiente para que todo gire a su alrededor.
Aorangi es el lugar donde se hacen la mayor parte de entrenamientos, siempre pensando en salvaguardar las canchas en las que se disputará el torneo. Tampoco se han utilizado las pistas para la fase previa, que se juega en Roehampton, no muy lejos del club. Los que han pasado esa clasificación, como Alejandro Moro, son quizá la gente más feliz de todo el complejo. Se les ve dando vuelta con una sonrisa, sintiéndose parte de una enormidad que sus rivales, en muchos casos, asumen casi como una rutina.
Es posible que todo eso también esté por cambiar. El All England Tennis está en negociaciones para expandirse y comprar un club de golf anejo. Una semana después del torneo se conocerá exactamente lo que se va a hacer allí, pero en esta institución los planes para ir creciendo son constantes. A Djokovic se le llega a preguntar durante su conferencia de prensa y él cuenta la historia con detalles. Ha preguntado al torneo, porque es una persona curiosa, y no parece que haya nadie sobre la tierra que sepa más del tema que él.

El peso de la historia
Wimbledon es un lugar apegado a la historia, un poco como también lo es el Reino Unido entero. En casi cada esquina hay placas y estatuas que recuerdan hitos o personas que pasaron por allí. En la pista central se explica que fue inaugurada por Jorge V, miembro del club. En la 18 se cuenta que allí se disputó el partido más largo de la historia, el Mahut-Isner que les convertirá para siempre en historia del tenis. A unos pocos pasos de allí hay una estatua para Fred Perry, que además de una conocida marca de ropa era el último británico en ganar este torneo antes de que Murray les diese un vaso de agua en el desierto de la historia.
No ha empezado todavía, no hay el gentío que se espera durante la semana, cuando esto es el evento al que todos quieren ir en la ciudad. Por los distintos caminos del club se ven muchos socios, todos trajeados, a juego, con la corbata oficial del torneo, como supervisando que, cuando empiece de verdad el ruido, todo vaya como debe de ir.