WIMBLEDON

No sólo es el Mutua: el champagne de Wimbledon y todo lo que está mal en el tenis

Dos aficionados se sirven champagne en Wimbledon 2017. /Tim Clayton/Corbis via Getty Images
Dos aficionados se sirven champagne en Wimbledon 2017. Tim Clayton/Corbis via Getty Images

Un aficionado llega a una pista de tenis, se le ocurre la brillante idea de vociferar un "¡Viva Ayuso!" y llega a la conclusión de que sí, de que la final del Mutua Madrid Open es el momento adecuado para lanzar un grito político. Por qué no. Lo hace y la gente se ríe. Qué gracioso. No, perdón, de gracioso nada. Menudo maleducado.

Aquello ocurrió hace dos meses, cuando el comportamiento de parte del público de la Caja Mágica -también se escucharon gritos de "¡Que venga Bolaños!" o "¡A por el luterano!"- dejó bastante que desear durante la final entre Carlos Alcaraz y Jan-Lennard Struff. Gracias a dios, o a quien sea, la buena educación poco tiene que ver con la etiqueta.

El tenis y las clases altas han ido siempre de la mano. Para tener la posibilidad de triunfar en el tenis hace falta muchísimo dinero. Calculen unos 50.000 euros por temporada en la etapa de entre los 14 y los 16 años. No hay mucha gente que se pueda permitir semejante desembolso. Los torneos han reflejado siempre esa cultura que funde las élites con el deporte. El Conde de Godó de Barcelona o el Mutua Madrid Open son un buen ejemplo: no son eventos deportivos al uso, sino acontecimientos sociales, pasarelas sobre las que desfilan las clases altas mientras los mejores tenistas compiten en la tierra.

Wimbledon, la catedral del tenis, es el elitismo llevado a su máxima expresión. Pero, claro, eso y los buenos modales son cosas diferentes. Si hace un año se hizo viral un vídeo de un aficionado echando unos polvos mágicos a su bebida en uno de los palcos de la pista central, ahora un juez de silla ha tenido que llamar la atención del público porque alguien decidió que descorchar una botella de champagne en pleno juego era una gran idea. "Señoras y señores... si están abriendo una botella de champagne, no lo hagan mientras los jugadores están a punto de sacar", dijo el árbitro John Blom durante el Potapova-Andreeva del domingo.

Son dos ejemplos y no es algo habitual, ni mucho menos. Pero llama la atención que hasta la mala educación llegue a Wimbledon. El tenis está perdiendo los modales mientras busca su sitio en la industria deportiva moderna. Cada vez hay más voces que piden cambios para convertir el tenis en un producto más atractivo. Ahora mismo no se sabe a qué hora empiezan los partidos ni a qué hora acaban y en las gradas hay que guardar silencio durante horas. El público nuevo demanda otros estímulos. Todo tiene que evolucionar y el tenis tiene que saber adaptarse. La clave está en el cómo y a costa de qué. ¿Qué está dispuesto a perder el tenis con tal de ganar aficionados entre la gente joven?

Ya lo decía mi compañero Rodra hace un tiempo: "Un partido de tenis sigue siendo lo único que nos mantiene tres horas mirando a la pista callados. Quietos. Cuando el mundo es un caos. Lo más moderno del mundo ya está inventado".

Quizás dentro de unos años sea habitual llegar a una pista de tenis y que los aficionados hablen durante los puntos, se levanten, coman, griten... Algo habrá que tolerar, pero el día que veamos una kiss cam en la pista central de Wimbledon ya será demasiado tarde.