El último jugador lírico: Nicolás Laprovittola
Aún no ganó la Liga ACB, aún habiendo jugado en Real Madrid y Barcelona. Sin embargo, si ganó el MVP, pero cuando no jugaba en los dos grandes. Se puso la camiseta de los cuatro equipos con más historia en España: (Estudiantes, Penya y los dos grandes). Firmó ficha en lugares tan opuestos como Lituania, Rusia y Brasil (dónde si levantó la Liga y el MVP con Flamengo). Su currículo y trayectoria es un desenfadado síntoma de una impremeditada rebeldía hacia el sistema de baloncestistas de alto nivel obligados a tener cuerpos cuadrados y mentes cuadriculadas.
Laprovittola cumple 33, le gustó usar el 10 de Riquelme, en Madrid la imposibilidad por el recuerdo a Fernando Martín le obligó a volver al 8 y actualmente viste con el 20 porque Ginobili, cuando llegó a San Antonio, le atendió con afecto compatriota y le llegó a dejar uno de sus coches, así sus desplazamientos entre la mirada fría de Kawhi y la exigencia ardorosa de Popovich serían más confortable.
Subcampeonato histórico con Lanús de la Liga Nacional Argentina en 2013, subcampeonato del mundo heroico con Argentina en 2019, la clasificación más exitosa del país sin contar con la Generación Dorada (sí, Scola estaba para contarles por donde transitaba esa senda). Lapro rompe tópicos desde esa sonrisa calmada y su carrera deja de lado lo categórico del 'de los segundos nadie se acuerda'. No olvidará esos torneos, sus equipos no contaban para llegar ahí.
Nadie supo si era director o anotador... hasta los 30
Una finta de cejas (y de bigote), un colarse entre los cuerpos del pívot rival y los bíceps de James Nnaji, un soltar la bola con el lirismo del giro perfecto, un reposar por un segundo en la red para anotar otra canasta del que nadie supo si era director o anotador hasta entrados los 30. Será más sencillo encontrarle en un puesto callejero durante Sant Jordi ayudando a 'Delfi', su pareja, a vender sus dibujos o poemas, que en mansiones en Castelldefels o Sitges.
Palabras, barro y piezas de papel. Divertidos garabatos pintados a la salida de los bloqueos indirectos. La sombra de la ayuda del grande rival, un cerrar de ojos y un encontrar una ventana visual para ver que el balón volvió a entrar desde el triple lejano. Desde la "Escuelita Gallo Patón" en su natal Morón, una forma de entender el baloncesto y la vida sin sacar el espolón. Hasta convertirse en uno de los mejores tiradores de Europa desde el pase, sin la necesidad de botar apenas. Él, que fue mejor jugador en España con un mínimo de 10 botes verdinegros por posesión, todos esperando su penetración para bandeja o descarga a esquinas en el último momento.
Sin tirar de paños, cometiendo sincericidio cuando opinas en activo siendo miembro de una marca tan global como es el F.C. Barcelona, dijo Nicolás que "estaba enojado con la NBA", una liga que se mostró adversa a los compatriotas de su generación, a sus amigos de parrilla, a sus compañeros de selección. Desde la distancia no parece que ese enfado tenga que ver con su propio intento en Spurs sino con las ganas que Campazzo, Deck y Vildoza pusieron en esa empresa y el desafecto que recibieron. Más por ellos. Dice mucho de él. Y bueno.
Su lenguaje corporal, exento de gestos de conexión hacia la grada, su ritmo de juego muy de distintas velocidades pero nunca de 120 km/h. Ajeno al nervio de la filosofía de un Real Madrid en las últimas temporadas de Laso dejaron un recuerdo tibio de su paso por los blancos. Opuesto totalmente en temperatura a lo que vivió en Badalona y lo que vive en el Palau. Media hora de camino entre el Olimpic y el Blaugrana, donde pasó de ser un uno a convertirse en un dos, justo cuando atravesaba la Plaza de las Glorias Catalanas. Es la Euroliga de bases gigantes y de doses anotadores y él es el lirismo en la generación del camino al aro, la delicadeza en la definición.